VERÓNICA: las fuerzas del Mal visitan Vallecas
Verónica es en realidad Estefanía. Estefanía Gutiérrez Lázaro. Tiene que ser así. En el cine no siempre se mantienen los nombres de quienes vivieron las historias que posteriormente se ficcionan. Todos lo entendemos. Y lo asumimos. No pasa nada, y menos cuando la obra que se refiere a la persona en cuyo caso se basa es tan redonda. El homenaje es completo.
Verónica (Sandra Escacena) hace una sesión de Ouija con sus amigas en el colegio. Lejos de que la actividad resulte un entretenimiento sin efecto paranormal alguno, las chicas contactan con alguien. Y es Verónica quien sufre la peor parte. Los fenómenos extraños comienzan a sucederse en su casa y en su persona, las noches empiezan a ser malas pero los días no son mejores, y sus tres hermanos pequeños, de los que tiene que cuidar debido a que su atareada madre (Ana Torrent) nunca tiene tiempo para hacerlo, también serán víctimas colaterales de la oscuridad que se adueña de su vida.
Paco Plaza, cuyo último film estrenado en la gran pantalla fue REC3 Génesis, la tercera parte de la saga que creó junto a Jaume Balagueró, para muchos la mejor de las cuatro por su carácter irónico y el humor negro que desprendía cada fotograma, vuelve al género en el que ha demostrado ser un auténtico especialista, el terror, ese tan denostado por las Academias y tan difícil de hacer como la comedia, otro al que los premios ignoran quitándole la importancia que la ausencia de angustia o de risas, respectivamente, hacen grandes a las que sí consiguen proporcionarlas.
Plaza los mezcla a los dos en Verónica con la naturalidad a la que ya nos tiene acostumbrados, llegando en esta película a provocar carcajadas de nerviosismo, tal es la magnitud de la atmósfera en la que nos envuelve.
Su malabarismo a la hora de manejar los códigos del terror y la comedia en una misma escena resulta asombroso y gracias a esa habilidad consigue en Verónica algunos de los momentos que más admiraremos este año. Y en los próximos. Porque Verónica cuenta con la mejor secuencia de Ouija vista hasta la fecha. A todos los niveles. Su contenido es inaudito, su realización, asombrosa y su resultado, prodigioso. El cine español puede estar orgulloso de crear escuela en el género y Paco Plaza de consolidar su brillante nombre como el de uno de sus maestros.
El director también ha conseguido otro acierto, tan importante como el de contar con un buen guión, firmado, además de por Plaza, por Fernando Navarro, quien ya nos hizo reír con el de Anacleto: Agente secreto: unos actores que desprenden ternura y naturalidad a partes iguales.
Sandra Escacena, en su primer trabajo como actriz, transmite con soltura el retrato de una joven que pese a la responsabilidad familiar que las circunstancias le han impuesto, no deja de ser una adolescente con problemas que no comprende y a la que su entorno no le responde como se supone que debe hacerlo cuando las situaciones se tuercen.
Pero si ella es un descubrimiento no lo son menos los tres niños que interpretan a sus hermanos: Claudia Placer, Bruna González y, sobre todo, Iván Chavero, el pequeño Antoñito, un personaje mítico que podríamos poner a la altura de los que hicieran célebre a Lolo García en la década de los setenta con su Quico de La guerra de papá o su Tobi de la película de Antonio Mercero. El registro que Chavero requiere es muy diferente, pero su complicidad con Escacena y su labor como personaje crucial en la cinta lo hacen inolvidable.
Verónica está basada en un caso que conmocionó a la Policía de Madrid, en cuyo informe quedó claro que se había asistido a algo inexplicable pero de lo que, innegablemente, los agentes habían sido testigos. Fue el denominado Expediente Vallecas en el que la adolescente citada al comienzo, Estefanía Gutiérrez Lázaro, tras haber practicado el juego de la Ouija, sufrió los fenómenos extraños que la atormentaron antes de que se produjera el desenlace del mismo en circunstancias que no han podido esclarecerse.
Todo el que investigue los detalles de este caso, al que se tiene fácil acceso en la red, podrá comprobar hasta qué punto Paco Plaza ha conseguido una aproximación fidedigna a los hechos. Por eso se pasa tan mal viéndola, porque a pesar del humor, tan importante durante todo el metraje, estamos, por encima de todo, ante un film de terror que además de enclavarse en él, como muchos otros que aparentemente también se circunscriben en el género, da el miedo que promete.
No es muy habitual que las reacciones a las escenas con más intensidad de una película de terror provoquen el nerviosismo que comporta la conjunción entre sentirnos a salvo como espectadores y constatar la perfección con que están realizadas. Pero Verónica pertenece a ese grupo de cine privilegiado que hace vibrar a quienes lo contemplan, que consigue sacar de su público la risita de complicidad que sella la proeza de haber sentido el miedo que se le pide a una obra que llega con rumores de ser única y cumple de sobra su cometido.
Silvia García Jerez