De terapia con MAR COLL y GONZALO DE CASTRO
Matar al Padre es la historia de una familia y un retrato de nuestro tiempo, pero también el de un personaje como de otra época, desfasadamente autoritario y con un amor por sus seres queridos mal entendido, de pesadillas…
¿Cuáles han sido los retos al concentrar 16 años en 4 horas?
MAR COLL: La idea de que pasara el tiempo formaba parte de la misma película. Como ese personaje central de padre obsesivo, que cree que puede controlar su vida y proteger a su familia. Queríamos ver si eso, es o no posible. Y obviamente no lo es, porque la vida es imprevisible y te lleva por caminos insospechados. Así que, básicamente, planteamos este proyecto como la historia de una derrota, de una decepción; con lo cual, había que plantear el pasado del personaje y el paso del tiempo, viendo lo que piensa en un determinado momento y lo que verdaderamente pasa 16 años después. Y le pasan cosas buenas y cosas malas, pero él lo vive todo todo con mucha frustración porque hubiera querido evitar cualquier desgracia o tragedia… Por eso es un personaje empático y nos podemos identificar con él, porque de alguna manera, todos quisiéramos que no ocurrieran desgracias. Sin embargo, forman parte de la experiencia vital… Entonces sabiendo que queríamos confrontar el paso del tiempo, empezamos por el máximo esplendor económico del ’96, cuando todo funciona, hasta el momento de la crisis financiera en el 2012. Pero una frustración tampoco puede controlar el devenir social y económico de un país, ya que forma parte de lo incierto de la vida… Yo quería trabajar sobre las elípsis, cuando te haces una proyección y te imaginas hacia dónde puede ir un personaje, pero la gracia era también que pensaras que tiraría por un lado y la vida, sorprende. He encontrado muchos retos al hacerla, pero es un lujo los tiempos con los que hemos contado, como los dos años para escribir el guión.
Y para ti, Gonzalo, ¿cómo fue el reto ante un personaje casi inmóvil por carácter?
GONZALO DE CASTRO: El paso del tiempo está muy definido; hay una peluca que aparece y desaparece, un teñido de pelo, un maquillaje y un cansancio en el cuerpo, que se acentúa según el capítulo que se rodaba. Pero lo que suelo hacer mucho, es leer mucho el guión. Porque si tienes el guión bien asimilado y el trabajo bien definido, consigues el raccord emocional de lo que tienes que hacer en cada momento, sabiendo dónde estás y hacia dónde vas… Por generación, por la edad que tengo ahora y la que tiene el personaje tenemos algo, tenemos una cosa cercana. Así que tampoco me he tenido que ir muy lejos para buscar los mimbres de Jacobo; todos somos hijos de alguien y aunque yo no conservo fotografías –ninguna-, mi hermana Eva –una de mis cuatro hermanas-, sí. Y cuando un día le pedí un álbum de fotos, al observar os cumpleaños, comuniones, bodas, bautizos… Viendo esas caras en esas fotos, encuentras todo. Y ahí me di cuenta de que mi padre realmente era un Jacobo Vidal, pero su hermano también, y que yo había vivido con y como Jacobo Vidal, con esa manera de ser, con esa masculinidad absurda de los padres de aquella época, que en los ’70 y ’80 intentaban hacer un mundo mejor. Ahí me fui recreando y luego, sobre todo; guión, guión y guión.
Matar al padre encierra algo de manual de paternidad y mucho de terapia, de psicoanálisis.
Ser padre es ser imperfecto y los manuales, en fin. Pero es que Jacobo es más que imperfecto, roza algo más grave y nos interesaba que el miedo fuera el motor de su vida… A mí siempre me han interesado mucho las depresiones y esos personajes disfuncionales, a nivel casi patológico, que no suelen estar muy representados en el cine y me parece que son mucho más frecuentes de lo que pensamos… Y nos interesaba vincularlo a la paternidad -de la que tampoco se ha hablado mucho-, desde ese miedo que hay que reprimir al ser padre para dar espacio a los hijos. Pero claro, cuando hay este tipo de personaje que lo genera es un entorno tóxico, pervirtiendo el espacio de los que le rodean, es imposible no cargar con una tremenda herencia.
G. DE CASTRO: Nadie puede sustraerse de su propio pasado, de su historia personal.
M. COLL: Y con un padre así es imposible. Imposible. Y eso lo teníamos clarísimo. Queríamos crear un ambiente tóxico y transmitir esa idea de la herencia… En la serie y a su manera, los hijosrepresentan al padre; Tomás ha heredado el miedo y Valeria, la agresividad. Pero ambas son formas lógicas de defenderse, de poder vivir, porque si tienes un padre que te grita, lo normal es que aprendas a gritar… Mantuvimos esa idea creando también un ambiente de violencia. Hay magullados y puñetazos, y los personajes aparecen con collarín, arañazos, parches… Queríamos que fuera una apuesta extrema junto a un tono incómodo; este tipo de personaje genera un ambiente que lleva al borde de la quiebra a tod@s a su alrededor.
Pero de alguna manera, terminas justificándole en esa catarsis final que aunque muy dura, va con moraleja. Y ya en el segundo capitulo, vas perdonándole cuando somatiza toda esa toxicidad al sufrir un herpes en el ojo que sólo remite cuando cuida de alguien –que no es de ese familia, que ya no le hace ni caso-. Parece que él resuelve su pasado, pero no cambia; son los demás quienes tienen que hacerlo por él y sus neuras.
