FLEE, extraordinaria animación
Con ese título tan corto como elocuente, Flee que significa “huir”, narra a trazos, con carboncillo y a través de una sencilla animación, el largo periplo físico y emocional de un joven, convertido en refugiado, que se atreve a contar la realidad de su vida, fingida por necesidades de supervivencia.
A modo de documental y entremezclando con gran acierto y maestría imágenes de archivo con la historia personal en simples dibujos, FLEE logra transmitir la realidad de un pasado que aun tiene consecuencias políticas y sociales, junto al miedo, la valentía, el desamparo y la determinación del protagonista hasta ser quien es hoy.
Con varias nominaciones a los premios Óscar (optando a mejor película extranjera) , siendo tan merecidas como su necesaria difusión, Flee es de esas cintas que debería verse, siempre, e incluso programarse en los institutos, para aprender de esta actualidad de imparables migraciones y hogares temporales que ya forman parte de nuestra realidad.
Flee es dura y esperanzadora, en su justa medida. Crónica y testimonio, combinando magníficamente la animación en color, simple y cercana, del relato biográfico, con esos recuerdos en blanco y negro de memoria colectiva, a carboncillo y sin rasgos que personalizar -de esos que nos son comunes y podrían ser de cualquiera, incluso de tu propia familia-.
No obstante, por si el dibujo pudiera distanciarnos de la verdad, se intercalan imágenes de archivo tan bien bien elegidas como los momentos seleccionados, mostrando lo que ocurría en aquel entonces, y quedando la verdad de quien aún huyendo y consiguiendo una carrera profesional y una bonita casa junto a un lago, arrastra una vida quebrada por mentiras, por construir una vida normal.
Con una estructura muy cinematográfica y cual si fuera el proceso del rodaje de un documental (con claqueta incluida), comenzamos a escuchar la confesión de este singular refugiado, reivindicando y revelando identidades y memoria.
Siempre con los ojos cerrados, buscando la certeza de sus recuerdos igualmente en esfumado, y rebuscando en un pasado inventando tan arduo como real y sincero.
Una historia que siendo ficción deja escapar una verdad, que mantiene el interés y la curiosidad durante todo el metraje; desde Afganistán en los años ochenta cuando era un “un crío rarito que bailaba en camisón, oyendo a A-ha (grupo musical de influencia confesa para el director, Jonas Pohe Rasmussen), en un lugar donde ni existía la palabra gay”, hasta su juventud en Copenhague casi una década después. Mientras se suceden las panorámicas de aquella guerra en Kabul y de algunas ciudades soviéticas que fueron un primer cobijo familiar, con la única alegría de ver juntos las telenovelas mexicanas y compartir la suerte de quien entra en la lista del coyote ruso, manteniendo así un negocio de tráfico humano, del que participan sin querer y por sobrevivir.
Habrá quien se acordará de ese par de grandes documentales animados que son Persépolis –acerca de la mujer iraní y el fundamentalismo- y Vals con Bashir –sobre la matanza de refugiados palestinos-, mas Flee se lleva todo lo bueno de ambas, sorprendiendo además con una bonita canción que reconforta y un puñado de detalles de buen cine que se disfrutan enormemente; como ese montaje y sonido con eco durante la grabación en la cocina (sin micro), o ese plano final que nos devuelve a la realidad -y al hogar- para no olvidarnos nunca, ni confundir jamás lo visto con lo vivido.
Extraordinaria.
Mariló C. Calvo