THE BLACK CROWES
Y los cuervos volaron como entonces, como antaño, graznando su buen rock y mejor blues
Fue el mismo año que celebramos Olimpiadas y Expo, allá por el ’92, llegando para presentar su segundo álbum, de título largo cual trabalenguas. Era diciembre y no creo que superaremos la centena, quienes por entonces, nos encontramos en la sala Canciller en el primer concierto de The Black Crowes en España.
Me acuerdo de ir orgullosa con mi camiseta negra, de manga larga, y ese par de cuervos estampados a lo cartoon que compré un par de años antes, cuando descubrí a los hermanos Robinson utilizándolos cual alter egos para su sobresaliente álbum debut, Shake Your Money Maker.
Un primer disco haciendo rock como antaño y sacando el blues como los negros escapados del Tío Tom, en una época que parecía no corresponderles. Ni a Chris y Rich Robinson, ni a la joven banda junto a la que volvían al hipismo, en tiempos del grunge y el soft heavy, mirándonos desafiantes desde la portada con fondo oscuro de su primer CD –dedicado al creador de la slide guitar, Elmore James, tomando además para el título una de sus canciones-.
Y recuerdo también, resultándome casi increíble y quizás ya algo mitificado, que aquel concierto realmente acabó con toda la banda subida a una furgoneta y ¡tocando en la calle!.
Con sus buenos graznidos entre aquel frío, todavía hoy es una de las anécdotas más emocionantes que conservo.
Como intuyo que igualmente se convertirá en inolvidable el conciertazo que vivimos, quienes celebramos los 30 años de aquel disco en Madrid, en el WiZink Center (conocido antes como Palacio de Deportes, donde actuaron estos pájaros, en el ’96, presentando su cuarto trabajo).
Haciendo números han pasado exactamente 32 años de aquel discazo.
Y haciendo memoria, The Black Crowes no venían desde 1999.
Sin embargo, la gira-homenaje-aniversario de Shake Your Money Maker, programada para cuando correspondía soplar las 30 velas con licks y riffs, tuvo que suspenderse por el puñetero bicho que nos prohibió socializar durante un tiempo.
Así que el retorno de Los Cuervos Negros, en este otoño veraniego, llegaba con muchas ganas.
Unas ganas y unos deseos que superaron al vuelo, ofreciendo un extraordinario concierto, aún constatando mi fanatismo expuesto y el de todo un recinto entregado a la banda americana.
Una banda que tantos años después, mostró y demostró maneras, profesionalidad y cercanía, haciendo además lo que mejor saben hacer; sacando el buen rock, blues y groove de cada uno de sus temas, ya sean de Shake Your Money Maker, sean de aquel otro álbum de nombre largo, titulado The Southern Harmony & Musical Companion, o cualquiera de sus posteriores trabajos.
El show con una sencilla puesta en escena y repasando Shake Your Money Maker, tal cual, convierte esta ocasión en la auténtica presentación de ese gran álbum de 1990, que anunciado estaba que iban a ser reproducid enterito, de principio a fin.
We’re gonna play the whole fucking thing, en palabras de Chris Robinson.
Y así fue. Fucking great, añado.
Tocando los diez temas en el mismo orden y regalándonos unas cuantas versiones de clásicos del rock’n roll, que fueron la única diferencia entre el concierto de la noche anterior, en Barcelona, y el de Madrid, actuando en ambos con otra formación de músicos que no era la banda original al completo.
Claro que con el batería no acabaron bien y Los Robinson, de tanto en tanto, suelen sacarse los ojos como buenos cuervos que son, y mejores artistas-hermanos.
La pareja de brothers, en sí, son The Black Crowes; siendo uno, rubio, con aires de angelote, y el otro moreno, de malote. Uno, a la guitarra y otro a la voz. Y ambos muy buenos. Y aún contando con las broncas y enfados durante toda su trayectoria, estos pajarracos todavía se mantienen; que algo debe tener la sangre y la buena música, que tienden a juntarse y hermanarse, de cuando en cuando. Eso sí, mandando siempre Chris, el líder de nido. Ese hermano mayor y mayor frontman, desgarbado y descarado en su escuálido cuerpo, quien es capaz de grabar con otra banda llamada Botherhood, compuesta con alguno de los grajos, pero sin familiar alguno.
