BENZINHO (Siempre juntos): La casa de las penas
Benzinho, palabra portuguesa que en nuestro idioma significa Cariño, es también el título de la cinta que, posiblemente, más gustó en el pasado festival de Málaga, en el que se hizo con la Biznaga de Oro a la mejor película iberoamericana. En el cartel español se le ha colocado un subtítulo no demasiado acorde con el contenido de la película, Siempre juntos, lo cual resulta llamativo porque ni es la traducción que le corresponde ni se ajusta a una historia que nada más empezar nos orienta hacia una idea bastante distinta.
Benzinho cuenta cómo a una madre que vive en Petrópolis, en Río de Janeiro, se le viene el mundo encima cuando a uno de sus cuatro hijos le ofrecen un contrato en el equipo de balonmano de Alemania. Es una oportunidad que no puede perder, y la pobre Irene lo acepta como va aceptando todo lo que va viniendo, que no son casi nunca buenas noticias.
La situación de su familia no es la más propicia, en una casa que se cae a pedazos, por la que tienen que salir por la ventana debido a que la puerta ya no funciona. Su marido decide que habría que vender la otra que tienen pero ese terreno lo defiende Irene con garras si es necesario.
Y para colmo es madre de familia numerosa, con un tercer hijo que en realidad son cuatro porque, como ella misma cuenta en un momento de la cinta con una mezcla de amor y resignación, en lugar de uno llegaron dos.
Esto en lo que respecta a la familia, porque si nos acercamos a la burocracia que rodea el papeleo para que el mayor pueda marcharse a Europa, la cosa no mejora. Todo tiene sus plazos y hay que tener los documentos en regla, para desesperación de todos, que ven cómo la ilusión va camino de esfumarse.
Benzinho es un drama tremendo, desatado por momentos. La narración acompaña continuamente a Irene, la protagonista de esta cinta coral en la que todos los personajes tienen su peso porque están casi todo el tiempo rotando alrededor de ella, que es en quien recae toda la responsabilidad de la casa. Cuida de los niños, de su marido, de su hogar, vale para todo, hasta para tapar los agujeros que provoca el mal estado de la fontanería.
Irene delega, pero cuando lo hace las cosas no funcionan si no está supervisando. Y claro, llega un momento en que lo único que le queda es tirarse al suelo. Karina Teller está fantástica como esa madre superhéroe de la vida real. Su coraje y determinación, incluso cuando las cosas más se tuercen, es un ejemplo desde la pantalla a todo el patio de butacas.
Lo malo de Benzinho es que no nos aporta nada. Se trata de la segunda película de Gustavo Pizzi, tras Riscado, también con Karina Teller como protagonista, un trabajo inédito en nuestro país, y da la impresión de que por mucho que estemos hablando de una historia autobiográfica, Benzinho, a nivel cinematográfico, ya nos la sabemos.
Hemos visto lo mismo en la carrera de Luis García Berlanga o, fuera de nuestras fronteras, en el cine de Ken Loach, contadas por ambos de maneras más apasionantes. No nos sorprende ahora esta historia, que no deja de ser la de la humanidad menos adinerada y más desfavorecida, situada en este caso en Río de Janeiro. Es más, donde debiera ser vibrante por los reveses en las vidas de sus personajes alcanza, como mucho, el grado de curiosidad. Si no llega a él todo lo más se hace típica y agotadora.
Es una lástima, más que nada porque el esfuerzo de Karina Teller por sacar a flote la película es verdaderamente loable. Su trabajo contiene un plano que es una oda a los distintos registros por los que puede pasar una mujer en su misma situación. Tan real que resulta estremecedor. Arrasa con todo y te lo llevas en la memoria. Si el resto de la película tiene fuerza, aguantará también en ella, y si no, será ese el plano que nos consagre a una actriz a la que no querremos perderle la pista.
Benzinho llega a la cartelera como uno de los ejercicios de autor más valorados de lo que va de año. Pero resulta un tanto descorazonador encontrar un film que pretende ser fresco, y por fresco me refiero a aportar otra mirada a las desdichas, y que solo resulte reiterativo en su fondo y tradicional en su forma.
Silvia García Jerez