TWIN PEAKS
La Serie que convirtió la caja-tonta en caja-joya
Eran otros tiempos y en este país se estrenaban las primeras cadenas privadas junto a la única de pago, que por aquel entonces, aseguraba el mejor cine.
Pero fue en la pequeña pantalla y en emisión mundial, donde una asombrosa ficción condicionaría toda la venidera y no sólo la televisiva.
Eran los ’90 y Twin Peaks cambiaba para siempre la manera de hacer y ver series.
Icónica y pionera, sin duda, pero también detestada e incomprendida.
El quid y la cuestión.
Era una época de programaciones a la candela del televisor, cuando aún presidida los salones de las casas con las telenovelas y comedias de situación, a las que se unían unas nuevas series pensadas para los jóvenes, que crecían a la par que aseguraban la futura audiencia.
La televisión era más blanca e inocente y sus historias de un género u otro, seguían arrastrando cierta moraleja. Pero de repente, lo catódico dejó de ser tan plácido.
La ambigüedad, en todos los sentidos, pasa al primer plano y la clásica dualidad bien-mal se difumina en un culebrón sin miramientos que jugando al thriller y al surrealismo rompe la narración habitual, el estilo visual y hasta la promoción de la trama, con una protagonista cadáver desde el episodio piloto y aquella mítica frase de ¿Quién mató a Laura Palmer?
De alguna manera, cuando David Lynch llegó a la televisión con una joven de labios morados envuelta en un gran plástico, ya había hurgado en sueños y husmeado pesadillas en la gran pantalla; considerado todo un director de culto, heredaba gustos de Buñuel, Dali o Man Ray, retorciendo las imágenes en colores y texturas, atrapándonos en secuencias pictóricas, burlescas y extremas. Así que llegado a Twin Peaks, no sólo traspasó su imaginario a la pequeña pantalla sino que convirtió la caja tonta en caja joya.
Y de algún modo, su legado fílmico quedó enmarcado en el televisor celebrando forma y fondo.
El realizador se convertía en hipster cuando aún ni existía la definición y surgía la estrella mediática que sin mostrar el rostro y sólo con su tupé, posaba para Annie Leibovitz a la vera de Isabella Rossellini, su pareja de antaño, consciente de ser partícipe del signo de aquellos tiempos, además de testigo de su trascendencia en la Historia del Cine.
En esos momentos, el director había conquistado tanto a la crítica, con su homenaje freak en blanco y negro de Cabeza borradora, como fascinado al público con Terciopelo azul y su oreja amputada en tonos pastel. Aunque todavía quedaba algo del desconcierto tras Dune, que igualmente es una marcianada, su Corazón Salvaje llenaba los cines con el estupor y los temblores de una pareja de amantes, enamorados de Elvis, mucha carretera y la llama de un mechero… Todo ese Lynch está en Twin Peaks.
Después, ya todo fue Twin Peaks.
Valorada no sólo por su impacto, sino también por sus logros. La serie consiguió sobrecoger e hipnotizar con una rotunda primera temporada y una sencilla premisa, que aunque ahora no resulta arriesgada ni moderna, inauguró una lealtad al televidente jamás vista.
Nunca antes un asesinato familiar se colaba en los hogares con una investigación seriada, sin capítulos auto-conclusivos. Y aunque Lynch no la dirigió en su totalidad, revolucionó poderosamente a las generaciones que la vieron, que son quienes ahora controlan el mando.
Vino una segunda temporada que parecía responder todas las claves, pero resultó irregular y dejó demasiadas paradojas sin resolver… En el agua, el fuego, en el aire y hasta en cintas de vídeo.
Luego, una película posterior que es más una pre-cuela, tampoco estuvo a la altura.
Quizá la exigencia era ya muy elevada. Pero es que con Lynch no hay otra. Hay que dejarse caer… Aunque a veces él mismo se pierda. O se adelante un cuarto de siglo.
Como en el contundente final con el que se despedía Laura, emplazándonos para los próximos 25 años.
Se ha cumplido la profecía.
Y en este 2017 volvemos al lugar del crimen.
Retomamos Twin Peaks en la actualidad, entre las mismas montañas e idéntica cascada, con la que comenzaba la antigua serie que siempre fue futurista.
Regresamos a los Picos Gemelos del titulo, que dan nombre al pueblo donde todo empezó… Entonces y ahora.
