TENEMOS QUE HABLAR: más enredo que comedia
Si hay una frase temida en una relación es precisamente la que le da título a esta película. Ese Tenemos que hablar no lo quiere escuchar nadie, y si lo hace, jamás se pretende saber el contenido que le sigue. Porque éste siempre es malo. A esa conclusión llega el personaje de Hugo Silva cuando el de Michelle Jenner lo llama, precisamente para eso, para hablar.
Y es que en la nueva comedia de David Serrano, responsable de la exitosa Días de fútbol, el argumento gira en torno a una pareja que se compromete pero que para poder casarse necesita el divorcio de ella, que lleva dos años sin mantener contacto alguno con el marido al que abandonó y con que ahora, claro, tiene que hablar.
El mejor amigo del chico, personaje interpretado por Ernesto Sevilla, los padres de ella, Verónica Forqué y Óscar Ladoire, o la compañera de trabajo del padre, Belén Cuesta, el descubrimiento de Ocho apellidos catalanes, completan los ingredientes de un guiso con toda la apariencia de éxito que se puede tener antes de que llegue el momento del estreno.
Porque se trata de una comedia de enredo en la que la acción no se detiene y por lo tanto los chistes tampoco se están quietos. Uno tras otro se van sucendiendo, sobre todo de la mano de Ernesto Sevilla, imprescindible secundario en el género que aquiere una importancia tal que su tiempo en pantalla se sitúa, en un cálculo aproximado, en un par de escenas por debajo de llegar a ser considerado protagonista.
Desde la presentación de su personaje, en el banco donde Hugo y él trabajaron en tiempos de bonanza económica, hasta la mítica escena del autobús en la que los emoticonos de los mensajes provocan auténticas carcajadas, el trabajo de Ernesto Sevilla en Tenemos que hablar será considerado una de las cumbres de su carrera.
La cinta, en términos generales, mantiene un nivel muy aceptable. A una comedia de enredo no se le pide otra cosa en cuanto a acontecimientos que ocurran en la pantalla. Es decir, el enredo lo tiene, en esta asignatura aprueba de sobra, pero tal vez se quede corta en comedia. Un poco más de locura, de dejar a los personajes volar con sus reacciones ante los diversos paradigmas que les propone el texto se habría agradecido enormemente.
Aún así, es un placer asistir al espectáculo que supone ver a la gran Michelle Jenner interpretando su personaje, una actriz a la que ni el drama ni la comedia se le resisten porque es insuperable en ambos.
También recuperar a Verónica Forqué para la gran pantalla era un debe que tenía que solventarse en nuestra cinematografía. Intérpretes como ella o Victoria Abril, admiradas pero olvidadas en los repartos del momento, tendrían que estar tan presentes en nuestras carteleras como Adriana Ozores o Emma Suárez quien, tras su efímero paso por la curiosísima Murieron por encima de sus posibilidades, vuelve a lo grande protagonizando Julieta, de Pedro Almodóvar, que veremos en poco más de un mes.
Hasta entonces, disfrutemos de Verónica y del resto del equipo de Tenemos que hablar, porque se lo merece. Porque la película da lo que promete, cosa que no siempre ocurre cuando se acude al cine y porque al verla caemos en la cuenta de lo necesario que resulta, como espectador, que una película introduzca en su desarrollo todo aquello que forma parte de la identidad del país en el que se ha realizado. Y es que la actualidad política forma parte intrínseca de lo que Tenemos que hablar cuenta.
El cine en Estados Unidos puede citar a Lehman Brothers porque tal banco está situado allí y fue allí donde ocurrió el epicentro de lo que vino después. Pero en una película americana no tiene sentido citar lo que en ésta sí se nombra, porque es parte de lo que nos toca. Y en la medida en la que nos ha afectado, así resiente a los personajes. Es decir: si hay espectadores que puedan entender todo lo que les ocurre, son los españoles. Por eso, más allá de la comedia de la que parte, Tenemos que hablar es también un retrato de los últimos años del país en que vivimos.
Silvia García Jerez