A COMPLETE UNKNOWN: Ha nacido una estrella… a su pesar
En víspera de la ceremonia de Oscars donde opta a ocho categorías (mejor película, director, actor, actriz y actor de reparto, guion adaptado, fotografía, y vestuario) se estrena A Complete Unknown, el biopic acotado a una parte de la vida del músico Bob Dylan, dirigido por el aclamado James Mangold. El filme deja buen sabor de boca, pero con regusto de que podría haber sido más.
Ponerse el objetivo de hacer una película biográfica de un personaje tan poliédrico como el cantautor Bob Dylan da respeto. No es para menos, siendo considerado uno de los músicos mas influyentes de la historia por su carisma y ganarse el puesto de portavoz de una generación con ganas de revolución y protesta, como fue la de los años 60 en los Estados Unidos de América.
Su música, y sobre todo las letras de sus canciones (que fueron merecedoras del Premio Nobel de Literatura en 2016) fueron el vehículo perfecto para lograr esto, enfundando a una persona “especial”, que fue evolucionando de un cantautor ilusionado por transmitir su mensaje a ser un verso libre, huidizo y hasta antipático en sus apariciones públicas y conciertos. Sin embargo, esto no ha empañado su consideración de genio y ha sido capaz de cosechar un carisma con un público y colegas admiradores (desde los Beatles a otros muchos), y hasta presidentes del gobierno de EEUU que le citaban absolutamente devotos.
Con estos mimbres James Mangold se ha encargado de tal atrevimiento, gracias a su experiencia con un biopic musical como fue Walk The Line (en España En La Cuerda Floja), sobre el también carismático rey del country-rock and roll Johnny Cash (quien también tiene su cierto protagonismo en A Complete Unknown como amigo de Dylan) y a haber salido airoso de su bagaje versátil de películas de superhéroes y acción como Copland, Wolverine, Le Mans 66 etc. o la última entrega de Indiana Jones.

Curiosamente, Mangold tiene la habilidad de dirigir y catapultar a premios a sus actores, como sucede aquí con las nominaciones de Timothée Chalamet como Bob Dylan, Edward Norton como Pete Seeger y Mónica Barbaro como Joan Báez, y como también ocurrió en Walk The Line, con Reese Witherspoon ganando el Oscar como June Carter.
Una decisión importante y arriesgada fue acotar la película a sólo un periodo de 4 años de la vida de Dylan, a diferencia de Walk The Line, más lineal situando a Cash desde la infancia para comprender al personaje. Pero qué 4 años… cruciales: Son los de su descubrimiento como referente de cantautor folk y de canción protesta (aunque él renegara de esta última etiqueta) para pasar a convertirse vertiginosamente en estrella del rock, con la publicación de álbumes como Highway 61 Revisited y su decisión de dinamitar el ortodoxo folk en su sacrílega actuación en el Festival de Newport de 1965, incorporando instrumentos eléctricos.
Quizá a los más cafeteros de Bob Dylan estos 4 años les sabrá a poco, pero lo cierto es que la película se sobra y se basta con este espacio temporal. Para ello, el director y también guionista Mangold tomó como base para el guion el libro de Elijah Wald Dylan Goes Electric!: Newport, Seeger, Dylan, and the Night That Split the Sixties, que abarca y explica este periodo hasta desembocar en la citada actuación eléctrica de Dylan en Newport.
La fuente es acertada, ya que Wald es especialista en desmenuzar los temas con testimonios, datos e información minuciosa, tal como sucede también sus otros libros sobre los Beatles y el Delta Blues.