Un principio de luz cegadora ilumina una foto de Laura Palmer cual reina del baile. Mientras la sintonía envolvente de Badalamenti y un salto de agua, nos sumerge en un cortinaje ondulante que trasluce un suelo zigzageante…
En Twin Peaks nada es lo que parece.
Y apenas estamos en los créditos iniciales, apuntando ya alguna pista.
A partir de ahí, cualquier mundo puede pasar.
Nos adentramos en el idílico lugar y según recorremos los pasillos de instituto, la zona del aserradero y vistamos el único bar, descubrimos en sus habitantes a unos extravagantes personajes que vamos conociendo por quien investiga el caso; el Agente Especial Cooper.
Un peculiar detective -impensable sin Kyle MacLachlan-, adicto al café, apasionado de la tarta de cerezas y siempre a las órdenes de un excéntrico jefe del FBI -papel reservado a Lynch- y fan de los donuts, en un guiño típicamente americano; como la rubia popular, el clásico guaperas y el malote en moto, que no faltan en Twin Peaks. Donde además encontramos a una bella china, un shérif indio y una jovencita rebelde, que sabe hacer un nudo con el rabito de una cereza, dentro de la boca -inolvidable-.
Los restantes pobladores y demás seres pertenecen a lo absurdo, asegurando el universo lynchiano con un gigante, un enano y hasta un tronco parlante.
Lynch experimentó con el formato y desafíó a la audiencia, alternando secuencias standards con un mundo onírico, que era y es aceptado con normalidad, aún cambiando radicalmente de estilo y tono. Y como en un gran teatro, un infinito telón de cortinas rojas anuncia el tránsito al otro lado -también del espejo-. Ahí, y sólo allí, aparece ese rojo Lynch aportando misticismo e incluso, ciencia-ficción. Ese color particular, con lenguaje propio, que abre y cierra el simbolismo ininteligible de Twin Peaks para poder adquirir toda su lógica. Aunque tampoco hace falta.
Al rarito de Lynch solo hay que pillarle el gusto, no el truco.
Y así nos tiene desde hace casi 30 años, preguntándonos por Laura Palmer.
En esta tercera entrega, emociona reconocer la cabecera, tararear la música y recordar al elenco que repite sin botox aparente, pareciendo tan reales como de la familia.
Pero a la vez se antojan novedades en ese mismo reparto, en la legendaria banda sonora y en diferentes escenarios. Con la presencia de Laura en el rabillo del ojo y un ambiente constante del recuerdo de la original; porque todavía permanecen los rumores y perduran los secretos en esa comunidad que disimula sus incestos, prostitución, drogas y maltratos.
Hay que ser muy visionario, muy sobrado o un bromista para terminar una serie con un oráculo. Pendiente está si este definitivo final es una ruptura con el pasado o una continuidad histórica, que no una resurrección de la historia, aunque la música en directo que cierra cada nuevo capitulo resucita a un muerto.
Lynch parece manipular el tiempo, siempre a su favor, entreteniéndose además con el tempo de sus metrajes. En ese ritmo lento que propicia que ocurran muchas cosas, más allá de la física y la consciencia, ya sean fantasías, proyecciones, situaciones kafkianas o manifestaciones dantescas. Porque en Lynch hay tanto de disparate como de genialidad (igualmente está detrás de Carretera perdida que de Una historia verdadera) y mantener la credibilidad con tanta incoherencia, es lo que cuenta. O parafraseando a Unamuno: sólo el que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible.
Y así fue. Y que así sea.
Porque en Twin Peaks todo mola. Hasta la ropa, que no podía ser menos. Es más, las tendencias actuales fueron el look de la genuina; ese vintage, las gafas grandes, los jersey amplios… Así que no es de extrañar que además de la moda, toda esa originalidad haya sido la inspiración de muchas de las series que convergen en la llamada Edad de Oro de la Ficción: desde la maravillosa Six Feet Under, pasando por The Soprano, Lost, Fargo, The killing, Les Revenants, The Leftovers y la reciente Big little lies… Con todo ese suspense y drama resonando, pese a que en Twin Peaks hay también humor y cierto lado amable.
Probablemente por voluntad y personalidad propia del co-creador de la serie, el guionista Mark Frost, quien venia de Canción triste de Hill Street (otra grande en tiempos ingenuos, con aquella otra lapidaria leyenda de Tengan cuidado ahí fuera), y llegaba con la responsabilidad de procesar el cerebro-Lynch a favor de nuestras cabezas pensantes. Y lo hizo bien. Se lo debemos. Twin Peaks, a la par, le pertenece.
