DÉJAME SALIR: las paradojas de lo inesperado
Déjame salir es una de las mejores respuestas que podría darnos Hollywood a la pregunta de si su industria, tan herida artísticamente debido a las ansias de conquista de taquillazos fáciles a base de reiteraciones continuas sobre productos tantas veces explotados, es capaz de ofrecerle al público algo original que sin una cantidad desmesurada de efectos visuales se fije más en el guion y en un resultado que deje satisfecho a quienes se acerquen a él.
Una película que ha costado 5 millones de dólares y que ha recaudado más de 170 en los Estados Unidos es digna de estudio, de plantearse qué hay detrás de ella para que, dadas las cifras, se haya convertido en un fenómeno capaz de superar al filme que devolvió a M. Night Shyamalan a la primera línea de directores de prestigio, La visita, que costó exactamente lo mismo, y obtuvo cerca de 100 millones.
Sencillez, humor y originalidad. Una receta que no suele fallar y que el guionista, Jordan Peele, también su director, dispone como base sobre la que situar el resto de elementos, empezando por actores no demasiado conocidos, caso de Daniel Kaluuya, visto en Sicario, de Denis Villeneuve, o de Allison Williams, quien acaba de triunfar también con Girls, la serie de la HBO.
Chica sale con chico y chica quiere presentar al chico a sus padres. Con el pequeño matiz de que éste es de raza negra, con lo que tal circunstancia supone para el país en el que, y eso lo deja claro porque es necesario, ya no gobierna Obama. El chico acude a la cita en el que resulta ser un barrio donde, curiosamente, están despareciendo negros. Tratándose de un film de terror, cualquier cosa que ocurra una vez traspasemos los dominios familiares de los padres de la chica no debería extrañar lo más mínimo.
Se ha dicho más de una vez que en el cine ya está todo contado, que la originalidad solo consiste en acercarse a las historias dándoles un nuevo enfoque, y tal vez sacando de ellas una conclusión que no esperabas, porque la ruta desconocida te puede llevar a una cascada que no venía en el mapa.
Al planteamiento que ya tenía la película de Stanley Kramer Adivina quién viene esta noche, aquella joya de 1969 con Spencer Tracy y Sidney Poitier en la que una jovencita le presentaba a sus padres a su novio de color, se unen, entre otras referencias más o menos reconocibles, el humor de Señales, de Shyamalan, las malas vibraciones que daba La invasión de los ultracuerpos, el remake de Philip Kaufman de La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, o incluso destellos que pudieran recordar al mundo oscuro que contenía ese clásico inédito en nuestras pantallas que era Under the skin, de Jonathan Glazer.
El actor y comediante Jordan Peele reúne, para su ópera prima, referencias varias del género de terror y les da una personalidad propia, de modo tal que uno vea Déjame salir con los ojos asombrados de quien esperaba una cosa con la que no se encuentra. Del film manido que suele venir de la mano de aquello en lo que no se confía a la película a la que se le va dando una oportunidad a medida que encontramos el aura fascinante que acompaña a lo que está bien contado solo hay un paso: decidirse a verla.
El pobre Chris, a cada minuto más extrañado con todo lo que pasa en la lujosa mansión de los Armitage, va aumentando sus suspicacias a medida que va uniendo los puntos clave de cuanto va descubriendo en ese hogar, maldito hogar.
Déjame salir es una película llena de paradojas. La primera de todas es que a pesar de sus excelencias no sea redonda. Decir de ella que es una película original y entretenida no la convierte en una gran película y confirmar su condición de ‘sleeper’ (cinta que pese a su bajo presupuesto se convierte en un fenómeno) no le otorga el derecho instantáneo a protegerse de peros con la excusa de enarbolar esa etiqueta.
Así, más de uno afirmará que no hay justificación alguna en el revuelo que está causando cuando no deja de ser un relato previsible en una narración cuya fórmula hemos visto ya en otros títulos. Pero aquí llega otra paradoja, y es que la visión que da de la raza negra es sumamente inusual con respecto a lo que teníamos en mente al entrar a verla.
La cita del ex presidente Obama nada más comenzar la película, que funciona como toque humorístico pero que sirve de pista para lo que vendrá luego, no hace sino guiarnos por un sendero que nos fuerza a replantearnos el mensaje del conjunto. Y es muy curioso que una película de terror sirva como vehículo para plantear algo tan serio como lo que el film propone.
Tal vez por la profundidad en la que Peele nos arroja, literal y figurativamente hablando, usando para ello un género que inicialmente no está concebido para conclusiones tan brutales, sino que más bien suele proporcionar únicamente la diversión de un estrés del que somos testigos pero que solo afecta a las víctimas de la ficción en la que ocurre, su director se haya convertido en objeto de deseo de grandes compañías y ya se haya asociado con J. J. Abrams para producir un drama sobrenatural para la HBO, Lovecraft Country, basada en la novela de Matt Ruff.
(Atención: este último párrafo contiene spoilers) A esto hay que añadir que Peele acaba de rechazar, de entre los grandes proyectos a los que ya puede acceder, dirigir una nueva versión de Akira para la Warner Bros.. Pasaría del presupuesto de los 5 millones de Déjame salir a los 20 más que una superproducción le permite tener. Pero él quiere rodar material original, y se nota. No es tradicional que los enfrentamientos del bueno contra el malo se resuelvan en menos de veinte minutos de tediosas y aburridas peleas, y Peele, paradójicamente de nuevo, nos muestra que hay otra manera de resolver las cosas. Solo dándole la vuelta a lo conocido se alcanza una perspectiva diferente. Por eso Déjame salir resulta tan admirable.
Silvia García Jerez