EL MAESTRO QUE PROMETIÓ EL MAR: Historia y memoria

Mira que es bonito el título: El maestro que prometió el mar. Es que sólo con citarlo ya quieres verla, tenga el argumento que tenga, aunque es fácil adivinar la historia que nos cuenta, tanto si sabes quién fue Antoni Benaiges como si no. Porque, ¿qué puede contarnos El maestro que prometió el mar sino una historia de destino truncado?

Año 1936 en la España previa al estallido de la Guerra Civil. Un maestro, nacido en Montroig, provincia de Tarragona, acepta el destino que las plazas les imponen y se va a dar clase a un pueblecito de Burgos. Y allí se hará famoso. Famoso por sus métodos de enseñanza, nada ortodoxos, y famoso por sus ideas, demasiado alejadas del régimen que estaba a punto de instalarse en el país. Antoni Benaiges (Enric Auquer) fue, a pesar de las iniciales reticencias de sus alumnos, que veían con extrañeza el tipo de clases que daba, un profesor querido y admirado, tanto que años después, cuando Ariadna (Laia Costa) acude a la exhumación de una fosa común por si están los huesos de su abuelo, alguien, un antiguo alumno de Benaiges, se le acerca y le narra su historia. Presente y pasado van a ir mezclándose para presentarnos a un ser excepcional al que la Guerra Civil española cercenó su fabuloso futuro.

Así, El maestro que prometió el mar resulta ser una preciosidad. Cuánto se disfruta su pasado, en el que conocemos a Antoni Benaiges, y cuánto duele su presente, en el que los familiares siguen luchando por recuperar a sus seres queridos, esos que aún yacen en cunetas y que son tan complicados de encontrar. La película, ópera prima de Patricia Font, se centra sobre todo en ese año, el 36, en el que Benaiges comienza su trabajo en Bañuelos de Bureba enseñando a niños de primaria con el llamado Método Freinet, que propone la cooperación y solidaridad en el alumnado introduciendo la imprenta en la escuela, además de la lectura y escritura compartida y en voz alta.

Antoni Benaiges (Enric Auquer) entre sus alumnos. El maestro que prometió el mar
Antoni Benaiges (Enric Auquer) entre sus alumnos

Todo esto era una novedad en 1936 y para sus alumnos no es fácil asimilar que su profesor sea tan particular. Pero Antonio es un hombre abierto a propuestas, un tipo amable y encantador al que no se le resiste ningún niño, por mucho tiempo que tarde en ganárselo. Alguien así no puede tener enemigos. Pero aquellos eran tiempos difíciles y tanto los padres de los alumnos como el pueblo en sí, entre quienes destacaban su cura y su alcalde, tenían a Antonio en su punto de mira. Era un marxista y eso no estaba bien visto. Y lo acabó pagando, pero la Historia, que lo ha tenido décadas silenciado, lo empieza a poner en el lugar que le corresponde. Y esta película es un buen homenaje a su memoria.

El maestro que prometió el mar está basada en el ensayo del mismo título, con el nombre del profesor delante de él, que el periodista Francesc Escribano escribió junto a Sergi Bernal, Queralt Solé y Francisco Ferrandiz. Se titula así porque ha quedado constancia de que el maestro les prometió a sus alumnos llevarlos a ver el mar, a su casa de Tarragona, porque los pequeños no lo habían visto nunca. Por eso era evidente imaginar qué nos contaría la película al leer su título, pero lo maravilloso del proyecto es no sólo que se confirme, no está bien ofrecerle deliberadamente al espectador aquello que no espera, es también comprobar la belleza con la que Patricia Font nos narra lo sucedido.

Y es que El maestro que prometió el mar está contada con auténtico cariño hacia la figura de aquel al que homenajea. Es una delicia, dentro del dolor que también provoca, encontrarnos con un ser del que incluso hoy tenemos tanto que aprender. Porque la bondad es otra asignatura a tener en cuenta y Antoni Benaiges podría dar clases sobre cómo ponerla en práctica. No era sólo lo que enseñaba, también era cómo. Con qué ilusión, con qué ganas, con qué entrega. Y qué maravilla ver reflejado en sus ojos la alegría porque sus alumnos recibieran boquiabiertos cuanto les enseñaba. Lo que consigue Enric Auquer dando vida en la pantalla a este maestro de escuela es un prodigio. No sólo interpreta uno de los personajes del año, él le aporta una magia inolvidable.

Sí, va a ser un profesor difícil de olvidar, como lo fue Don Gregorio, el protagonista de La lengua de las mariposas interpretado por Fernando Fernán Gómez, otro personaje de la República que ha quedado en la memoria y en la Historia del cine.

Ariadna (Laia Costa) en la fosa común en la que espera encontrar 
los restos de su abuelo.  El maestro que prometió el mar
Ariadna (Laia Costa) en la fosa común en la que espera encontrar los restos de su abuelo

El presente de El maestro que prometió el mar es menor en metraje, pero igual de importante. Recuerda que aún hay familiares desaparecidos, la película nos lo deja claro, por si se nos ha olvidado. Lo malo de ese presente es el personaje de Laia Costa, una joven agria y arisca, sobre todo con su madre, y no especialmente cariñosa con el resto del mundo, algo que no sólo no se comprende sino que te predispone en su contra, por muy empático que se quiera ser con su causa. Laia, como actriz, es especialista en defender, gracias a trabajos exquisitos, personajes complicados. Este mismo año se ha enfrentado al de Els Encantats y a la Nat de Un amor, que no son precisamente acogedores, pero llega un momento en que se antoja innecesario que ninguno de ellos acabe siéndolo.

En contrapartida, tenemos el de la limpiadora al que da vida Luisa Gavasa. A ella le toca el papel de Charo y es admirable lo que hace con él. Menuda joya de interpretación. Charo es una mujer extraordinaria, una amiga, una confidente, una secundaria de oro. Desde que aparece, ilumina la pantalla. También lo lograba en La novia, por la que ganó el Goya a la mejor actriz revelación, y sigue siendo maravilloso encontrársela en los repartos en los que nos deleita con su presencia.

Historia y Memoria, ambas con mayúsculas. Eso es El maestro que prometió el mar. Las dos se van mezclando en el metraje y vamos conociendo a la vez quién fue Antoni Benaiges y cuál es el presente del pueblo en el que trabajó. El resultado es una película rebosante de emoción, con escenas ya míticas como el baile que le sirve de cartel o ese momento en el que los niños descubren en qué consiste la imprenta. El cine sirve no sólo para que sus alumnos no olviden a su maestro, también para que el público lo conozca y sepa que una vez hubo en un pequeño pueblo de Burgos alguien que les cambió la vida de la manera más bella posible. Ahora, desde la butaca de los cines, Antoni Benaiges nos la cambia a nosotros como espectadores de la misma forma.

Silvia García Jerez

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