EL CASTIGO: Secretos y mentiras

El castigo comienza ya en plena historia, nada de ponerte en situación, no, estás dentro de la situación. El espectador se encuentra dentro del coche que conduce Ana (Antonia Zegers). A su lado, Mateo (Néstor Cantillana), su marido. Dan la vuelta por el camino para recoger a su hijo, Lucas, al que han abandonado hace un par de minutos como castigo a algo terrible que acaba de hacer. Pero cuando llegan al punto en el que lo dejaron, el niño no está. Ha desaparecido.

Los padres se adentran en el bosque, gritan su nombre, van para acá y para allá, pero nada. A Lucas ni se le ve ni responde. Es momento para llamar a los Pacos, que es como se les conoce a los policías en Chile. Al llegar, un hombre y una mujer, ella dirige el operativo hasta que hagan su aparición refuerzos con perros y les pide a los padres que no se internen más en el bosque mientras su compañero busca al niño porque es la mejor manera de no confundir los rastros de las pisadas.

Ana y Mateo los dejan hacer, pero la desesperación va creciendo y empieza a haber consecuencias: las charlas que van teniendo van revelando verdades que permanecían ocultas en el día a día de una convivencia asumida como normal. Pero nada tiene de normal, y mucho menos para Ana, quien al abrirse del todo, al exponer su punto de vista como madre, hace que la situación de la pareja cambie para siempre.

Antonia Zegers y Néstor Cantillana, los padres que buscan desesperados
al hijo que han perdido en el bosque

El castigo fue la ganadora de la Biznaga de plata al mejor director, Matías Bize, en el festival de Málaga de este mismo año. Y no es de extrañar, porque Bize la cuenta en tiempo real, en un plano secuencia de 80 minutos en los que la cámara sigue a los personajes entrando y saliendo de ese bosque en el que no encuentran al niño que buscan. 80 minutos muy bien aprovechados en los que se nos van ofreciendo datos para ir averiguando no sólo qué ha pasado con él, antes de que la cámara empezara a filmar, sino qué está pasando entre ellos. Las mentiras que les cuentan a la familia, a esos Pacos que son los policías, y las que se han ido contando entre ellos durante los años de matrimonio.

Todo está medido al milímetro, ensayado, nada se ha dejado al azar. El rodaje de El castigo iba a comenzar en marzo de 2020 y tuvo que ser suspendido dos veces por la pandemia, y eso dio tiempo al equipo a seguir trabajando sobre el texto. Cuando por fin pudieron comenzar a filmar, estaba todo tan calculado, incluyendo los árboles donde hacer los giros, que todo salió a la perfección. Siete tomas se grabaron. A tiempo real, cada día cambiando el minuto de comienzo para que el sol, que debía estar en su atardecer, coincidiera con la hora para que cuadrara con la historia.

Y cuando la película concluye, nos ha dejado petrificados. Como los árboles que rodean a los personajes. Lo que descubrimos de la pareja también nos afecta a nosotros porque nos pone frente a un espejo, nos pregunta qué clase de personas somos, si nos sentimos identificados con lo que propone o si nos parece incluso razonable, y por razonable quiero decir posible, llegar a empatizar con lo que se cuenta. El castigo habla de temas muy tabú, pero que están ahí, en la vida cotidiana, sobre todo en la de las mujeres. La maternidad, la culpa, sentimientos oscuros a los que da terror ponerles nombre pero que son una realidad.

El castigo lanza más preguntas que respuestas, y eso es algo que se le agradece al cine. Más allá del entretenimiento, y esta película es apasionante, los dilemas morales nos paralizan. Ahora qué. Es la gran pregunta. Y lo es porque el pasado que la precede pesa y a veces la cuerda que sujeta el fardo en el fondo del lago se suelta y sale a la superficie lo que éste contenía. Y una vez visto ese contenido no hay vuelta atrás. No se puede dejar de ver lo que se vio, no se puede no saber lo que ahora se sabe.

Por eso El castigo es demoledora. Lo es en su forma, con ese plano secuencia, con esos actores fabulosos, empezando por Antonia Zegers, la temible hermana Mónica de El club, sobresaliente también aquí, y siguiendo por Néstor Cantillana y Catalina Saavedra, padre y ‘paca’ en este relato, dos personajes que también nos darán momentos impecables. Pero es que es demoledora en su fondo, que es lo que más poso deja. Sin historia no hay nada y El castigo tiene no una, sino muchas en sus capas, que afectan al matrimonio pero también a la sociedad en la que vivimos, en la manera en que está concebida, en los convencionalismos que tenemos asumidos aunque no los acabemos de aceptar.

El castigo esconde muchos castigos. Parece que sea el del niño vengándose de lo que acaba de pasar, pero hay más. Unos más evidentes que otros, y todos están en este título, en este bosque, en los gritos de búsqueda y desahogo. Y en el futuro más allá de esa carretera.

Silvia García Jerez

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