ARGYLLE: Un universo de realidad y ficción
Argylle (Henry Cavill) es un espía. Y no uno cualquiera, el mejor del mundo. Del mundo literario creado por Elly Conway (Bryce Dallas Howard), una mujer solitaria, que siempre quiere estar en compañía de su gato Alfie. Sus novelas sobre el personaje tienen una fama espectacular, pero ella no siempre se ha podido dedicar a escribir, de hecho lo hace desde que tuvo un accidente de patinaje que la apartó de las pistas, y ahora es una autora consagrada… a la espera de que se le ocurra algo para continuar su siguiente entrega.
Para superar su bloqueo decide ir a casa de su madre (Catherine O´Hara), con ella será capaz de inventar algo que haga de su nuevo trabajo algo brillante, pero de camino, en el tren, se ve envuelta en un incidente en el que conoce a Aidan (Sam Rockwell), un tipo desaliñado que asegura que se dedica al espionaje y que va así para no llamar la atención. No quiere ir por ahí como el típico espía bien arreglado que daría el pego como tal. Pero Aidan también sabe ir aseado y en la aventura que está a punto de iniciar junto a Elly lo demuestra. Una aventura, en efecto, porque desde el episodio del tren una organización los está persiguiendo y no va a ser fácil deshacerse de ella. Lo que sí es sencillo es saber lo que quieren: Elly, en sus novelas, ha escrito cosas que no son ficción y ahora quienes los siguen creen que ella tiene el acceso a los documentos que expondrían a la luz a una organización de espías real que está tratando, como ya pueden comprobar en su día a día, de impedírselo a toda costa.
Argylle es la nueva película de Matthew Vaughn, cineasta inglés responsable de la saga Kingsman, también de temática espía, y de la alabada Kick-Ass: Listo para machacar, o de Layer Cake: crimen organizado, su ópera prima, que data del 2004 y que protagonizó Daniel Craig. No ha dejado de trabajar con grandes actores, con estrellas incluso. En Argylle lo hace con Bryce Dallas Howard, con Sam Rockwell, ganador del Oscar al mejor actor secundario por Tres anuncios en las afueras, con Dua Lipa -que tiene una aparición, casi un cameo al comienzo del film-, con Ariana DeBose, ganadora del Oscar a la mejor actriz secundaria hace un par de años por la versión de Steven Spielberg de West Side Story, o con Catherine O´Hara, la madre de Macaulay Culkin en Solo en casa. Hay más nombres importantes pero ya hemos citado algunos que son auténticos ganchos para el espectador, y además, es divertido descubrir los que faltan mientras se está viendo la película.
Pero no sólo ir reconociendo al reparto forma parte de la diversión, Argylle en sí misma es un artefacto preparado y pensado para que el espectador se entretenga desde el comienzo, si bien es cierto que éste es un poco errático, con la ya citada escena del tren, bastante mal dirigida y peor coreografiada. Luego la película se endereza y consigue elevar el nivel hasta el que esperábamos de ella. No es una cinta redonda pero cumple con las expectativas creadas. También depende de cuáles se tengan, porque es algo reiterativa y aunque conserve un ritmo constante no siempre avanza como debe, se estanca en la acción y no evoluciona demasiado narrativamente hablando.
Hay que advertir también acerca de lo frenética que es. El estilo de Matthew Vaughn es ese, pero en este caso puede ser su mezcla entre realidad y ficción, que durante buena parte del metraje está cambiando de manera continuada, lo que lleve a confusión. Lo que Elly escribe frente a lo que ocurre fuera de sus novelas puede confundir a quien no esté muy atento al relato, pero para quien no suponga una traba lo cierto es que es un acierto dentro de este nuevo universo de espías.
El otro es su pareja protagonista, Bryce Dallas Howard y Sam Rockwell, que tienen una química fantástica, pero sobre todo es él quien centra las miradas. Es un actor prodigioso, capaz de brillar en cualquier género, comedia o drama, y aquí, en Argylle, verlo es un espectáculo. Está colosal. Podría haber sido un intérprete de cine mudo, menudo dominio del cuerpo y de la expresividad tiene. No es sobreactuación, aunque él tienda a ella, es que el tono de Argylle es puro slapstick. Recordemos que no sólo es una película de espías, también es una comedia, y pese a que como tal funcione menos, ese es el tipo de interpretación que nos brinda.
Lo malo de Argylle, que también lo tiene, es su duración (dos horas y veinte se antojan excesivas), sus muchos giros, demasiados, en parte porque hay que rellenar metraje, o su banda sonora, con temas ni demasiado conocidos ni muy bien utilizados. A ratos, Argylle es una película muy potente, con secuencias espléndidas, otros, aunque el ritmo no decaiga, denotan un vacío de creatividad y la película no sigue esa buena senda de la que a veces hace gala.
Argylle, por lo tanto, es un título más dentro de la carrera de Matthew Vaughn, lleno de estrellas, de grandes momentos, pero no es su película más redonda. Está repleta de detalles a los que hay que ir prestando atención porque todo atrezzo, todo elemento descriptivo, va a tener una razón de ser o una utilidad dentro de la trama (el nombre del gato, la caja de música, el pasado como patinadora de la protagonista…) y va a ser muy divertido comprobar cómo se van utilizando, o desvelando, a medida que la película avanza. Claros y oscuros en un film con potencial para triunfar en taquilla y entretener a los más acérrimos seguidores del director.
Silvia García Jerez