Daban las nueve de la noche y por los altavoces del WiZink, una música grabada a modo de intro, que no muchos reconocerían que pertenecía a Elmore James, se interrumpía para dar la bienvenida a los primeros acordes de Hard To Handle, con la banda saliendo a escena.
Saltaba entonces la emoción, cuando Chris Robinson aparecía con un enorme paraguas, acercándose teatralmente hasta el principio del escenario.
Un escenario con el trampantojo de un bar, de carretera secundaria o fronteriza, con esos pájaros que les representan pintados a lo grande, al fondo.
Fieles a su gusto, vistiendo elegantes para el espectáculo y sin pantallas de video, como antaño, Black Crowes sonaron genial desde ese primer tema, continuando con el buen directo durante todo el concierto en un lugar con el tamaño y las condiciones del WiZink, que estuvo a la altura de este revuelo de cuervos.
Para la segunda canción, Jealous Again, Chris ya tenia la voz calentita -como bien apuntó mi buen acompañante-, mientras llegábamos lo más cerca al escenario, consiguiendo la distancia óptima para verles, cantar y bailar. Pues hasta en eso fue especial la noche, disfrutando sin agobio alguno entre un público entusiasmado y a rebosar.
Tan cómodos estuvimos en la pista, como Los Cuervos Negros bajos los focos, ofreciendo unshow espléndido que tienen muy trabajado y mantienen muy vivo. Sin pausas y directos a las canciones, presentadas siempre por Chris, que suenan como un sueño en un lluvioso (y de ahí, la presencia del paraguas).
Repasaron todos sus éxitos, además de varias composiciones de sus discos posteriores y un regalo de versiones, mientras los hermanos parecían bien avenidos y la banda funcionaba a la perfección durante un concierto con una fuerza y energía como de veinte años, o como de hace más de treinta.
Completaron el repertorio íntegro de Shake Your Money Maker, pasando por el clasicismo de Seeing Things -¡tan bonita!-, la sencillez de Sister Luck y Could I’ve Been So Blind, con sus coros y teclados embaucadores, Thick ’N Thin de guitarrismo rabioso y Stare It Cold, más grasiento, junto a Sting Me, Rocks Off y por supuesto, Hard to Handle recordando a Otis Redding.
Llegaron los compases y la belleza She Talks to Angels, y Chris creó intimidad entre 10.000 o 12,000 personas. Glorioso.
Y tocaron también Wiser Time de Amorica y varios cortes de aquel The Souther Harmony & Musical Companion, que les trajo la primera vez, migrando del Mississippi sureño hasta La Motown, ya que estos cuervos también tienen soul y boogie, alcanzando entonces su gran lucimiento el par de coristas -una morena y otra rubia- que elevaron Remedy a himno -y ese tema tan sexy, sonó muy brillante-.
Batería, bajo, teclados… Cada uno, se oía. Y todo era escuchado. Una maravilla.
Con Rich a sus guitarras y Chris con su eterna actitud, dominando el show en todo momento y con cada movimiento; sea a la armónica, abrazando el micrófono, o con esos bailes de gusano hasta un imparable final, cuando moviendo las caderas a lo Jagger, acompañaba su versión de Papa Was a Rollin’ Stone. Otra maravilla.
Llevan más de tres décadas haciendo de las herencias algo innato, convirtiéndose en atemporales y universales por mérito propio; como esta celebración de musicón y emociones hasta el último acorde, cuando The Black Crowes, triunfantes, echaron a volar.
Y esta vez, el concierto sí acabó encima del escenario.
Volví a casa con la sensación de haber vivido uno de los mejores conciertos de mi vida, entre aquella noche del ’92 y la de esa misma noche, aunque esta vez fuera sin mi camiseta de los cuervos. Aquella que se convirtió en cuasi uniforme juvenil y terminó por perderse un día, tras escuchar a mi querida madre: Con la ropa tan mona que tienes y no te quitas ¡esos cuervos!
Hoy la prenda vintage valdría en eBay.
Pero prefiero que sea un recuerdo legendario, entre risas familiares.
¡Y que vuelvan siempre Los Cuervos Negros!
Mariló C. Calvo