No obstante, la estética de artista plástico entre deseos y temores es puramente lynchiana.
Ambos vuelven a colaborar en este definitivo final, que esperemos alimente como antaño el cine que viene, sea en la pequeña pantalla o en los cines, donde se estrenó lo último sobre el cineasta, Lynch, the art of life.
Un estupendo documental que huyendo de la retrospectiva o del monográfico a lo biopic, alcanza la auténtica personalidad del director, mientras le vemos pintar y su hija pequeña corretea entre los pinceles y el humo de su cigarrillo, narrando cómodamente sus reflexiones más que recuerdos, confirmando porque el retratado posee adjetivo propio.
Como Almodóvar, otro que no sigue normas y ha llegado a presidente del pasado Cannes, donde parece ser que todo el mundo buscaba wifi para engancharse de madrugada al regreso de Twin Peaks.
Sin embargo, en los pases y corrillos de prensa, el debate que rondaba era cine vs series; cómo se debe ver y emitir, ¿o seria proyectar?
El cine es cine ¡vivan sus festivales como escaparate y distribución!
Pero hay que admitir que la mejor ficción últimamente, se ve en las series; eso si, al menos en 24”, por favor.
La cuestión es si próximamente en los Festivales de Cine encontraremos una sección de Series. Quizás, todavía, hay cosas que no se pueden decir en voz alta…
Como advierten al cierre del primer capítulo de El Retorno de Twin Peaks.
Continuará…
¿QUIÉN MATÓ A LAURA PALMER o QUÉ FUE DEL AGENTE COOPER?
Han pasado casi tres décadas y Twin Peaks todavía mora por las cordilleras de Washington, persistiendo en un ambiente atemporal y enganchado a la muerte de la joven más popular del pueblo. No obstante, esta tercera temporada se actualiza en las canas de sus personajes y por la presencia de las nuevas tecnologías. Casi con idéntica cabecera, no todo sigue intacto.
Sin embargo, se reanuda desde esa inherencia que nos deja flotando, o cayendo, en un sopor visionario del que no queremos salir; abriéndose, de nuevo, los suelos y desmoronándose las paredes hacia perspectivas escherianas que atraviesan los espejos a lo Alicia -y ahora, también los enchufes-, para aprehender la identidad del mal, en el mismo trance.
Volviendo siempre, eso si, a la Habitación Roja con sus cortinas a juego.
Conservando aquella inventiva de repetición y paralelismos contrapuestos, no todo tiene ya su gemelo y lo de menos es quién mató a Laura Palmer, sino qué es de Dale Cooper, el agente que llevaba el caso. Es más, la crónica de aquel asesinato ni importa y desde el primer capitulo, se expanden tanto sus estructuras intangibles -donde cualquier incongruencia se sobreentiende- como sus coordenadas geográficas se amplían -Nueva York, Las Vegas, Nuevo México y hasta Argentina, pasando por Buckhorn, Dakota-.
La renovación empieza por todo lo alto; un caballo blanco, una misteriosa canica y una robótica Laura Palmer cumpliendo el vaticinio, junto al árbol visionario que tartamudea como enganchándose en un VHS, y ante el increíble detective menguante de cabeza humeante… Así, de entrada.
Comenzando con el shérif Hawk recibe un críptico mensaje del agente Cooper, que tiempo ha no sabemos dónde está, mientras las nuevas localizaciones empiezan a barajarse cual número de prestidigitación, presentándonos otro asesinato de bienvenida y un misterioso cubo de cristal, enorme y vigilado constantemente, que nos coloca de pronto, en otro plano; descolocándonos en cuanto aparece.
Estamos en el piloto pero intuimos que la extrañeza y lo caprichoso, una vez más, nos llevará hasta el final, que se antoja nuevamente, parte de la Historia de la Televisión.
Lo veremos cuando lleguemos, como bien anuncian de primeras, en esta temporada.
Luego, todo se desdobla y triplica. Incansablemente. Y entonces aparecen los rostros borrados, las caras desfiguradas y la tele-transportación. La violencia no cesa y crece en cada investigación (3 por el capitulo 3), rifándose lo grotesco, lo perverso, a cada momento.
