DETROIT: oscuridad en el motel Algiers
Después de La noche más oscura, en 2012, Detroit, el siguiente trabajo de Kathryn Bigelow, se ha hecho esperar. Tras rodar su obra maestra, protagonizada por la mejor Jessica Chastain hasta la fecha, en estos cinco años ha rodado un corto y un corto documental, pero ningún largometraje, y los admiradores de su cine, que somos unos cuantos, requeríamos ya una nueva cinta firmada por ella.
Sus películas están llenas de fuerza y Detroit no iba a ser menos, cuando además cuenta una historia real ocurrida en 1967 en la ciudad que le da título: una redada en un local da pie a unos días de ambiente enrarecido en el que la población afroamericana tiene las de perder. No está la situación como para ponerse a jugar, pero en el Motel Algiers unos chicos desafían a la ley con graves consecuencias. La llegada de la policía para investigar el suceso trae consigo un angustioso registro en el que realizar el más mínimo movimiento inconveniente supone arriesgar la vida.
Bigelow rueda Detroit con rabia, con furia, denunciando los hechos con la cámara, que es el instrumento con el que escribe y que tan bien domina. Mezclando imágenes de archivo de distintos formatos con las de ficción, a través de las cuales recrea lo sucedido, la película adquiere casi un carácter documental.
Con John Boyega como aparente protagonista, el Finn de las nuevas entregas de Star Wars en realidad forma parte de un reparto coral en que destaca por derecho propio Will Poulter como el temible policía Krauss, un agente racista sin escrúpulos cuyas órdenes aterran tanto como sus miradas.
En el Motel, en el que pasamos más de una hora de película, sus movimientos intimidatorios para obtener información asustan, además de a los chicos a los que van dirigidos, a los espectadores que los observan desde sus butacas. Diez hombres negros y dos mujeres blancas sufrieron las consecuencias de su represión en un lugar con escasa escapatoria.
Bigelow mueve la cámara en Detroit con la agilidad que requiere la narración de los hechos. La pega a las caras de los chicos y puedes sentir su miedo. Con qué sabiduría te hace partícipe de lo que ocurre. Pasamos con fluidez de una habitación a otra, dejándote sin aliento, exprimiendo la situación hasta el agotamiento con que sus personajes la viven. Nunca se sabe quién puede ser el siguiente ni qué resultado tendrá la reacción de cada seleccionado para el interrogatorio.
Este mismo verano hemos visto una cinta de características similares a las de Detroit. Se titulaba Día de patriotas, y reflejaba también otra historia real, la del atentado en la Maratón de Boston del año 2013, con una tensión parecida y un pulso narrativo que recuerda al de esta.
Peter Berg allí, Kathryn Bigelow aquí. Puede que algún día Berg se haga con el Oscar al mejor director, lo que sí es un hecho es que Bigelow lo ganó en 2010 por En tierra hostil, un título que no se encuentra entre lo más destacado de su filmografía pero que en el año en que compitió con ella la favorita era el Avatar de James Cameron. Bigelow vencería sin discusión y se convertiría en la primera mujer en conseguirlo. Y el simple hecho de recordar que ya lo tiene tranquiliza a quienes puedan pensar que por Detroit debería ganarlo y no lo hará.
Detroit es una película contundente en sus tres partes, en el arranque con los primeros disturbios nocturnos, en el nudo con el Motel Algiers como escenario principal y en su desenlace, con las consecuencias personales y penales que los hechos tuvieron. Uno podría buscar en la red lo ocurrido allí en 1967, pero ver la película de Kathryn Bigelow resulta turbador. Te mete de lleno en lo que pasa, te zarandea y te abruma. Y te deja salir con la sensación de que el 1967 norteamericano no está tan lejano del que hoy vemos en los informativos.
Silvia García Jerez