LA BODA DE ROSA Bollaín, comprometida consigo misma y con los demás
Inaugurando el Festival de Málaga se estrena La boda de Rosa, la última película de Icíar Bollaín. Una comedia tan natural y positiva como el verano, que trae una simpática y regeneradora historia familiar celebrando el amor propio, los cambios vitales y la verdadera escucha.
A punto de marcharse al sur, estuvimos charlando con la directora y un reparto cómplice que emanaba cercanía y profesionalidad.
La Boda de Rosa es de esas cintas sencillas y en apariencia pequeña, que esconde un elaborado trabajo de corte y confección para un guión como la vida misma, junto a unas interpretaciones más que inspiradoras.
Un relato de valentía sobre la dificultad de ser uno mismo, aprendiendo a renunciar a lo que no seremos, o a enfrentarnos a los cambios que implican llegar a serlo.
Dentro de una familia algo disfuncional y muy mediterránea, Rosa, con novio reciente, 45 años cumplidos y siendo ya abuela, anuncia por fin que se casa. Aunque su enlace será tan personal que terminará comprometiéndose consigo misma, liberándose de paso, de esos roles heredados de mujer, hija, hermana y hasta madre entregada que siempre la han tenido a la carrera de sus sueños y necesidades, relegándola a un segundo plano, incluso entre las bambalinas de su trabajo como costurera teatral.
Esa Rosa vestida de rojo y reflejada desde todos los ángulos ante la celebración de su propia boda. Esa Rosa que ha decido dar al botón nuclear por todo lo que puede pasar, o pueda pasar de largo, detonando así las demandas de los demás y los cambios en todo su entorno.
Rosa es Candela Peña, y no podía ser otra, en un personaje a medida que supera cualquier expectativa.
Y no crean que ando desvelando el chimpún de la trama, pues el trailer resulta tan transparente como el mismo filme. Que no es sólo que Rosa se casa, sino todo lo que genera en sí misma y a su alrededor, mientras Bollaín nos cuenta de soledad, empatía, generosidad, ilusiones rotas, coraje y responsabilidad con nuestra propia vida.
Sin ir de frívola en época de selfies, ni de vanidosa enfermiza, excesiva narcisista o salvadora ególatra, ni por aquello de “buey sólo, bien se lame”, o por haber abandonado calabazas en la cuneta…
La boda de Rosa es más modesta, más de andar por casa, carente de terapias y soliloquios aún cuestionando lo que no se ve, o se ve sólo en los sueños.
La sologamia, el auto-matrimonio -que ya aparecía en Sexo en Nueva York– no vale tanto par nuestra Rosa, cuando el ‘sí, me quiero… y prometo ser desobediente, y cuidarme, y perdonare hasta…’ es lo que verdaderamente hay que celebrar, buscando en todo momento, el momento de ser escuchada, reafirmarse, compartirlo y mostrarlo en una ceremonia tan representativa, en un ritual tan determinante como una boda.
Como una costurera necesita su dedal…
Desde la comedia, amable y tierna, y desde Valencia, con esa luz y las paellas en familia, Bollaín traspasa el costumbrismo entre sonrisas y alguna lágrima.
Con momentos brillantes, hermanados y hasta algún toque berlanguiano, La boda de Rosa se apoya en un reparto que funciona como un buen mecano, sin fallo alguno.
Encontrándonos con la hija (estupenda, Paula Usero) recién llegada del extranjero y a punto de re-ubicarse con mamá, a punto de repetir el modus familiar. Como también le ocurre al patriarca (el gran Ramón Barea), buscando la compañía de su hija menor, ahora que es viudo, mientras evita la de su primogénito, de nombre Armando (siempre convincente, Sergi López), organizando siempre lo que nadie le pide, por no ocuparse de lo suyo. Y menos, ante su otra hermana (Nathalie Poza, más cómica que nunca y formidable en el retrato de una mujer triunfadora con botella de fondo), que como buena borracha es quien dice la verdad; a los varones de la familia y a su querida Rose -con cariño y en inglés-, animándola a finiquitar lo que ha tenido el valor de empezar.
Es un gozada ver cómo se suceden los encuentros y desencantos de esta familia que aún queriéndose, no sabe ayudarse ni escucharse.
Y es todo un disfrute ver como La boda de Rosa se compromete igualmente con su directora y su propia filmografía -como mujer y cineasta-, recuperando el tono y la identidad de sus anteriores películas, más personales, adelantándose también a nuevas realidades como en Flores de otro mundo y en su sorprendente inicio con Hola, ¿estás sola?, que marcó a toda una generación y propició el comienzo del enlace Bollaín-Peña.
Luego llegó Te doy mis ojos, un drama maduro y brillante, sin enjuiciar y desde todos lados del abuso. Y hasta hace poco, los trabajos del tándem formado con su pareja, Paul Laverty, más cercano al estilo de Ken Loach, nos mantenía siguiéndola.
Ahora, como Rosa, se casa consigo misma. Y no se equivoca.
Deseamos que sea por mucho tiempo.
¡Y celebrémoslo yendo al cine!
Mariló C. Calvo