HASTA QUE ME QUEDE SIN VOZ: Las tensiones de una estrella del rock
Suponemos lo agradable de disfrutar de las mieles del éxito en una estrella del rock. Pero no somos conscientes de otros momentos amargos. En este documental sobre la figura de Leiva, una vez conquistada la fama siendo la mitad de un duo de éxito en la música rock española como Pereza, se nos descubre esta otra cara presentada con una brillante narrativa audiovisual.
En el auge que vivimos de los documentales sobre músicos en activo estamos acostumbrados al elogio y la presentación de las caras positivas o simpática de los protagonistas, usándose como herramienta de marketing para su carrera musical. Los fans no se quejan, pero el público medio que se adentra en ellos para conocer algo más puede terminar aburrido o con una sensación de ni fu ni fa, si no hay otros alicientes. No es el caso de Hasta que me quede sin voz.
Producido por Blur en colaboración con Movistar +, este documental dirigido por el productor Mario Forníes junto con Lucas Nolla plasma las angustias de Miguel Conejo, más conocido como Leiva, la mitad del dúo Pereza que junto con Rubén Pozo despegaron como una de las grandes promesas y luego realidades del rock en español de los años 2000. Su estreno en salas de cine está previsto para el 17 de octubre de 2025 y después en la propia Movistar TV, tras haberse presentado en el pasado Festival de Cine de San Sebastián.
El documental nos sitúa entre 2023 y 2024, con Leiva viviendo los últimos coletazos de la gira de presentación de su disco Cuando te muerdes el labio que presenta tanto por España como por Hispanoamérica. Vemos al artista deambulando por Nueva York, pero también en la soledad de su apartamento, intentando negociar a distancia con su equipo de managers el ralentizar el ritmo de la gira, o viviendo la angustia de ese concierto en un gran local de México que parece que no va a llenar a pocos días de él. El motivo es importante: Le han detectado una lesión de la cuerda vocal que podría dar al traste con su carrera si no se cuida y no se opera, una verdadera tragedia para alguien que vive tan intensamente la música, su guía de vida.
La labor en el guion y la realización del argentino (conocido como) Sepia junto con Lucas Nolla, que además de dirigir plasma los planos, desemboca en un resultado brillante. A través del uso de diferentes formatos de imagen —digital, 16mm, Super 8, iPhone—, junto con un sinfín de conversaciones, la voz en off constante, encontramos un lenguaje visual y narrativo que refleja esa tensión y angustia.
Partiendo de esta situación agobiante, que finalmente se va aventando (el concierto de México termina llenándose con gran éxito) nos adentramos en el retrato de Leiva, narrado por otros o en primera persona con sus recuerdos: Un chaval inquieto desde pequeño que crece en el barrio madrileño de la Alameda de Osuna que queda marcado por un desgraciado accidente en su infancia, cuando jugando con un amigo con una escopeta pierde un ojo. Esto no hace sino revolverse para salir adelante en la vida, con la pasión de la música como método redentor.
Vemos imágenes que captan sus conciertos con su primer grupo en el Instituto, tocando la batería. Y se plasma la importancia del barrio en su vida, que le lleva a seguir viviendo allí, a reservar momentos de su agitada vida para reencontrase con sus amigos de toda la vida jugando un partido de fútbol, o a visitar la casa de sus padres.
También la familia es un pilar para él, apoyo en su carrera con los que comenta cómo han visto como público su último concierto. Con su madre cocinando esas croquetas que saben como ninguna, o su padre, ya jubilado (se sugiere quizá una inspiración para la carrera compositiva de Leiva el haber tenido un progenitor aficionado a la literatura o escritura de poemas) que sufre igualmente con él por el éxito del concierto y que nada salga mal. Todo esto humaniza al personaje que por momentos transmite su agobio al espectador.
Y es que Leiva queda retratado como un viborilla. No para de comerse el coco, duerme mal, da vueltas a sus composiciones, se abandona a tomarse su copa de alcohol diario a pesar de que no le venga bien para la salud. Necesita retiros espirituales en su casa en el campo, escalar por la montaña o cultivar el huerto, como inspiración o como bálsamo vital.
Pero en esa espiral frenética, también se saca tiempo para empatizar con él. Nada se ha regalado en su carrera desde que conociera en el barrio a Rubén Pozo y Tull y formaran Pereza, primero a la sombra de Rubén y luego tomando protagonismo en las composiciones, hasta su separación en pleno éxito de público y ventas, siguiendo después cada uno su carrera en solitario. En este tentar la suerte a Leiva le ha salido bien la jugada, y tras un trabajo impenitente le llega de nuevo el éxito, algo nada fácil.
En el documental se capta su angustia ante una próxima rueda de prensa, pidiendo a sus managers templanza ante lo que se le viene. La secuencia de preguntas de los periodistas disparadas sin piedad es verdaderamente impactante y ayuda a ponerse en el cerebro de Leiva. Realmente uno empatiza ante esta otra cara de la fama, aunque también desee estar en un estatus que le permita tener dinero y viajar por el mundo, como él.
Y llegamos a la parte de su pánico ante la problemática de salud por la voz. Vivimos en primera persona su ingreso en el hospital, la incógnita por el desenlace. Todo va bien, aunque hay que cuidarse, y a ver cómo se maneja eso. De hecho, ha previsto y planificado todo, grabando cosas antes de la operación. El necesario silencio total exigido en los primeros meses del postoperatorio no impide que busque formas de dar salida a su hiperactividad. Así, da instrucciones con la pizarra para rematar las composiciones del próximo disco, de modo admirable. No desecha la oportunidad de actuar después, introduciendo en el ring al boxeador mexicano Isaac “Pitbull” Cruz, al que le ha compuesto un corrido, también unas imágenes impagables. Todo esto ayuda a llevarse una idea del genio y arte del protagonista del documental.
Finalmente, queda tiempo en el filme para ahondar en la faceta humana, a través de los reencuentros con colegas como Iván Ferreiro, Robe Iniesta… Muy interesante es contemplar en pleno proceso creativo el tándem Leiva – Joaquín Sabina, donde adivinamos que tanto el discípulo reconocido como el maestro de la narrativa «canalla» están verdaderamente a gusto trabajando. O su reencuentro tras un tiempo con Rubén Pozo, su compañero de fatigas y vecino del barrio de la Alameda de Osuna desmintiendo asperezas que, si en el tiempo de la separación pudieran haber sucedido, nada de eso queda en la actualidad cuando es invitado a su concierto, logrando las delicias de los fans de Pereza.
En suma, tanto por la fotografía, el montaje, la música, el retrato, la historia, Hasta que me quede sin voz es un documental que se disfruta y engancha del principio hasta el final, seas fan de Leiva o no. Se tiene acceso privilegiado a su vida privada, un viaje de años compartiendo carretera, escenarios, momentos íntimos de creación y situaciones de máxima vulnerabilidad personal y profesional.
Y esto, en estos tiempos, merece quitarse un sombrero como los que suelen llevar Sabina o el propio Leiva.
JAVIER SAN VICENTE