Y un@ ya no sabe dónde mirar, ni agarrarse.
Pero es que Twin Peaks es un rabioso salto al vacío.
También para el Agente especial Cooper -ahora, tridimensional o trifásico, según se mire- sobre quien convergen todas las historias, manteniéndonos sin pestañear y aún con la boca abierta; sea buscando a Dale Cooper, el bueno; alucinando como Dougie-Coop, el näif doble; o flipando con Evil Coop; el sucio, el feo y el malo, quien persigue al de verdad y al clon. ¡Y a ver quién gana!
Kyle MacLachlan -inimaginable que fuera otro- no volverá a hacer nada igual. Se supera como uno y trío en un magistral trampantojo de personalidades e identidades; cual maniquí, desparecido, o encerrado, según le vamos viendo.
Y donde hay tres, están dos, cuando realmente es uno.
El artista-Lynch, sin avisar ni pedir permiso, abre la caja-tonta a sus colores y despliega su paleta como pipetas en reacción -del escarlata al granate, que torna en morado con tonos violáceos-, según vaya al drama o la paranoia, según avanza el serial. Inesperadamente.
Con ese rojo Lynch, ahora, más oscuro (porque si hay un rojo Valentino y otro Kubrick, el de Lynch es más intenso), aún hallando episodios en blanco y negro, apuntando hacia la ausencia de color más que a cierto clasicismo. O quizás, porque todo es un sueño.
Con el Lynch-director jugando a ser ese personaje con problemas de audición a quién poder cuestionárselo. Pero no adelantamos acontecimientos.
Antes y en azul marino, termina el capitulo 5, preguntándose hacia dónde vamos…
Lo sabe.
El creador progresa adecuadamente ligado al artífice Frost, culminando su obra maestra.
Con una triada de tramas que coexisten, pellizcan su twinpeaksismo con algún autohomenaje, remarcado en la emoción de los recuerdos, mientras se mofan de la televisión y de su propia leyenda -con referencias de nombres y lugares, o vendiéndonos unas palas doradas para salir de nuestra propia mierda-.
¡Y venga a sorprendernos y cautivarnos! ¡Otra vez!
Si bien, a veces, algunas coincidencias huelen a series del presente (True detective, The brigde, Fargo, Hannibal y hasta American Horror Story), un soberbio giro nos devuelve al regusto del pasado (sea rebuscando en las cajas del caso Palmer por mandato de un leño parlante; sea renaciendo en un vómito, o en una defecación), resultando justo y necesario. Carente de culpa.
Es lo que tiene ser precursores, incapaces de desprenderse de su esencia.
l Y n C h nos ha dado de comer del fruto del conocimiento y por castigo ha recibido una ángel. Encarnada por una de sus actrices fetiches, Laura Dern, da vida a la fiel asistente de Cooper, sobrecogiéndonos a tod@s a partir del capitulo 6.
No la habíamos visto todavía y apenas la conocíamos de oídas; mejor dicho, sabíamos de ella (mitad santa, mitad cabaretera) por el agente y por lo que le contaba, a través de una grabadora (esas criticas al café y a las tartas de cerezas). Con todo lo que sabe y escucha es primordial, mutando hasta el final; pero apuesto a que nadie se imaginaba a Diane con ese pelo, tan divina.
Como tampoco a la otra secretaria de esta temporada; la intocable de alma bella, en la piel de Ashley Judd.
Destaca también Jennifer Jason Leigh en ese limbo doppelganger, amando al diabólico Coop. En tanto, Naomi Watts, la fiel y paciente esposa de Dougie-Coop, aporta la normalidad a su locura de familia.
Avanzan los capítulos y se reciben las restantes incorporaciones: Tim Roth, Amanda Seyfried, Jim Belushi y hasta John Savage. Además de Monica Bellucci de cameo por Paris, citándose con Lynch para tomar un café… Y tan sólo menciono algun@s del centenar que forman el nuevo reparto, ya que del antiguo están casi todos, de una manera u otra. Repito; de una manera u otra.
Salvo Lara Flynn Boyle, que es la gran ausente. No hay visos de Donna, pero guardamos con cariño su imagen de mejor amiga. Aunque veremos a su padre, Doc, y el otro médico de la serie, ex psiquiatra de Laura, reciclado ahora en un flipado terapeuta que retransmite autoayuda online.
