EL TRIÁNGULO DE LA TRISTEZA: Los ricos también vomitan

El triángulo de la tristeza es una barbaridad. La película que ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes de 2022 llega ahora a nuestras pantallas, casi un año después de que se viera allí y a pocos meses de que comience su nueva edición. Pero nunca es tarde para disfrutar de un espectáculo semejante, sobre todo cuando viene avalada por tres nominaciones al Oscar -mejor película, director y guión original- que pueden añadirse al cartel promocional.

Últimamente los Oscar no atinan demasiado y están bajando en popularidad, pero en general los premios siguen llamando la atención, y si una cinta dirigida por el sueco responsable de las estupendas Fuerza mayor y The Square, también ganadora de la Palma de Oro, en 2017, está tan destacada en los de la conocida como Meca del cine, habrá que hacerle un poco más de caso.

Y no os vais a arrepentir. Porque El triángulo de la tristeza repite crítica a los ricos como ya hiciera The Square, y lo hace de una manera más asequible que aquella, siendo más directa y mas descarnada. Porque los ricos son desesperantes cuando su clase social se tambalea… y cuando pueden regodearse de ella, también. En general, Ruben Östlund los tiene como blanco de su cine y es una gozada ser testigo de cómo los trata. Porque él pertenece a esa clase social y le entusiasma hacer burla de ella. Reírse de lo que él mismo es. Tiene mérito.

En El triángulo de la tristeza los mete en un crucero de lujo para hacerlos vomitar. Básicamente. El concepto es de lo más atractivo. Porque no se regodea como lo hace Babylon, ni con el mal gusto con el que Babylon lo hace, sino con la naturalidad del que no puede quedar bien en un momento de máximo glamour. Y eso, para quienes están detestando a sus personajes, es puro divertimento.

Dolly De Leon, en el centro de la imagen, es la verdadera estrella de la cinta El triángulo de la tristeza
Dolly De Leon, en el centro de la imagen, es la verdadera estrella de la cinta

Östlund divide el relato en tres partes. Comienza presentándonos a la pareja protagonista, Carl (Harris Dickinson), un modelo que aún ha de pasar por castings para conseguir trabajos, y Yaya (Charlbi Dean), una modelo de pasarela que gana muchísimo más dinero que él, sobre todo como influencer. Dos tipos que están continuamente peleando porque este cambio de estatus los trastoca, para bien y para mal, sobre todo para mal. Y a continuación, segunda parte, los vemos, junto a otros pasajeros, en un crucero de lujo. De nuevo, el clasismo persistente. Clientes ricos y sirvientes a su merced. Hasta que se cambien las tornas y entonces veremos quién manda en la tercera parte de la cinta.

Pero mientras tanto, ricos unos, más ricos otros, vamos a pasarlo bien… si los celos, las quejas o el ser tiquismiquis lo permiten. Porque parece que ser rico te da derecho a ser insoportable. Y nosotros vamos asistiendo a los días que estos pasajeros van pasando en el crucero, un conjunto de personajes bien dibujados, tanto los protagonistas como los secundarios, metidos en un guión férreo en el que todo funciona como un guante de Chanel en una mano con la mejor de las manicuras.

El triángulo de la tristeza es ese que se encuentra entre el puente de la nariz y las cejas, en el que se mete el botox para que no se formen arrugas. Partiendo de esa base, Ruben ÖStlund nos plantea qué pasa cuando un montón de gente rica tiene que hacer frente a una situación extrema, cómo sobrevivir cuando todo se ha puesto en contra. Lo tienen complicado porque, por lo general, no saben hacer nada: son todo botox. La falsedad a la que hace referencia el título. Ahí es donde Östlund clava su cuchillo, el punto débil de los aparentemente más fuertes, de aquellos que son admirados y reverenciados en esta sociedad que es todo cinismo. Por una vez el ‘Aquí sufriendo’ del hanstag de las redes sociales va a ser real.

El cine de Östlund apunta hacia la clase privilegiada para decirnos a los que no lo somos que los ricos también vomitan. Lloran, vomitan y hacen todo lo que se supone que las clases bajas no debemos hacer. Pero ellos padecen de aquello que critican. Se despellejan, se envidian, sienten celos incluso siendo los más guapos del lugar. Nadie está a salvo de las lenguas viperinas. Ni de las vidas de las que huyen. Y a veces, por ejemplo en El triángulo de la tristeza, esa vida te persigue por mucho que corras. Y cuando caigas, ahí estará Abigail (Dolly de Leon), para ponerte en tu sitio.

Se ha hablado mucho, en esta temporada de premios, de una posible nominación como mejor actriz secundaria para Dolly De Leon. Finalmente no está nominada pero habría sido fantástico si la hubieran incluido en su correspondiente quinteto. Aparece poco pero su personaje es fundamental, determinante. Su Abigail es admirable, uno de los mejores personajes femeninos del año, y le da a Dolly algunos de los mejores momentos de la película.

Pero es que El triángulo de la tristeza tiene muchos. Desde el comienzo es un espectáculo en el que vamos a ser testigos de situaciones tremendas, esperpénticas, sensacionales. Íntimas o grandilocuentes. Ruben Östlund domina todos los escenarios y dirige de manera soberbia un circo de varias pistas en el que tendrá que domar a muchos personajes, a cual mejor escrito por ese guión que ha sido, con justicia, nominado al Oscar.

El triángulo de la tristeza es una certera mirada a esa clase social que cree estar por encima de todo y de todos, ya sean ricos de antaño, que amasaron su fortuna a base de oscuros negocios en tiempos aún más tenebrosos, o ricos contemporáneos, que han logrado lo que ganan a base de seguidores en las redes sociales. A todos señala, no deja a nadie sin restregarle que a pesar de su posición no es una persona más envidiable, ni su día a día se le está dando mejor que a quien no goza de su estatus.

En la cena del Capitán vamos a asistir a un espectáculo dantesco. El triángulo de la tristeza.
En la cena del Capitán vamos a asistir a un espectáculo dantesco

Por eso El triángulo de la tristeza es tan imprescindible. No solo lanza ese mensaje clarísimo, sino que lo hace con un envoltorio divertido, lleno de ritmo, rápido y punzante en sus diálogos, en sus resoluciones visuales, sus encuadres -esa cena del Capitán (Woody Harrelson) que ya es mítica-, plagada de humor negro y de crítica a todo lo que la cámara filma. Y al fuera de campo también, porque las conversaciones con el Capitán en su camarote son dignas del cine más surrealista.

Brillante y sutil como una bofetada en la cara, El triángulo de la tristeza puede presumir de haber cosechado algunos de los galardones más reconocidos y de tener todos los motivos para que sean merecidos. Es una película redonda que se suma a los grandes títulos de la filmografía de Ruben Östlund, solo que en este caso, el director se ha superado a sí mismo.

Silvia García Jerez

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