PETITE MAMAN: La magia de la amistad
La protagonista de Petite maman es Nelly (Joséphine Sanz), una niña de 8 años que acaba de perder a su abuela. Una a una se va despidiendo de las compañeras que ella tenía en la residencia y se marcha con sus padres a la casa donde su madre creció para ir recogiendo lo que allí queda. No sabe cuántos días permanecerán, lo que tarden en recoger, pero hasta entonces, ese tiempo lo pasará en la casa de su abuela.
Mientras, Nelly se dedica a hacer cosas de su edad, como recorrer los alrededores de la casa de campo en la que están, y en uno de sus trayectos se encuentra con una niña que tiene sus mismos años, Marion (Gabrielle Sanz), que está construyendo una casa en un árbol llevando ramas para apoyarlas en él y darle forma de una especie de tienda de campaña.
Poco a poco, la amistad de las dos niñas da lugar a que intercambien datos sobre sus identidades, de modo que Nelly hace un asombroso descubrimiento acerca de Marion que cambiará la percepción de ambas sobre sus días juntas.
Petite maman es una película completamente inesperada. De nacionalidad francesa, está dirigida por Céline Sciamma, la misma que firmó Retrato de una mujer en llamas fascinando al mundo con una de las historias de amor más bellas que se recuerdan en el cine, y tal y como hizo entonces vuelve a conseguirlo ahora con su nuevo trabajo, un film que solo dura una hora y diez y que se convirtió en una de las favoritas del público en el pasado festival de San Sebastián.
En sus escasos 72 minutos nos introduce en un universo que mezcla el drama con lo fantástico, realizando algo inusual, como es el hecho de que, con total normalidad, un elemento fantástico se introduzca en la historia y éste pase a ser la que más peso tenga en ella.
El descubrimiento que hace Nelly, que en cualquier caso intuimos para el momento en que lo revela, entra en nuestro imaginario como un juego, con esa misma facilidad. De este modo la extrañeza inherente a lo imposible se sostiene hasta con una rama, porque la sencillez, una vez asentada, es un elemento más del paisaje.
Las dos niñas, amigas en este entorno familiar, con circunstancias que también son reconocibles por el universo que las une, hacen una piña que irá más allá de la simple diversión. Es cierto que no tienen a nadie más con quien relacionarse por allí, pero su vínculo va a transformarse en un círculo donde la magia es una actividad adicional.
Asistir como espectador a la dirección de Céline Sciamma es una gozada. Su sensibilidad, su talento para mostrar los detalles de una forma clara y nada forzada, hace de Petite maman una experiencia única.
Rodeada de un continuo halo de misterio entre tanta realidad y tanto dramatismo, la tristeza que recorre la vida de los personajes se ve velada por una atmósfera en la que todo es posible. Y esa mezcla consigue una película llena de esperanza en la que las preguntas se disipan y solo quedan las certezas, las certezas sobre lo que de verdad importa.
Por eso es una película tan complicada, que podría haber caído en el fango del ridículo, en lo grotesco incluso, pero en todo momento la película flota y nos arrastra en su fantasía.
Ser conscientes de que su narrativa, tan fina, es capaz de trasladarnos lo increíble de su propuesta, ser conscientes de que su claridad y su inocencia están atravesando la pantalla y funcionando con precisión, es un regalo que el cine hace pocas veces. Petite maman constituye una de ellas.
Silvia García Jerez