Está también el patriarca Palmer, irremediablemente. Y no falta la madre de Laura, que sigue dando miedito -sea humana, sea casi androide-. Ni Sherilyn Fenn, que retoma a Audrey más pirada que cuando jugaba a Lolita; pasado ya el ecuador de la serie, dejándonos sin saber si conserva su habilidad con las guindas.
Vuelve a haber otra oriental, pero de párpados pegados. Y repite Miguel Ferrer en su último papel, como Albert (ese fiel compañero del FBI a quien poder confesar miedos), y David Duchovny (a la par, Mudler, en los Expediente X) como el jefazo-transexual.
Mientras ahí siguen, pululando y reivindicando sus rarezas: el Manco, la Tuerta, el espíritu de Killer Bob y por supuesto, la doble de Laura, su prima.
Cada cual, siguiendo los pasos, armando el mecanismo. Tic- Tac.
¿Y el Hombre del Otro Lugar?
Quizás nunca estuvo allí.
Visto lo visto, hasta podría aparecer el mismísimo Frost en cualquier momento -ya lo hizo en los ’90, interpretando al reportero que anuncia el incendio del aserradero-, e incluso volver la voz angelical de Julee Cruise al Bang Bang -aquel bar que se anunciaba con una pistola de neón, a la entrada del pueblo-. Mientras algunas de las nuevas actuaciones han ido cerrando la vorágine de crímenes, chismes y romances hasta los créditos finales; como para tomar aliento, pues tras cada visionado de episodio, hay que aislarse en una especie de ingravidez. Y la música, ayuda.
A remarcar pues, la selección musical de esta temporada que supera a la genuina. Memoricen algunas bandas: The Dave Brubeck Quartet, The Paris Sisters, Chromatics, The Cactus Blossoms… Además de ver a algún intérprete -James Hurley- sumándose a otros artistas -Moby, Eddie Vedder, NIN…-, actuando en el Roadhouse, el otro garito.
Pero ante todo, no se pierdan a Bowie ¡Eso si que es un retorno!
Según llegamos al capitulo 7 -número mágico-, la caja transparente es llave y portal, sin rumbo ni razonamiento, pero definiendo el mapa interdimensional. Mientras Cooper anda perdido y confuso, escapando de sí para ser encontrado. Y va quedando algo más claro quién es quién: dentro y fuera; antaño y en el presente, y también en la Logia. Aunque no tod@s están a gusto en sus zapatos y a algunos les queden grandes, o los pierdan al huir… Entre tanto, Dougie se deja acompañar por una meretriz bien jamona que bien le cuida, aún sin entender bien a su cliente. Y menos aún, su don como joker. Sin embargo, lo que pasa en Las Vegas, se queda en Twin Peaks… Cuando una llama señala la fortuna a una indigente que se enriquece con las tragaperras, aparece el dios-jackpot. Entonces llega otra deliciosa revelación; descubrimos al verdadero alter ego de Coop, reconociéndose a si mismo y asimismo por el café.
Una vez más, el café. Y el fuego… Twin Peaks es un bucle que se multiplica.
Y siempre hay que seguir al enano con traje rojo (sí, antes del más famoso de mundo por GoT, hubo otro que chascaba sus dedos a ritmo de jazz y nos llevaba a otros mundos)
Casi sin darnos cuenta, hemos ido coleccionando detalles en apariencia menores e inconexos cuyo simbolismo, de repente, estalla en el capitulo 8; en un episodio de no retorno. Un prodigio.
El artesano Lynch nos convida a una experiencia plástica y audiovisual en el interior de una bomba. Y casi deliramos con los ruidos irritantes y las imágenes de angustia y psicodelia; un insecto alado, unas partículas madre -de la difunda Laura- y pruebas de ciertos experimentos. Paradójicamente ese puzzle es responsable con coherencia y disparidad de recursos, de componer un delirante tejido de sobredosis sensorial, formando un asombroso flashback de la historia original; descifrando códigos y contextualizando su mitología -que es parte de la nuestra-.
Y aunque la reputación, precede, ¡toma revolución y transgresión!¡A la conquista del espacio (en todos los sentidos)! Que a esas alturas, no es nada fácil.
