EL HILO INVISIBLE
Purgando talento y amor
Paul Thomas Anderson confecciona una bella y perversa historia de amor, cosida a medida de su minuciosa dirección y del obsesivo Daniel Day-Lewis, quien elegantemente se mimetiza en un maniático modisto que purga su talento entre fantasmas, musas y creaciones de alta costura.
Con un patronaje de suspense y romanticismo gótico, entre el mito de Pigmalión y las mujeres de Hitchcock, El hilo invisible con sus seis nominaciones a los Premios Oscar, te hilvana al relato aun cuando se acaba su visonado, hipnotizando en forma y fondo, sin ser moda para todos los gustos.
Cuando el Marqués de Sade fue recluido en un manicomio, suplicaba sin cesar que le trajeran las rosas más hermosas; sólo las más asombrosas quería, e igual daba que fueran blancas o rojas. Cuando ya las tenia, despacio y con mucho cuidado, arrancaba sus pétalos uno a uno y uno tras otro, tirándolos luego al estiércol… ¿Sacrilegio?, ¿locura?, ¿lucidez?, ¿ternura? Imagínense la escena. Imposible dejar de mirar.
Algo de aquel Sade hay en El hilo fantasma -título original del film-, que cual pespunte invisible y observándolo desde la distancia, nos atrapa sin poder descosernos.
Y mucho de marqués encontramos en el apabullante Daniel Day Lewis como el insoportable tiquismiquis, Reynolds Woodcock; un sastre en el Londres de los ’50, reconocido por sus exclusivos diseños para la alta sociedad y las celebrities de la época.
Rodeado siempre de féminas que cambia cual flores de temporada, vive por y para el trabajo en una imponente casa que a la vez es vivienda, taller y escaparate de colecciones.
Un tipo al que se lo rifan para vestir a las damas de novia, o en su propio entierro.
Porque la muerte y la belleza habitan a la par en ese hogar de inspiración confesa en Rebbeca -respirando igualmente de Psicosis y Vértigo, aunque Anderson no lo apunte-, junto a una inquietante hermana (Lesley Manville) que es la verdadera autoridad entre las costureras, musas y hasta fantasmas.
Sin embargo será una camarera de nombre Alma (nada es casual), el nuevo espíritu de Woodcock House, convirtiéndose tras servirle un suculento desayuno y en lo que dura un traspiés, en la amante y modelo definitiva del hambriento creador.
Alma se enhebra a la perfección del sacrificio y mimo con Reynolds, purgando amor y talento entre delicadeza y castigo. Conquistándole por el estómago como sólo ella sabe, con el mismo cuidado que pide en su primera cita; estremeciéndonos, tostada a tostada y prenda tras prenda, con un juego de perturbadoras miradas, o esquivándolo como al pinchazo de la aguja al coser. Y pétalo a pétalo…
Soberbia Vicky Krieps, musa y esposa, merendándose a su partenaire en casi cada secuencia.
Maravillosa esa primera noche como maniquí y su primera toma de medidas, envuelta en el misterio de las telas, los secretos entre dobladillos y una sutil intriga.
Y ahí está el buen hacer de Anderson, deslizándose en los detalles del proceso de modelaje y creación, como fascinándonos en los impresionantes planos secuencia de los desfiles que se celebran.
Mas allá de las geniales interpretaciones, la fotografía es asombrosa y la música de Jonny Greenwood, espléndida. Y ahí van varias nominaciones.
También para el guión, escrito a medias por Anderson y Day-Lewis e inspirado en el diseñador vasco Balenciaga, quien además admiraba al auténtico modisto inglés de los ‘50, Charles James.
Parece ser que el actor que invierte una media de tres años en prepararse un papel, no volverá a actuar, siendo ésta su última colaboración con el director de las excelentes Magnolia y Pozos de ambición (donde ya trabajaron juntos y fueron premiados)
De estilo único, pelín excéntrico y con atracción por los traumas, se podría tirar del hilo de Anderson hermanándolo con Lanthimos y su Langosta, o madre! de Aronofsky, aunque Phantom Thread es más clásica, como una antigua obra de arte.
Mariló C. Calvo