Podemos distinguir dos partes en la película:
Una primera parte, con la llegada de Dylan al Nueva York más bohemio de 1961, hasta 1963: Para muchos oyentes de principios de los años 60, Dylan encarnaba los ideales del resurgimiento del folk: un joven vagabundo que abandonaba su tierra, cantaba viejas canciones aprendidas en sus viajes y escribía canciones nuevas sobre las tribulaciones del mundo que lo rodeaba y todo lo que le venía a la mente: canciones de amor, baladas fuera de la ley, monólogos cómicos rimados, blues, etc. Pero para mucha gente lo que más importaba eran sus canciones de conciencia social. Lo aclamaron como la voz de una generación y la presión por estar a la altura lo sentía cada vez más como una carga.
Una pega de la película es que se pasa en cierto modo por encima de esto, (a pesar de que empiece con el juicio a Pete Seeger), para centrarse más en las relaciones interpersonales, a fin de enganchar con ellas al gran público: Son las relaciones de Dylan con Woody Guthrie (su ídolo y referente), Pete Seeger (mentor y padrino en un primer momento), Sylvie Russo (nombre propuesto por el propio Dylan para la película -quizá su detalle cariñoso y respetuoso con quien ya no está en este mundo- que encarna a Suze Rotolo, su primera pareja real que le introdujo en los ambientes contestatarios de Nueva York, a la que siempre agradeció la ayuda en los primeros tiempos) o Joan Báez (como compañera musical y de relación amorosa fugaz, esto último muy a pesar de la propia Báez).

Timothée Chalamet y Monica Barbaro como Bob Dylan y Joan Baez . Photo by James Mangold, © 2024 Searchlight Pictures All Rights Reserved
Mientras tanto, la música folk estaba transitando de ser una música secreta compartida por fanáticos devotos a ser algo masivo, con éxitos número uno, cantantes pop subiéndose al carro de las versiones (entre ellas del propio Dylan) y hasta programas de televisión. Tampoco esto queda muy reflejado en la película y es una pena. Es más, hay algún error de asociación en la inspiración o génesis de canciones, seguramente también en beneficio del guion que va enganchando.
Sin embargo, las actuaciones de Timothée Chalamet y Edward Norton (este último siendo un esqueleto fundamental en la película) suplen de sobra estas carencias, encarnando estupendamente a sus personajes. No es de extrañar sus nominaciones a los Oscars por ello. Mención especial para Chalamet, que ha dado el do de pecho estudiando a Dylan en sus gestos y personalidad durante 5 años, y le ha captado e interpretado muy bien. Su imitación de la característica voz nasal de Dylan es excelente, aunque en esta primera parte de la película está menos conseguida.
Tampoco nos olvidamos de un plantel de secundarios excelente: Dan Fogler como el mánager Albert Grossman, Boyd Holbrook como un Johnny Cash destroyer, o la interpretación contenida de un Woody Guthrie desahuciado a cargo de Scoot McNairy. Realmente bordan sus papeles y cumplen con creces.
En la segunda parte de la película, centrada en los prolegómenos de la polémica actuación en Newport en 1965, con su desenlace (hubiera sido deseable una transición desde 1963, pero se presenta de sopetón), sí que Chalamet se luce mas con su interpretación del Dylan mas huraño, a veces con falta de empatía: es heladora la escena en que intenta que Sylvie no abandone al festival. Un Dylan al que le agobia la fama y se esconde bajo sus gafas de sol. Realmente la tensión que se va desembocando con la actuación sí que es el cenit de la película.

El libro de Wald que sirve de base al guion sí que reflexiona más concienzudamente sobre el gran enigma: ¿Hubo tanta decepción y tanto abucheo del público por el ruido de las guitarras eléctricas, o hubo division de opiniones y se ha mitificado y exagerado después? ¿Realmente llegó Seeger a tomar un hacha para cortar los cables eléctricos del sonido de la actuación de Dylan, o es más leyenda que otra cosa?
Hora de mencionar al dúo protagonista femenino: Siendo muy buenas actrices Elle Fanning (Sylvie Russo) y Mónica Barbaro (Joan Báez), uno se pregunta si quizá hubieran resultado más creíbles si en el guion no se hubiera propuesto posicionarlas de modo desdibujado, aunque tanto Russo/Rotolo como sobre todo Báez ocuparan papeles fundamentales en el lanzamiento al estrellato de Dylan en este periodo.
