COMANCHERÍA: Rotundo regreso de Jeff Bridges
Comanchería narra la odisea de dos hermanos, un ex convicto y otro divorciado con dos hijos, que pretenden mantener la granja familiar pero no tienen dinero para hacer frente a los pagos. Su única salida es ir robando los bancos de la zona e ir haciéndose con cantidades cada vez más grandes. Hasta que Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y sus hombres sean capaces de detenerlos.
Comanchería es como ya se conoce en castellano a un título que en su inglés original resulta ser Hell or high water, es decir, el mucho más coloquial Contra viento y marea, locución adverbial que hace referencia a la intención de los hermanos protagonistas de no dejar caer su rancho familiar por nada del mundo, ni siquiera por no tener dinero para salvarla.
Los robos que realizan para ir llevando a cabo su propósito, unidos a la historia familiar que hay detrás, recuerdan en muchos momentos a la gran película que cerró, por fallecimiento, la carrera de Sidney Lumet, allá por 1997, Antes que el diablo sepa que has muerto, uno de los trabajos menos recordados de aquel genio llamado Philip Seymour Hoffman.
Comanchería cuenta con un comienzo espléndido y por supuesto, con la entrada en escena de un Jeff Bridges haciendo méritos para llevarse todos los premios de interpretación secundaria del año, pero a ello le sigue una parte central en la que la acción parece detenerse, no avanza, y pesa.
Ese gran western que, a tenor del aura de leyenda con la que llegaba, prometía ser, bajaba un escalón y no llegaba a alcanzar las cotas esperadas, pero en el tramo final la cinta vuelve a subir hasta el punto de llegar a lamentar ese bache que no le permite colocar a la película entre lo mejor del año. Pero sí entre lo más destacable.
La aridez con la que se lleva a cabo la persecución de los ladrones, su sentido del humor, tan fino, unido a la crítica social que se vislumbra sobre todo en el personaje de la camarera, principal testigo de uno de los robos, y junto todo ello a la espectacularidad que supone ver al Ranger al que Bridges interpreta, es colosal.
El ganador de un Oscar al mejor actor por Corazón rebelde, pero conocido sobre todo por El gran Lebowski, no es nuevo en las películas del oeste: ya bordó en 2010 a su Rooster Cogburn de Valor de ley, remake de los hermanos Coen del film del mismo título dirigido por Henry Hathaway que le dio el Oscar a John Wayne. Aquí, en Comanchería, hace gala de un dominio de su profesión tan admirable que uno deduce que no es tan fácil brillar si no se ha nacido para ello.
Al igual que ocurriera con Sully, de Clint Eastwood este mismo año, o que pasará ya en 2017 cuando se estrene La autopsia de Jane Doe, tanto Tom Hanks como Brian Cox, al igual que Jeff Bridges, dejan claro que muchas veces más que por la estrella del momento una película resulta sobre todo admirable gracias al buen hacer que actores del mayor de los calibres son capaces de ofrecer.
Con esto no quiere decirse que ni Chris Pine ni Ben Foster, sobre todo este último, no den el perfil que sus papeles de hermanos protagonistas de la función requieren, cada uno con sus peculiaridades y sus distintas personalidades, es únicamente la muestra fehaciente de que hay películas en las que la denominación antigua de actor secundario, cambiada hace unos años en nuestro país por ese incomprensible ‘de reparto’, nunca ha sido peyorativa. Los secundarios, todos lo sabemos, son en tantas y tantas ocasiones, los mejores actores de las películas.
Comanchería es un film sobre la pobreza y la avaricia, un western que apasionará en los términos del género pero que como película se queda corta respecto a las expectativas creadas. Aun así es mucho más recomendable que buena parte del cine norteamericano que se estrena.
Silvia García Jerez