ÁMAME: Viviendo en una cornisa
Ámame es una joya. Es el retrato de un hombre perdido. No en el campo, en la vida. Lo cual es peor todavía, porque habrá de encauzar no solo frentes mentales, también físicos, para sentirse bien consigo mismo y poder reflejarlo en su comportamiento con los demás.
Santiago (Leonardo Sbaraglia) es un hombre a la deriva. Tiene una hija, Laila (Miranda de la Serna), cuya madre, Eloísa, (Eva Llorach) vive en Brasil, lejos de ellos dos, que comparten casa sin un esquema muy estricto de coincidencias en ella. De hecho, Santiago busca recomponerse emocionalmente teniendo sexo fácil con hombres e incluso intentando volver con una antigua pareja que ya no le acepta como tal, y la relación con su hija se resiente por ello.
Padre e hija parecen ser un lastre mutuo pero no pueden dejar de ocuparse el uno del otro, sabiendo ambos que se necesitan pero que no pueden soportarse.
Ámame, segunda película como director de Leonardo Brzezicki, cuyo guión también firma, es un viaje tan fascinante como terrorífico a los infiernos de un hombre que vive, metafóricamente hablando, continuamente en una cornisa. Dicho incluso por él mismo en un momento del film, pero para entonces ya es evidente, aunque ponerle nombre a las cosas también ayuda a enfrentarte a ellas. Porque Santiago está siempre al límite, siempre al borde del precipicio por el que puede caer en cualquier momento. O en el cae, pero del que sale salvado en cada ocasión por la gente que le quiere y que él no percibe que le quiera. Y como ejemplo de esto sirva el abismo de una piscina, o el del mar. El agua nos ahoga, pero puede purificarnos si logramos salir de ella. Y él cree que no tiene a nadie a pesar de no ser verdad. Porque cuando no aceptas tu vida te resulta muy complicado aceptar a quienes están en ella.
Leonardo Sbaraglia, ganador de la Biznaga de Plata al mejor actor en Málaga por este trabajo, merece ese premio y todos los que le den por él. Tal vez sea la interpretación más difícil de una carrera llena de aciertos en la que nos ha ofrecido interpretaciones sensacionales, pero esta las supera a todas. Es fabuloso asistir a la complejidad de matices que despliega en la pantalla. Sus gestos, sus miradas, su reacciones, a cada movimiento, a cada suspiro puedes leer en su actitud lo que su personaje está sintiendo en todo momento. Una escena detrás de otra nos sumerge en una psicología atormentada que comprendemos gracias a su destreza y a su entrega a Santiago, un hombre herido buscando una cura que no encontrará hasta que él mismo no se cure.
A pesar de lo bien que está el elenco que lo acompaña, el que le da cancha o lo rechaza, él es la película. Su presencia, magnética, que logra que empatices con un tipo arrebatador incapaz de amar a quien quiere porque nunca supo cómo hacerlo, es el puntal sobre el que se asienta una película arriesgada, con todos los ingredientes del cine más moderno mezclados de la forma más clásica de la tradición del cine argentino underground de los años 80 y 90, en los que el ganador del Goya al mejor actor revelación por Intacto comenzó su carrera.
Y es Ámame una película en la que se puede palpar todo, desde el sudor hasta la angustia. La desesperación y la comprensión. Todo está ahí, podemos verlo y sentirlo. Porque cuando mezclas tan bien lo sórdido con lo sutil solo puede salir una historia rodada tanto con las tripas como con el corazón. Y esa mezcla es tan fascinante que no puedes apartar los ojos de la pantalla hasta que la película concluye. Y la conclusión es que Ámame es para amarla mucho.
Silvia García Jerez