EL VIEJO ROBLE: El bar de la solidaridad
El viejo roble es un pub. Un pub reconvertido en bar en un pueblo del noreste de Inglaterra que hace mucho fue minero pero que con el cierre progresivo de cada una de las minas sólo quedan unos pocos parroquianos que acudan a él porque la población que vivía alli se ha ido marchando. Los días en que El viejo roble estaba lleno ya quedaron atrás, en cambio, los precios de las casas han ido bajando porque la población también lo ha hecho, y eso ha reactivado la inmigración, ya que la gente de fuera ve factible poder acceder a las casas ahora disponibles.
Así las cosas, el pueblo recibe a inmigrantes sirios, a personas que acabarán conviviendo con quienes no se han marchado. Unos huyen de una guerra, otros siguen luchando por lo mismo que hace años, o eso es lo que creen porque nada ha cambiado para ellos y su día a día sigue siendo el mismo.
Yara (Ebla Mari) baja del autobús en el que llegan unos cuantos inmigrantes sirios y ya comienza a recibir burlas de los lugareños. Uno de ellos le coge su cámara de fotos y se la tira la suelo, rompiéndola. Su disgusto es evidente y el rechazo de los que están alrededor del culpable también. Pero poco pueden hacer. Entonces, Yara entra en El viejo roble y pide ayuda. T. J. (Dave Turner) regenta el local y le ofrece alguna solución, pero lo único que puede hacer es enviar la cámara a un sitio en el que sabe que se la pueden arreglar. Y tal propuesta ya los acerca a ambos para que entre ellos dé comienzo una especie de amistad.
Pero Yara no es la única inmigrante del pueblo, hay muchos más, y en algún momento a T. J. se le plantea que ya que una vez, antaño, el salón de atrás estuvo lleno de aquella gente del pueblo que se marchó, ahora podría volver a abrirse para atender a esas personas más necesitadas que acaban de llegar. Propuesta interesante que es bien acogida por buena parte de quienes ahora viven allí, pero no por todos, también los hay a quienes los sirios les molestan, quienes no quieren compartir ni un centímetro de su espacio con ellos. Siempre hubo dos bandos en el mundo y en este pueblo de Inglaterra también lo habrá.
El viejo roble es el último trabajo de Ken Loach. No sólo porque lo es sino porque parece que también lo será, que se retira, que ya no va a rodar más. Es su despedida del cine, de una carrera gloriosa en la que lleva dándonos películas excelentes desde el comienzo de su filmografía, aunque aquí, en España, lo empezáramos a conocer en 1990 con el estreno de Agenda oculta, thriller político con una Frances McDormand que también empezaba su fabulosa carrera. Tras ella llegarían Riff-Raff, Lloviendo piedras, la escalofriante Ladybird Ladybird, La canción de Carla, Mi nombre es Joe… es que Ken Loach, con sus altos y sus bajos, que también los ha tenido, es todo un referente del cine social, del apoyo sin fisuras a los más desfavorecidos de su país, donde gritó con sus películas contra la política que estaba ahogando a los obreros y a los mineros del Reino Unido.
En El viejo roble vuelve a hacerlo. A gritar contra el mundo menos solidario, contra una humanidad que sigue aferrada a su aparentemente privilegiada situación. Porque es evidente que quienes están en contra de acoger tienen más que los que pretenden ser arropados, pero seamos honestos: mañana te puede pasar a ti. Y de eso habla El viejo roble, de que todos nos necesitamos entre nosotros, vengamos de donde vengamos y vayamos donde quiera que vayamos. Y por la razón que sea. A nadie le gusta salir de su casa sin mirar atrás. Pensemos por un momento lo que eso supone. Tener que huir sin más. Y encontrar rechazo donde llegas.
Pero El viejo roble es una película amable, no es devastadora, como lo era el cine de Loach en los años 90. Aquí el tono es más suave. La indignación está ahí, es inevitable. Si eres un poco empático con quienes lo pasan mal lo vas a pasar mal, pero no tan mal como en los títulos antes citados. La presente es una historia en la que la amistad y la solidaridad son lo más importante, y a ella se acoge Loach para componer un retrato humano sobre quienes sí se entregan a la causa. Ellos son el alma de la película. El viejo roble, con todo su dolor, es un canto a la esperanza.
Y al frente de esa alma, T. J., el sensacional T. J. al que interpreta Dave Turner. Los protagonistas de las películas de Ken Loach siempre han sido actores desconocidos, incluso de los ahora llamados ‘naturales’, de esos sin carrera interpretativa previa o de los que ni siquiera eran actores, simplemente encajaban en ese personaje. Loach prefería la credibilidad a la fama. Es tan respetable como quien quiere tener siempre estrellas en su película. Ejemplos en el caso de Loach están en Robert Carlyle, cuando nos lo presentó en Riff-Raff. Nadie lo conocía entonces, luego llegaría a ser una estrella del cine underground gracias a Trainspotting o a Full Monty; o de Dave Johns, protagonista de Yo, Daniel Blake, desconocido por entonces y aunque luego ha seguido trabajando en el cine no lo ha hecho en nada que haya logrado la repercusión de aquella.
Dave Turner sigue por esa senda. No es la primera vez que trabaja con Ken Loach, ya lo hizo en Yo, Daniel Blake y en la sobrecogedora Sorry, we missed you, pero sí es el primer título que protagoniza del director. Ojalá lo veamos más, en muchos otros. Aquí nos hace un verdadero regalo, con este T. J. que es una persona encantadora, sencilla, atenta, entregada a los demás y con un corazón de oro. Con él nos emocionamos y lo pasamos tan mal como él lo pasa. Es un buen representante del cine del director que lo ha creado. Sí, Paul Laverty es, de nuevo, su guionista, pero el director es el último responsable de que lo escrito se lleve a la pantalla. Y del mensaje que se traslada al espectador desde ésta.
No sabemos si de verdad El viejo roble será la última película del maestro, pero si lo es, se retira con un gran título en su filmografía. Una historia que mira hacia la Europa más turbulenta y trata de echar una mano en el conflicto, en lo que pueda tocarle a esa población tan apartada de la guerra. Y resulta un ejercicio apasionante, tan interesante como emotivo, que nos pone al borde de las lágrimas con una sonrisa, esa con la que le agradecemos a Ken Loach todo lo que ha hecho tanto por aquellos a cuyo lado se ha mantenido siempre como por los espectadores a los que, como director, nos ha regalado joyas como la presente.
Silvia García Jerez