LA NOVIA
Si Lorca levantara la cabeza
Por Mariló
Estaría orgulloso. Si Lorca levantara la cabeza, le gustaría La Novia.
Con sus pros y sus peros, disfrutaría de lo que Paula Ortiz ha hecho con sus Bodas de Sangre. Por fin, un clásico de aquí, llevado a la gran pantalla con respeto, riesgo e innovación. Bravo.
Y me ahorro el olé, porque ese ya se lo llevó la versión de Saura -eran los ’80- en clave de baile y pasión, de taconeo y gitaneo; de raza. Y porque esta nueva adaptación que mantiene todo lo simbólico de Lorca -y el Sur- con la luna, la sangre, la muerte y el deseo, se traslada a la Capadocia y al desierto de los Monegros, conservando la esencia del texto y la tragedia, sin caer en tópicos de folklore y populismo que el propio autor rechazaba. Bravo, pues.
Este audaz acercamiento al drama lorquiano del triángulo de amantes y boda de por medio, se plantea en la película con sutiles flashbacks y forwards, sin llegar a alterar los presagios del mismo Lorca. Y así el filme avanza entre intuiciones y sensaciones, sujetándose en algunos momentos, en una fina linea entre el exceso y el esperpento de lo moderno y lo tradicional; aguantando al limite la complicidad del costumbrismo, tanto a lomos de un caballo como de una motocicleta, en un paisaje repleto de éxtasis y agonía.
Arranca la cinta en el desenlace de la historia, con una inmensa Inma Cuesta agotada de sexo y huída; viuda de sus dos amores, repartiendo versos y culpas, y pidiendo morir. En su boca, las palabras se hace verdadera emoción y te atrapan. Brava.
La directora que debutó con De tu ventana a la mía confirma su estilo poético e intimista en éste, su segundo largometraje. Y si bien su tendencia contemplativa y plástica, agotaba en su primera película; esta apuesta lorquiana justifica el lirismo en estado de evolución y gracia, logrando además, el mayor numero de candidaturas para los Premios Goya de este año.
Con La Novia, basado en un texto teatral en su origen (de esos que al menos hay que leer una vez en la vida), Paula Ortiz obtiene su mayor logro, venciendo ese miedo que tenemos a nuestros clásicos y que debemos mandar a tomar por viento; como aquel que trae el olor a las pasiones no correspondidas y la pulsión de muerte del trío protagonista.
Las mujeres para Lorca siempre han sido importantes y en Las bodas de sangre de La Ortiz, no sólo destaca la ya mencionada Cuesta que incluso se atreve a cantar La Tarara y tampoco desentona; también, están espléndidas en sus interpretaciones, Luisa Gavasa y Consuelo Trujillo. Y estupendas Ana Fernández y Leticia Dolera. Más anecdótica es la presencia de Manuela Vellés; correcta, pero como recién salida de una secuencia de Velvet con su moño alto.
Mujeres dolientes y presas del amor, componiendo auténticos cuadros vivos; poéticos con tan sólo su presencia, como en la escena de la calurosa noche probando el vestido del casamiento y durante el baile del convite.
Y de ellos, de los hombres de La Novia, no podemos escapar ni dejar de comparar; porque son ellos los que provocan el conflicto. Ese Leonardo, el macho, el jinete al galope del deseo, en el cuerpo y con la cara de Álex García en la película -que ni guapo me parece ni mucho menos buen actor; disculpen fans y allegados-, soltando texto y poca verdad; mientras que Asier Etxeandia, el buen novio -y mejor Intérprete– despliega todas la emociones posibles en un hombre enamorado y humillado. Mención especial al padre de la novia, el desaparecido Carlos Álvarez-Novoa que estará en los cielos, más cerca de Lorca que todos nosotros…
Con guión compartido junto a Javier Garcia Arredondo para adaptar al gran Federico y la fotografía de Migue Amoedo, Paula Ortiz nos presenta esta historia de metáforas, delirio y violencia que nos arrastra a un baile de cuchillos y fuego que aún previsible, hipnotiza por igual. Jugando con los efectos especiales, las secuencias a cámara lenta de cristales y metales, rozando el videoclip, convencerán a las nuevas generaciones y no defraudará a las más clásicas.
Bien rodadas y de bella intención estética están ejecutadas las escenas sensuales y sexuales; a la par que el osado clímax, sonando Take this Waltz del también lorquiano Cohen, en la voz de Carmen París durante la pelea entre los amantes. Quizá, lo más aventurado del filme que insisto, aguanta la compostura.
La música corresponde a S. Umebayashi (compositor también de la BSO de 2046), envolviendo delicadamente toda la película que llega a su fin como al comienzo; con La novia, viuda de sus dos amores…
De visionado obligatorio en institutos, por aquello de que conozcan los más jóvenes nuestra historia y literatura, y de disfrute generalizado a cualquier edad.
Bravo. Y Olé.