EL PODER DEL PERRO: Angustia en el paraíso
El poder del perro es la película con la que Jane Campion vuelve al cine, y lo hace por la puerta grande. Tras más de una década sin rodar para la gran pantalla, Netflix le ha dado carta blanca para que adapte la novela de Thomas Savage que tanto tiempo llevaba queriendo dirigir.
Campion alcanzó la fama en 1990 gracias a Un ángel en mi mesa, película que recorrió con éxito festivales como el de Venecia, Nueva York o Valladolid, y se convirtió en un film de culto. Con su siguiente trabajo, El piano, en 1993, logró crear un acontecimiento mundial de tal calado que aún hoy su obra se compara con aquella película que le dio el Oscar a la mejor actriz a Holly Hunter y el de mejor actriz secundaria a una niña que por aquel entonces empezaba a despuntar en la industria: Anna Paquin.
A partir de ese título la carrera de Jane Campion ha sido más bien irregular, con otros que no tenían la calidad que se esperaba de ella, caso de Retrato de una dama o Holy Smoke. Incluso su intento de que Meg Ryan saliera de su encasillamiento habitual de reina de la comedia romántica llevándola al terreno del thriller erótico dio como resultado una de las películas más fallidas de su año.
Desde Bright Star, su último trabajo, que data de 2009 y no es demasiado recordado, no había estrenado nada en los cines, y este 2021 dejó a la crítica que acudió al festival de Venecia extasiada con su regreso a ellos, ganando además el León de Oro a la mejor dirección. Aunque hay que aclarar que El poder del perro es una producción de Netflix y, salvo un tiempo muy limitado en los cines, donde se estrenó el pasado 19 de noviembre, únicamente va a estar disponible en la plataforma a partir del 1 de diciembre.
El poder del perro cuenta la historia de dos hermanos, Phil (Benedict Cumberbatch) y George (Jesse Plemons), muy distintos entre sí. Dueños ambos de un rancho en la Montana de 1924, Phil es un ranchero carismático e ingenioso que impone respeto con su sola presencia, y George, más callado e introvertido, no aprueba casi nunca su actitud prepotente.
Cuando los dos conocen a Rose (Kirsten Dunst), la viuda que junto a su hijo Peter (Kodi Smith-McPhee) les sirve la comida en una de las salidas que los rancheros hacen con las reses, el trato de Phil hacia el amanerado hijo de Rose no es el más elegante. Por eso, al casarse George en secreto con ella y llevarlos al rancho, no son bien recibidos y Phil les hará la vida imposible.
Y lo cierto es que Jane Campion logra que nos sintamos incómodos con Phil en escena. Estando él presente nos intimida también a nosotros porque no sabemos de qué es capaz. Y su acoso continuado es tan sutil que congela la sangre como si hubiera dado un bofetón. Lo suyo es más psicológico. Hasta tal punto es así que simplemente con que silbe nos preparamos ante lo que pueda venir.
Benedict Cumberbatch siempre ha sido un actor peculiar. Las elecciones de las películas en las que ha participado han sido algo discutibles, y dentro de ellas sus personajes no han tenido el carisma que él si posee, sello Marvel aparte porque el entretenimiento a gran escala de la productora de superhéroes es un microcosmos en sí mismo que no suele ir aparejado de prestigio dramático.
Recientemente le ha ido dando un giro a su carrera con los contundentes aciertos que han supuesto su participación en 1917, en la magnífica El espía inglés y en la magistral El mauritano, tres interpretaciones brillantes que eran el preludio al descomunal trabajo que realiza en El poder del perro.
Desde su aparición en el film ya merece el desprecio que el personaje se gana. Su Phil es un tipo antológico, pero en el sentido más negativo posible. Un villano que se apodera de la pantalla para no soltarla hasta que entendemos que tiene una causa que justifica su maldad.
