GENTE QUE VIENE Y BAH: Entretenimiento de guante blanco
Lo primero que llama la atención de Gente que viene y bah es su título. Es prodigioso. Y mucho más si ese Bah se dice con desprecio, no como el Va que sería propio de la conocida expresión. Ni en la película ni en la publicidad de la misma se pronuncia de esa manera, pero está claro que su intención indica ese sentido.
Gente que viene y bah es la segunda adaptación a la pantalla grande de una novela de Laura Norton, autora de la decepcionante No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, que por cierto, es otro título glorioso, admitámoslo.
Ambas comenten, como películas, el mismo error comercial: utilizar tramas personales de las que se ha abusado tanto en telenovelas que no resulta atractivo verlas también en las películas. Pero Gente que viene y bah contiene un acierto que aquella no tenía: ser mucho más emotiva y llegar a nuestros sentimientos con una ternura especial, sin ponerse, además, ni melosa ni condescendiente.
Gente que viene y bah es la historia de Bea (Clara Lago), una arquitecta que decide volver a su pueblo para aclarar sus ideas respecto a la relación con su novio, un compañero de trabajo que la ha traicionado con otra. Allí se reencuentra con su familia, su madre (Carmen Maura), una mujer con un don para saber si alguien está enfermo, no para curarlo, o sus hermanas, una alcaldesa de izquierdas que tiene al pueblo en contra y una chica que acaba de ser madre… para su desgracia.
Y entre tanta locura, conoce a Diego (Álex García), un padre con una triste historia a su espalda que está en conflicto con su familia por la construcción de una casa en un árbol, sueño infantil de Bea que por fin podría convertirse en realidad de no ser por este personaje, vecino de la joven arquitecta, muy a su pesar.
Lo descrito en el argumento de Gente que viene y bah fácilmente podría identificarse con el que abunda en los telefilmes si no fuera por su pomposo reparto, lleno de caras conocidas, caso de la de Clara Lago o las de Alexandra Jiménez, Álex García o la mismísima Carmen Maura, de quien parecía que el cine español se había olvidado casi por completo.
Lo cierto es que si nos quitamos los prejuicios que pudieran indicarnos que estamos ante una comedia del montón, es una cinta que sin dejar de lado muchos tópicos del género, no hace peor uso de ellos que otros films sin salvación posible. No se trata de una gran película pero las hemos visto peores.
Sí, es verdad que pone un foco innecesario sobre personas a las que el género tiende a maltratar, pero también lo es que hay cintas en las que ambos, y no especifico para no contar uno de los giros fundamentales del guion, han salido peor parados en otros títulos. Aquí tienen una dignidad que otras películas ni se plantean darles.
Además de este acierto en el tratamiento de estos colectivos, está la grandeza de que hayamos recuperado, y ojalá que sea de manera más definitiva, más continuada, a Carmen Maura para nuestro cine.
Su personaje, Ángela, es uno de esos que un actor no puede dejar pasar, y que si tiene la suerte de que lo interprete un talento como el de Carmen, le aportará una ternura indescriptible. Ese momento en el que le dice a una de sus hijas que ella solo le da disgustos si llora se siente como un abrazo, como algo reconocible en una figura materna. Una delicia.
Carmen Maura entra en escena y se adueña de ella. Ilumina la pantalla de tal forma que lo eclipsa todo y a todos. Gente que viene y bah es una comedia coral en la que ella es el faro que guía al resto. Y lo hace con la facilidad de los maestros, con la brillantez de alguien con oficio ante la que la cámara se rinde, porque es lo único que se puede hacer ante su presencia. Y su trabajo confirma que el cine la necesita. Y los espectadores también.
En su conjunto, Gente que viene y bah es un ejercicio de cine mayoritario lleno de situaciones simpáticas, con algún que otro mensaje envenenado en el que el buenismo no tiene cabida, y con un catálogo de personajes reconocibles con los que sentirse más o menos identificado. Un entretenimiento de guante blanco que tal vez no pase con letras de oro a la Historia del cine pero que sirve para justificar una tarde entregada a una película capaz de divertirnos y emocionarnos a partes iguales.
Silvia García Jerez