LA BRUJA: terror gótico a ritmo pausado
Que el inocente juego que podríamos denominar «Cu-cu… ¡tras!» que se le hace a los bebés simulando que uno está escondido en sus propias manos, para instantes después descubrirse a sí mismo y ver la sonrisa del niño al que se lo hacemos acabe sin la diversión de éste porque al salir del aparentado escondite el pequeño haya desaparecido, no es precisamente lo que uno espera cuando lo inicia, pero es lo que le ocurre a Thomasin cuando lo practica con su hermanito recién nacido.
Así comienza La bruja, una de las sensaciones del último festival de Sitges que provocó un entusiasmo casi unánime pero que más tarde, en la presentación de la programación de la Muestra Syfy celebrada en Madrid hace un par de meses, ya no gozaba de tanto respaldo. La película nos habla de una familia de colonos cristiana en la Nueva Inglaterra de principios del siglo XVII que se traslada a vivir al lado de un bosque regentado por fuerzas malignas. La desaparición del bebé será la primera de las muestras de naturaleza sobrenatural a las que el matrimonio y sus cinco hijos se van a tener que enfrentar.
La pregunta ahora es por qué este film genera tantos sentimientos encontrados, y la respuesta la situamos en la escasa equivalencia que existe entre su clasificación como cine de terror y las características del género que se muestran a lo largo de su desarrollo. Dicho de otra forma, lo que ocurre en la película puede ser terrorífico pero el modo de mostrar los hechos está muy alejado de lo que se espera de una película de estas características. Que su tempo pausado corresponda más a un film intimista, que la cinta muestre el fanatismo religioso en que la familia vive o que las manifestaciones de posesión no tengan como consecuencia la expulsión de puré de guisantes, que fue como se hizo el famoso momento en la mítica El exorcista, puede, a priori, restarle puntos a una película que merece contar con todos.
Porque no todas las películas de terror son iguales ni han de ofrecer el mismo tratamiento. No todas tienen persecuciones del asesino en serie bajo una lluvia torrencial ni un susto al final de un pasillo que se atraviesa con cuidado a la luz de una vela o sin luz alguna. En esta ocasión la fuente del miedo es más tangible de lo que parece a nivel de imaginería, pero todo en el film queda más sugerido que mostrado, algo que aunque no nos guste demasiado porque el morbo es muy humano, resulta más perturbador e inolvidable.
La bruja es un cuento gótico y deja claro que está basado en los relatos de quienes sufrieron esas mismas experiencias, en las declaraciones literales de cuanto aconteció por entonces. Nada de lo que vemos en la película es inventado y por lo tanto, además de encontrarnos ante un film que es a la vez inusual y excepcional también es testimonial. Y por si fuera poco, el director, Robert Eggers, cierra su ópera prima con uno de los momentos más poderosos que hemos visto en el cine reciente.
Silvia García Jerez