Cumberbatch borda aquí un personaje oscuro que parece que haya sido escrito para que él lo encarne. Sus miradas, su voz profunda y espectacular, su empeño en quedar siempre por encima de los demás, de ser el más gracioso incluso si su humor ofende, ese prototipo de hombre tóxico con el que es mejor no pasar ni medio minuto es el protagonista de esta historia.
Y claro que duele su presencia, en contraposición con la aparente ingenuidad de Peter o con la bondad de Rose. Un trío tan diferente entre sí que la narrativa que hila sus presentes hace imprescindible centrar la atención en los detalles, tanto de lo que hacen como de lo que los rodea. Y en la psicología de cada uno de ellos. Nada es casual en El poder del perro. Ni siquiera las sombras en el paisaje lo son.
Benedict Cumberbatch y Kirsten Dunst estuvieron todo el rodaje sin hablarse. Jane Campion lo quería así y lo aceptaron por el bien del resultado. Tampoco Cumberbatch dejó de fumar para asumir mejor a Phil entre toma y toma. En la vida real ya no era fumador pero volvió a serlo para darle mayor credibilidad a su monstruo. Y ha logrado que admiremos lo que consigue, porque ese Phil es el mejor trabajo de su carrera y acaba siendo una de las interpretaciones más memorables del cine reciente.
Pero por muy bien que estén los actores en la película, todos ellos sin excepción, El poder del perro no es solo un ejercicio rendido a ellos. No hay un solo apartado que no merezca reconocimiento. La fotografía es de una belleza atronadora, la dirección artística una delicia, la banda sonora de Jonny Greenwood, quien aún tiene en cartel su inquietante partitura compuesta para Spencer, sencillamente colosal.
La dirección de Jane Campion es portentosa. No hay un solo plano mal ejecutado. Sus encuadres son un prodigio y el tempo pausado una maravilla reflexiva que nos introduce con cariño en el universo de la historia, el mismo cariño que ha puesto el equipo, tanto técnico como artístico, en que el resultado sea el requerido. Los acertados capítulos en que Jane divide la película, con elipsis apabullantes que nos marcan unas veces el paso del tiempo, otras, sutilmente, los momentos que impactan a los personajes… todo en El poder del perro es perfecto.
Y pese a todo, es complicado enmarcarla en un solo género. El western es el fácil. Rancheros en la Montana de principios del pasado siglo, las montañas que determinan los comportamientos de quienes las habitan, no tanto por ellas mismas como por el hecho de que si te rodea un paisaje rudo has de comportarte de acuerdo a las normas intrínsecas que se derivan del lugar. Las reses. Todo indica que el western es el marco en el que moverse.
Pero el drama también está ahí. Incluso más presente. Las montañas son un paisaje y el duelo no tiene lugar con pistolas, sino con música. Mi música por encima de la tuya. Un banjo ha de adquirir más potencia que un piano de cola. Incluso un silbido puede paralizarte. Las notas son el puñetazo. No hay mayor drama que no poder defenderse de una bonita melodía. Y menos cuando le has puesto música al cine mudo. Pero ahora la muda eres tú.
Jane Campion retrata como nadie la angustia en el paraíso. El horror de rehacer tu vida para no poder vivirla. Pero esa angustia es mutua aunque no se demuestre de igual manera. La nueva familia de su hermano también pone la vida de Phil del revés. Y más que enfrentamiento con el mundo lo que le espera a Phil es el duelo consigo mismo. Ser el rey no implica disfrutarlo. El verdadero yo sale a la luz cuando no hay ante quién brillar, cuando también tu cuarto se queda a oscuras.
Jane Campion vuelve superándose a sí misma, llegando a un terreno que no había pisado antes, el de la genialidad sin discusión, el de la ausencia de polaridad, el del consenso en lo sublime. Si entonces El piano generó opiniones contradictorias, ahora El poder del perro se alza entre las laderas para alcanzar la cumbre sin obstáculos.
Silvia García Jerez