LA TORTUGA ROJA: supervivencia animada
La tortuga roja cuenta la historia de un náufrago que llega a una isla desierta de humanos pero poblada por cangrejos y tortugas. El hombre, mientras trata de aclimatarse y de buscar alimento, también hace lo posible por huir, construyéndose un barco que será destrozado por una enorme tortuga roja. Pero el náufrago no se da por vencido en su intento de salir de la isla.
La ópera prima del holandés Michael Dudok de Wit, La tortuga roja, es una producción francesa rodada en el idioma universal del silencio en cuanto a diálogos. Sí, hay gritos, sí, hay música, sí, no faltan todos los sonidos que habitan en la naturaleza, pero no contiene una sola palabra en un guion que únicamente relata la progresión de lo que acontece.
Nada de lo que ocurre a partir de la media hora de metraje puede revelarse si se quiere mantener intacta la magia de La tortuga roja. En los festivales de Cannes o de Toronto ya recibió las dosis de admiración que una película así debe disfrutar. No es para menos, la animación pocas veces se asoma a universos tan particulares.
Una isla desierta, un hombre luchando tanto por sobrevivir como por alejarse de ella y una tortuga roja que trata de impedírselo no son un trío de ideas fáciles de vender, pero Michael Dudok ha conseguido una cinta tan asombrosa que una vez vista resulta imposible no imaginarlas convertidas en imágenes en movimiento.
La emoción que se transmite desde la pantalla hasta la butaca es un hecho confirmado en cada plano, en cada paso que da nuestro héroe. Sufrimos si lo vemos a punto de ahogarse, descubriendo peligrosos rincones de la isla o comprobando que el esfuerzo de contruir el barco con el que trata de marcharse no llega a ningún lado cuando es atacado por la tortuga del título.
Y nos alegramos ante todo lo demás hasta el punto de que no es de descartar lágrimas de emoción en los ojos de los espectadores que con más intensidad se dejen llevar por la película. No solo por aquello que vemos a tiempo real sino por lo que apreciamos en el mundo onírico, ya que en La tortuga roja los sueños tienen un especial protagonismo que le dan sentido y entidad al conjunto una vez ha finalizado el relato.
La tortuga roja solo necesita 80 minutos para enamorarnos. Sencilla de forma, con un dibujo casi naïf, de trazo justo y resultados completos, y durísima de fondo, la película es una muestra de hasta dónde puede llegar el arte independientemente de la manera en que se manifieste.
La animación, y más que nunca la tradicional, la de dos dimensiones, sigue siendo, en tiempos en que los ordenadores mandan en producción y ejecución, un ejemplo perfecto de que lo que importa es contar una buena historia.
La tortuga roja es cine para todos los públicos. Por sus características no deja de acercarse más al perfil adulto que asuma que una película se puede narrar sin hacer uso de diálogos. Lo mismo ocurría con otra cinta francesa de hace un par de años, Minúsculos. El valle de las hormigas perdidas, en el que los insectos se comunicaban con el realismo de la vida, no con la adaptación a personajes convencionales que Disney o Pixar suelen ofrecernos.
Respecto a la trama de La tortuga roja, los niños pueden disfrutarla tanto como cualquier otra película con la que pasen un buen rato. La cinta habla de sentimientos del orden del amor o la soledad, cosa que no les será ajena tras haberse graduado en ellos gracias al reto que suponía Del revés, la gran producción de Pixar que aplaudimos el año pasado.
Por lo tanto, niños y mayores pueden compartir una película que no por pertenecer a una nacionalidad distinta a las que la animación suele traernos, de manos de grandes estudios, merece menos atención que ésta. De hecho, La tortuga roja merece incluso más porque al tratarse de una cinta pequeña, aunque enorme en resultados, vale la pena darle la oportunidad de que nos asombre, de emocionarnos con una propuesta diferente a las que normalmente tenemos acceso.
Silvia García Jerez