LOS ROSE: Matrimonio en guerra

Para aquel espectador cinéfilo que conserve memoria de los estrenos de principios de los 90, si lee el título Los Rose en la cartelera del fin de semana del 29, le remitirá a La guerra de los Rose, esa grandiosa película de 1990 dirigida por Danny DeVito y protagonizada por Michael Douglas y Katheleen Turner, en la que el personaje de DeVito nos contaba la historia de un matrimonio en el que Bárbara se hartaba de su marido y quería divorciarse de él a toda costa. Él, Oliver… no tanto, porque quería a Bárbara. Pero ella estaba deseando dejar de verlo. De verdad. Sin segundas oportunidades, sin ironías. No te quiero. Punto. Y ese proceso de divorcio se transformó en un infierno que Danny DeVito, actor y director del film, nos trasladaba con toda su crudeza. Una obra maestra de hace 30 años.

Basada en La guerra de los Rose, de Warren Adler, uno de los productores de la película fue James L. Brooks, un autor y director fabuloso, responsable entre otros títulos de La fuerza del cariño, Broadcast News (Al filo de la noticia) o Mejor… imposible, además de producir Big, Jerry Maguire o la serie Cheers. Un señor genio tras una película genial.

Algo que no le sucede a la nueva versión. Hollywood, ávido de ideas de las que tenga la seguridad de que funcionan en taquilla -y qué mejor que volver a las que lo hicieron en el pasado- retoma un film no demasiado conocido debido a su crudeza y a su falta de escrúpulos a la hora de contarnos los detalles escabrosos de un divorcio salvaje, repleto de humor negro pero sin ninguna gracia. Todo en La guerra de los Rose era descarnado, no había atisbo alguno de marcha atrás en la destrucción de la pareja, y eso el público lo rechaza y la industria actual más. Pero si algo es duro y dramático, lo es y como tal se tiene que acometer. Danny DeVito lo entendió y la convirtió en una de las mejores películas de su filmografía.

Cosa que no ha hecho Jay Roach en esta actualización del divorcio. Roach, director de las dos entregas de Austin Powers o de Los padres de ella y Los padres de él, todo un experto en el género de la comedia, se hace cargo de llevar a la gran pantalla de nuevo la historia de cómo éste matrimonio se tira los trastos. O no. En La guerra de los Rose la ofensiva era continua. En Los Rose, como no lo es han hecho bien en quitar del título ‘La guerra de’ porque aquí hay de todo menos batalla campal.

Benedict Cumberbatch y Olivia Colman

Los Rose son ahora Olivia Colman y Benedict Cumberbach, actores británicos de reconocido prestigio -ganadora ella de un merecido Oscar por La favorita, nominado él a otro que mereció haber ganado por El poder del perro– y muy solventes en cualquier género que se les plantee, por lo que, en principio, son garantía de calidad, tanto en sus interpretaciones como en la elección del proyecto en sí que lleven a cabo. Pero una vez vista la película cuesta entender por qué se decidieron por éste. Seguro que dos actores de su calibre podían haberse puesto de acuerdo para producir, porque ambos la producen también, otro mucho mejor.

Los Rose no es ni la sombra de aquella genialidad de 1990. Sólo la recuerdan los apellidos de los protagonistas, es lo único que tienen en común. El personaje de Danny DeVito no existe aquí, hay una consejera matrimonial que anima a los cónyuges, dándoles pie a recordar su inicio como pareja, cómo se conocieron y cómo llegaron al punto de odiarse. A nivel narrativo es un odio con la boca pequeña, casi porque el guión lo impone, no porque verdaderamente lo veamos reflejado en sus acciones. Y poco más interviene la consejera para aconsejar nada.

Lo que nos cuenta Los Rose es la historia del fracaso profesional de él y del éxito de ella. Cómo tal circunstancia va minando el amor que se tienen. Pero no se nota demasiado porque en realidad se quieren mucho. La primera hora se limita a relatar su historia de amor y de compenetración. Ahí no hay guerra. Y cuando ésta estalle lo hará de forma tan burda y tan rápida que apenas nos dará tiempo a asistir a su recorrido.

A lo que sí nos da tiempo es a reflexionar sobre hasta qué punto Los Rose es profundamente machista: que el hombre fracase laboralmente hablando es una opción imposible para el sexo masculino. ‘Masculinidad frágil’ lo llaman ahora. Habrá quien lo lleve bien, si le ocurre, pero en tiempos en los que el feminismo no siempre es bien visto Los Rose desquiciará a los que piensen que ya estamos otra vez con el ejemplo de que la mujer sea la que destaque. Y habrá quienes se alegren de que el film tome esa opción porque en la vida real también pasa.

Los Rose, que se promociona con los dos actores protagonistas escondiendo a sus espaldas una sartén y una botella de vino para, entendemos, atacarse mutuamente con ellas, promete una diversión que no da. No, no es divertida. Tiene momentos en los que nos surge la risa, pero por lo general es un despropósito en el que nada da la impresión de ser verdad, todo luce impostado, falso, preparado para una carcajada que no acaba de llegar. No puede hacerlo porque tampoco el film cuenta con buenas armas, con una narración sólida, sólo con situaciones mil veces vistas que adivinamos nada más comenzar las escenas en las que ocurren. Ningún atisbo de creatividad en esta historia llena de supuesta ironía que de tan fallida acaba siendo aburrida. Y además, todo es tan blanco, tan pretendidamente familiar en estos tiempos en que los que muchos prefieren no molestar al prójimo, que no funciona, que nos expulsa de su propuesta.

Lo mejor de Los Rose no está en la película sino en el recuerdo de que en 1990 nos llegó La guerra de los Rose, la versión anterior, y que siempre podemos volver a aquella joya. Ésta que ahora se estrena está muy alejada de brillo alguno.

Silvia García Jerez

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