Vamos por la mitad de temporada y estamos abducidos por ese pulso inseparable del hecho artístico para concordar el absurdo con las fuerzas de la existencia… Y tragamos con la mayor serenidad, como si fuera algo lógico y el lynchismo estuviera en su derecho, en uno de los capítulos más extraños de la temporada, que más parece una exposición de videoarte que una serie de Showtime… Que es como irse de borrachera con Duchamp, Magrit y Bacon, invitados por Bill Viola. ¿Pero quién dice no a la última? Que no es cuestión de paladar fino, o educado; es más por la resaca. Aunque digan que la vanguardia se expresa en la continuidad de las apariencias…
Sea casualidad o causalidad, un dominó de bizarras coincidencias planea entre la realidad y la ficción de Twin Peaks, atribuyéndose un curioso divertimento. Y así la zona residencial, Rancho Rosa, comparte nombre con la productora; o en el despacho del Lynch del FBI, cuelga una foto de Kafka frente a otra de la seta atómica en plena explosión…
Y donde hay humo, hay fuego. Mientras El Gigante asegura que es El Bombero y la mujer del leño anuncia: hay fuego donde usted va (pues habrá que tenerlo en cuenta, aunque fue el agua lo que hizo excavar en la memoria de todos)
Cuando de repente, ¡estamos en Argentina! ¡Y venga a entrar fichas para el efecto final!
Mientras yo sólo me pregunto por el color del próximo episodio.
Entre tanto, Lynch es un cachondo siniestro.
Y el enano, ahora, es sicario.
Más viajes, coches y carreteras. Cierto que siempre los ha habido en Twin Peaks, eso no cambia, pero cuando aparecen los niños, todo puede pasar.
También en esas situaciones de una naturalidad rocambolesca, con esas pausas dramáticas que igual dan con una dimensión profunda que van cargadas de hilaridad, consternación, crueldad y hasta romance. E igual tranquilizan que irritan, que te reconfortan, que te angustian; y conmueven.
Sin perder de vista el terror, el surrealismo y ciertos elementos sobrenaturales, se alterna el devenir espiritual y las secuencias poco convencionales con otras para el recuerdo. Cuando se avanza en la lengua al revés -ese idioma inventado, autóctono- mientras se recurre a personajes en coma, que por supuesto, no hablan… Y pasa de todo, la verdad.
Claro que según un@ aprende, sobran las preguntas. Y en Twin Peaks todo es relativo.
Además de contar con el azar; que hasta existe la leyenda de que la imagen del malvado está inspirada en el reflejo de un decorador de la Serie.
Alcanzando el décimo episodio, que esto acabe es impensable. Y cerrarlo, incluso, chistoso. Pero todavía faltan 8 episodios y personalmente no quiero que termine.
Comenzamos el último tercio. A saltos, que esto es Twin Peaks.
Y sin una claridad definitiva para explicar lo vivido, para la docena, el misticismo está a tope. Quizá porque emerger de los demonios requiere tiempo y hay destinos a los que es difícil escapar. Y ahí está el diabólico Coop pegado al Cooper original, atrapados ambos en el autómata Dougie de sonrisa bobalicona; que cual pepito grillo y como una grabadora, repite frases hasta alterar conciencias. Lucrándose de algún modo, de ser la representación elevada del querido agente, con esa bondad e ingenuidad al cuadrado. Además, baila la conga.
Cuando de pronto, triunfa el amor, entre taza y taza de café; un disfrute para una de esas parejas ideales, deseadas en cualquier serie -un guiño de ternura, convencional-.
Mientras se confirma que la Blue Rose (Elemento fundamental de la Serie) va de OVNIS y que lo alternativo es la verdad plena… ¿Es eso una tetera gigante? Como de un País de las maravillas de Cristal oscuro.
Y que cada cual, se apañe y entienda.
Esto sigue siendo un alarde de comportamientos extraños con chispazos de chaladura, digo, de electricidad. Que al fin y al cabo, somos energía. Y esto es la Iluminación de un iluminado, digo; cuando acabo de ver una tarta en el desierto…
Ya estoy salivando para el próximo episodio.
Que nos lleva a Twin Peaks, ni más ni menos; al eje primario, a la génesis de localización y cronología. Aunque todo es y está en el bosque. En el capitulo 14, frondoso de árboles y cuentos. Claro que mirando hacia arriba, entre las hojas y las copas, vemos las nubes.
¿Y el cielo?