M. COLL: Cuando construyó un personaje quiero que sea comprensible, para que puedas entenderlo y se pueda reconocer. Yo creo que perdono al personaje porque la frustración que siente Jacobo cuando ve a su nieto, tan pequeño y tan frágil, ese hijo de su hijo, le vuelve su gran miedo; la fragilidad. Además el hombre tiene que ser fuerte, pero él sabe que no lo va a poder proteger. Y empatizas finalmente con él porque cuando ves un bebé piensas, ‘ojalá le vaya bien’. Esa misma fragilidad que sufre cuando ve a su padre en el hospital y apenas puede respirar. Esa fragilidad que no soporta y surge en ese amor de protección que también es imponer su criterio. Y Jacobo sufre porque tiene que asumir que los accidentes pasan, aunque su lema se que pero si tú estás atento no te mueres. Pero claro, la vida es incierta y el mundo es hostil, como dice. Y los accidentes pasan -como el de moto del chaval del principio, que para él no pueden ocurrir así, sin razón– aunque culpe al padre que compró la moto y hasta a la lluvia. Pero esa frustración es parte de la condición humana y por eso lo entendemos y perdonamos.
G. de CASTRO: Jacobo tiene también un trazo muy noble y se deja querer. Al final hay ternura en ese señor; en el fracaso, en el intento. Y lo llegas a humanizar un poquito en ese final, que es la guinda.
Igualmente se trata en la serie del eterno salto generacional y la necesidad de adaptarse a los cambios, que Jacobo tampoco sabe aceptar.
M.COLL: Dentro de las frustraciones de este personaje está su efecto como controlador; el querer dominar continuamente. Pero cuando te haces mayor, pierdes fuerza física, y además Jacobo pierde también empoderamiento porque pierde dinero. Ya no es una persona importante en la sociedad y al hacerse mayor entiende menos en lo que se ha convertido el mundo; le cuesta entender que las prioridades de la gente joven han cambiado, y no puede soportar no entenderlo. Si se añade la crisis económica, algo en lo que él siempre ha creído como seguro, es duro descubrir que lo que parecía sólido para siempre es de mentira y el futuro se ha desmoronado… Yo pienso que es un proceso difícil de evitar. Yo, que me veo como con una vieja prematura y conservadora, entiendo perfectamente que cuando te haces mayor es imposible no sentirse apartado, fuera del núcleo donde pasan las cosas. ¡Y le pasan a Jacobo, a un tío, a un hombre que quiere tener el control! Eso es lo interesante; cuando le sacas de dónde ocurren las cosas y le pones a un lado. Y entre esas cosas que le pasan hay un cambio generacional, donde las cosas se hacen de otra manera; cosas que él no había anticipado, ni estaban en su programa.
Siempre muestras traumas sin basarte en la auto-terapia, según has dicho. ¿Consultaste a psicólog@s para el desarrollo de los personajes?
M. COLL: Parto de la observación de la realidad. Valentina y yo partimos de la observación continua. Nos conocemos desde pequeñas ¡y no sabes la cantidad de horas que nos hemos tirado, hablando y hablando de la gente! Y cómo es, y fíjate cómo puede hacer eso… Es mi mejor amiga desde que somos dos niñas y nuestro deporte favorito siempre ha sido observar, hablar de la gente y reconocernos. Desde que tenemos uso de razón hemos diseccionado a padres, tíos, hermanos, primos… ¡No puedo ni explicar el palique que tiene Valentina! Es así: nos hemos dedicado a analizar y entender los comportamientos. ¡Y año tras año! Porque claro, van pasando cosas y las opiniones cambian. Y entonces, ahí, eres capaz de reconocerte en los demás porque lo tienes un poco dentro.
G. de CASTRO: Su especialidad es la familia, sin duda.
M. COLL: Pero no tengo traumas. Por eso, para mí, es más interesante plantear personajes con carencias, con problemas aunque yo no tenga una familia problemática. Me encuentro más acogida con estos personajes con traumas que con los que son muy virtuosos, como los héroes más clásicos, que para mí son inaccesibles… Me puedo sentir cerca de la frustración de Jacobo porque se mueran los niños; yo esto lo comparto. Y que esté enrabietado, incluso en las contradicciones que a veces lo parecen, son cosas que marchan y se entienden.
La música aligera todo este drama. ¿Cómo la planteasteis? ¿Estaba decidida desde el guión o fue en el montaje según veías el resultado?
M. COLL: Fue una combinación. Estaba claro que íbamos a utilizar como unas cortinillas musicales, alegres, pero en el montaje se decidió dónde aligerar más, buscando algo que no fuera muy denso.
Una pena no hablar de segunda temporada porque tiene un final perfecto.
G. de CASTRO: ¡Ojalá!
M. COLL: Yo no lo veo; la veo cerrada. Cuando llegas al último capítulo, ¿podría seguir con estos personajes? Quizás, el hijo que ahora es padre podría matar al hijo; de alguna manera, pasa de estar sometido por el padre a estar sometido por el hijo… Sería una idea, pero sería otra historia. Lo que yo quería transmitir sobre el control, el miedo, los errores y su transmisión, ya está. De seguir, sería sin una dirección y lo que quería contar, ya lo he contado.
Al acabar de hablar, rompe el cielo -y la serie también termina con un aguacero-. Está siendo una primavera tormentosa, pero nos vamos a casa con un paraguas-escopeta (regalo promocional y parte del cartel) que nos servirá para estos chaparrones climatológicos y demás familiares.
Gracias, Matar al padre.
Mariló C. Calvo