GREEN ROOM: tensión sin paliativos
Ir de bolos con tu banda de rock adolescente donde te salga un concierto, compartir caravana con tus compañeros y echarte unas risas en el camino antes de ponerse serios a la hora de dar lo mejor en el escenario parece un plan insuperable y un sueño para cualquiera que se dedique o quiera dedicarse a la música.
Lo malo llega cuando de repente, y sin querer, sois testigos de un asesinato y la pandilla de Skinheads que lo ha cometido os deja a todos encerrados en la habitación en la que se espera turno para actuar y de la cual, quien salga se enfrenta a una lucha a muerte por la supervivencia. Y hay que salir, porque no se van a quedar ahí…
Green room, nombre técnico de esa habitación para artistas en la que los protagonistas quedan atrapados, y título de la película debido a la circunstancia, podría resumirse de esa manera. También de esta otra: se trata de una película en la que la tensión va creciendo, sin paliativos, se va volviendo asfixiante mientras aumenta la violencia, a medida que la necesidad de escapar, a ser posible con vida, apremia.
Perros que muerden, cúters que cortan, peligrosas katanas, sencillas y mortíferas pistolas, todo vale para defenderse, no importa en qué bando se esté. La única meta es vencer al contrario por muy accidental que haya sido todo.
Imogen Poots, del lado de la banda de rock punk, y Patrick Stewart, por parte de la de los Skinheads, son los rostros más conocidos del enorme reparto. A la primera la hemos visto en 28 semanas después, apreciadísima secuela dirigida por Juan Carlos Fresnadillo de la sensacional 28 días después, de Danny Boyle, o en el remake de Noche de miedo que protagonizó Colin Farrell.
Patrick Stewart no necesitaría presentación, privilegios de haber interpretado al capitán Picard en Star Trek y al profesor Xavier en X-Men, si no fuera porque su Darcy de Green Room es tan discreto y comedido en sus formas que resulta difícil reconocerlo. Pero se agradece que de vez en cuando las estrellas de los blockbuster intervengan en películas pequeñas en las que, por mucho que su prestigio alimente el del film cuando lo apoyan con su presencia, no dejen de ser secundarios admirables en ellas.
A España llega con un año largo de retraso con respecto a su estreno en su país de origen, los Estados Unidos de América, y quien no la haya descargado ya, presa de las prisas por verla ante la falta de copia en los cines, tiene la oportunidad de disfrutarla en pantalla grande, de sentir, junto a los chicos encerrados, la adrenalina que se genera cuando el espectador, desde su butaca, se pone de parte de los buenos y los anima para que consigan su objetivo.
Silvia García Jerez