Se abre entonces una nueva entrada entre lo físico y el mundo blanco, expulsando del paraíso a la ciega (de la fortaleza púrpura), mientras el Gigante ordena y manda. Así que un muchacho con un guante por mano, se dirige al pueblo de atmósfera turbadora; y todo por un sueño. Cuando La Bellucci plantea la gran duda: ¿Quién es el soñador y quiénes viven dentro del sueño?
Capitulo 15: Una verdadera despedida y si cabe la paradoja cósmica, realmente, todo un final; ya que Margaret Lanterman se marcha para siempre. La actriz que daba vida a Lady Leño, Catherine Coulson, fallecía poco después de grabar sus últimas secuencias. Y ahí queda la sentida escena de las luces de su casa, apagándose en Twin Peaks, Un bonito homenaje a compartir. RIP. Mientras Cooper despierta y su doble se dirige a Twin Peaks, pisándose los talones.
Es el inicio del fin. Ahora, si. Sin paradas. De vuelta de todo y recreándose en si misma.
Mientras yo sigo más que encantada, hechizada.
Aunque digan que no hay por dónde cogerlo. Era de esperar.
Sorteadas las expectativas y salvadas las apariencias, todo ha sido un continuo desencadenante, un incontestable escabullirse de cliffhangers que ha conseguido con su irracionalidad llena de sentido, explotar todos los sentidos.
Y eso es un placer; orgánico, mental y artístico. Irrepetible.
Vamos a por el penúltimo; el capitulo 16, casi el versículo final, ya que el último es doble.
Pasadas tanto las inmisericordes interferencias y las frases inacabadas, como desestimadas las escenas que no van a ninguna parte; de resultas, hasta el último detalle -visual y sonoro- es un disfrute.
Como el sentimentalismo crudo y el inclasificable romanticismo que manipulados con pinzas, son lanzados cual redes ante tanto desasosiego. Y aún hay quien baila. Y no es el enano… Es Audrey quien danza, porque su mal espanta. Con un ritmo que sólo Lynch parece escuchar. Ya, sin pausas.
¿Quedaremos saciados?
Ahora que hay un pozo y nos instan a beber como si no hubiera un mañana, alguien se transforma en semilla; Diane en evolución. Mientras la Rama que habla, suena más concreta; cuando el caballo es el blanco de la mirada… ¿Qué está ocurriendo?
Una hora y media que cierra esta inabarcable ubicuidad en forma y fondo, que ha durado casi treinta años con el viejo Coop buscando a Laura. Y sigue… ¿Dónde? ¿Cuándo?
Sitio encontrado.
Cooper y Diane llegan, por fin, adonde poder volver.
A partir de aquí, todo será distinto, aunque parezca mentira.
Y el Cooper de toda la vida, el de verdad, el del FBI -que insiste tanto tras resucitar de la Logia Negra-; él mismo, le pide un beso a Diane (con pelo rojo-rojo Lynch). Después de tanto tiempo, llegan a la cama; y es angustioso. Mientras él la observa, ella quiere borrarle la cara. Y esta vez no hay lugar para la metamorfosis, ni para dejar el cuerpo. No despiertan juntos, pero encontramos una nota. Quizá, de un tal Richard y Linda…
La dualidad de Dale Cooper ahora es grisácea. Y esta Diane, despista.
Entonces, viene el recuerdo y los ecos de las palabras de El Gigante, en blanco y negro, junto al gramófono del capítulo 1.
Cuando de pronto, ¡estamos en Odessa?!
Ahí el nombré de Laura Palmer no dice nada. Hay que tener en cuenta nuevos bautismos. Y estamos lejos de Washington.
Pero Cooper quiere terminar su tarea y cumplir con su destino; cree lo que ve y hay una Laura que llevar a casa… ¿En qué año estamos?
Aquí nos quedamos. En Twin Peaks.
Y no es una conclusión.
Es un volver a empezar. Da igual dónde. Que no es el lugar, si no el cuando, el mientras… Conciencia de temporalidad.
Todos somos Laura y queremos que el agente especial nos acompañe hasta el hogar.
Aunque chillemos al llegar…
¡Esto ha sido todo?!
Un eterno retorno. Un soberbio regreso al futuro. Una brutal y sensacional experiencia, que hay que vivir por un@ mism@.
Twin Peaks pone fin a sus créditos con Cooper y Laura de secretitos al oído. Al fondo.
De fondo, suena la última melodía.
Se acabó.
Mariló C. Calvo