OJOS NEGROS: Madurar mirando al horizonte
Ojos negros, es el nombre del pueblo de Teruel al que Paula, una adolescente de 14 años se ve obligada a ir a pasar el verano. Su madre la manda allí porque su tía y su abuela quieren recuperar un poco su presencia, y ella se resigna porque no es precisamente el plan que más ilusión le hace para el verano.
Ya en Ojos negros, metida en la vorágine de la vida de pueblo, con el ritmo propio del mismo y las actividades tan alejadas de la vida que Paula conoce, se hará buena amiga de Alicia, una chica a la que cogerá un cariño especial, con la que jugará tanto a cosas peligrosas como a cosas relajadas, y la amistad se irá forjando en un sitio en lo que lo único que hay que hacer es eso.
Paula también ayudará en casa, nunca por decisión propia, a poner platos y a tareas que le irá indicando su tía. Hasta que su abuela enferma y es necesario avisar a la madre de Paula para que vaya al pueblo y esté con ellos en esos momentos tan complicados. Será entonces cuando nos enteremos de algunos secretos que Paula desconocía respecto a la relación de su madre y su tía.
Ojos negros, no confundir con la cinta protagonizada por Marcello Mastroianni en 1987, es la primera película de Marta Lallana e Ivet Castelo, y ganó la Biznaga de Plata a la Mejor Película en la sección Zonazine del pasado festival de Málaga. Se la ha comparado con Verano 1993 por mostrar el crecimiento, entendido como madurez, de su protagonista, por las circunstancias en las que la chica pasa el tiempo en el pueblo, con parte de su familia, pero no con su madre, que en el caso de Ojos negros no ha fallecido, pero Paula, aún así, se va a pasar el verano con su tía.
En efecto, ambas películas pueden tener puntos en común, tanto en su planteamiento como en su nudo, aunque el desenlace sea necesariamente diferente. Si en Verano 1993 la niña tenía que asumir que su vida iba a ser otra sin remedio, en Ojos negros Paula tiene que ser consciente de que ésta, la vida, no es fácil, de que no todo es redondo, sino que cuenta con aristas y que el mundo de los adultos puede ser más complicado de lo que inicialmente creyó.
Que la gente, al elegir, selecciona y en ese proceso deja cosas atrás y responsabilidades que otros tendrán que asumir. O que una amiga y su intensa amistad puede convertirse en un peligro del que haya que huir, porque en un pueblo una amistad así no se concibe. Ni se perdona.
Pero algunas de las conclusiones que saca Paula las transmite el film con silencios, con miradas, con imágenes, más allá de que sean los diálogos quienes las faciliten, y eso puede lograr que más de un espectador rechace la propuesta.
Porque los sobreentendidos agotan y por momentos exasperan. No están contados como en La banda, aquel retrato generacional donde los silencios fluían y hablaban por sí solos, sin estar forzados. Aquí resultan tensos, innecesarios, y no le vienen bien a un conjunto que por muy pequeño que sea, porque Ojos negros dura apenas una hora, se torna excesivo.
No por retratar el paso de la adolescencia a la madurez por las circunstancias de la vida el marco en el que se haga va a funcionar y la forma en que se cuente será intachable. A veces hace falta que la credibilidad quede por encima del realismo. Solo así seremos justos con un periodo de la existencia que a todos nos ha marcado, porque es duro, porque nadie quiere crecer, pero hacerlo es algo más que mirar al horizonte, por muy poéticamente que se ruede.
Silvia García Jerez