Se retrata una Joan Báez con personalidad y empoderada más afín a los tiempos que vivimos que a lo que fue entonces, que ya era toda una figura de la canción folk y protesta que arrastraba multitudes incluso antes de la aparición de Dylan. Por otro lado, aparece también casi como dominante o fría con nuestro protagonista, cuando en realidad ella quedó prendada de él como perrito a sus pies. Por último, el episodio de celos de Russo/Rotolo en el festival, aunque sume dramatismo al momento, también parece un poco metido con calzador.
Y llegamos a otra gran virtud de la película: La música sí que es eje principal y suena de maravilla (también hay nominación a Oscar para el equipo responsable) y eso se agradece. Lo mismo que hubiera interés en que los actores grabaran con su voz real, dando credibilidad. El coste, eso sí, fueron sesiones de entrenamientos vocales y de instrumentos que sabiendo que no tenían habilidades previas ni Chalamet, ni Barbaro ni Norton, han logrado que se merezcan el chapeau. Y aquí si hay más fidelidad al relato: Por ejemplo, el riff inicial de órgano de Like A Rolling Stone que da cuerpo a la canción ciertamente se improvisó por Al Kooper en el estudio de grabación de modo parecido al relato de la película. Un detalle: uno de los versos de su letra da titulo a la película.
En cuanto a ambientación y vestuario (este último también con opción a Oscar bajo la responsabilidad de Arianne Phillips, que ya ha brillado en Walk The Line, Joker 2: Folie A Deux o la Tarantiniana Erase una vez en Hollywood) están logradas, si bien se aprecia cierta «dulcificación» en los ambientes: Uno no se imagina a principios de los 60s y en su situación tan “puestas» las casas de Pete Seeger o Joan Báez, incluido su apartamento, al cual acude un Dylan desbarrado, sino algo más cutre o humilde… E ídem con los vestidos hippy chic de Báez.
Podemos resumir que la película acomete la difícil tarea de retratar al protagonista, de modo hasta brillante en muchas ocasiones, y si nos ponemos en los ojos del gran público que no conozca en profundidad el papel y la figura de Bob Dylan en la cultura y música popular, probablemente el saldo es bastante positivo, gracias entre otras cosas a interpretaciones y dirección muy competentes.
Sin embargo, si nos ponemos en los ojos de los fans de Dylan, seguramente decepcionará por los retorcimientos de guion o falta de fidelidad a la historia real en muchos detalles. Y eso que no se exige ser clavado físicamente al protagonista para dar el do de pecho, si se asumen gestos y actitud. La propia Walk The Line del director con Joaquin Phoenix como Johnny Cash es un buen ejemplo.
Pero en determinados momentos de la película uno no puede evitar pensar que quizá Chalamet hubiera estado todavía más perfecto encarnando a Donovan, (el cantautor británico que rivalizó con Dylan en su tiempo al cual se le menciona despectivamente en el filme), o incluso a un Andrés Calamaro, también fan del bardo de Minnesota. O una Joan Báez que fuera magnética como siempre lo ha sido, pero donde la esplendorosa belleza de Mónica Barbaro no eclipse o distraiga del personaje, que es lo que puede terminar ocurriendo.
Para estos fans, afortunadamente hay alternativas o complementos a la película como son los excelentes y más que recomendables documentales de Martin Scorsese, con testimonios del propio protagonista, que se pueden ver en plataformas. Como son, por un lado No Direction Home, que precisamente disecciona el periodo de A Complete Unknown (disponible en Movistar +). Y por otro, el documental sobre la loca y hippy gira de los 70s titulado Rolling Thunder Revue (disponible en Netflix). Ambos retratan mucho mejor a Dylan, acreedor de sus luces y sus sombras.
JAVIER SAN VICENTE