SABEN AQUELL: El origen del genio

David Verdaguer se convierte en Eugenio

Así comenzaba todos sus chistes. ‘¿Saben aquell…?‘ Y más concretamente con un contundente ‘¿Saben aquell que diu…? Eugenio empezaba en catalán, él era de allí, cada pieza maestra que hacía reír a toda España. Empezaba en catalán y luego seguía en castellano. Y no sólo no pasaba nada sino que era su seña de identidad, lo que se esperaba de él y lo que detonaba la risa cuando comenzaba el chiste. Porque sabías que ese y no otro iba a ser el principio de una historia que te iba a hacer reír. Él las llamaba historias, no chistes, prefería el otro término y así lo refleja Saben aquell.

Su icónica frase, su rictus serio, imperturbable. Su atuendo, traje negro, elegante. Sus complementos: gafas negras, pitillo de Ducados en la mano y un vaso de tubo para tomar un sorbo de su vodka con zumo de naranja, o refresco de limón, entre historia e historia. Entre chistes.

Su imagen es historia del humor de nuestro país, pero apenas conocemos cómo llegó a construirse ese personaje, ese hombre que como mucho levantaba una ceja, como toda muestra de expresión. Y surgían las carcajadas. Porque Eugenio era un cómico muy gracioso que incluso con su sola presencia, sin que dijera nada, hacía resonar las risas en los locales donde actuaba. El público se volcaba con él, primero en los sitios pequeños y luego a nivel nacional, en la televisión, donde triunfó de manera arrolladora.

Todo genio tiene su origen y David Trueba nos cuenta el de Eugenio en Saben aquell, su nueva película como guionista y director. Lo hace de la mano de David Verdaguer, que se mete en su piel, y de Carolina Yuste, que hace lo propio con Conchita, su primera mujer. Nos lleva a los años 70, cuando Eugenio era todavía un joyero de Barcelona y conoce a Conchita en un autobús. Ella se baja, él también, aunque no sea su parada, la sigue, la escucha cantar en el bar en que el que actúa y el flechazo es inmediato.

Intentan lanzar un dúo. Los Dos, se llamaba. Con él se presentaron, cuando aún no existía Operación Triunfo, a otro concurso televisivo para intentar dar el salto a Eurovisión. No ganaron. Intentaron seguir con su carrera, pero Conchita tiene que ausentarse de Barcelona para visitar a su madre, que está enferma, y deja solo a Eugenio con los dos niños que han tenido. Eugenio trata entonces de sobrevivir sobre el escenario sin la voz melódica de Conchita y no sabe muy bien qué hacer. Ella le ha dicho que cuente historias, que a la gente le gusta oírle, así que le hace caso. Y se pone a contar chistes. Y nace la leyenda.

Eugenio comienza a encandilar al público. Trata de mantener canciones entre esas historias que cuenta, entre esos chistes que tanta buena aceptación tienen, pero la realidad es tozuda y debe ir retirando la guitarra del repertorio y asumir que la gente se parte de risa con él. Cuando Conchita vuelve lo corrobora. Al público le entusiasma este nuevo Eugenio. Pero él no quiere aceptarlo, quiere el dúo que tenía con su mujer, lo pasa mejor con ella en el escenario, porque en realidad se encuentra muy tenso ahí arriba. Se cohíbe, no le salen las palabras. Por eso Conchita le dice que se ponga unas gafas oscuras, para esconderse un poco de la presión que siente con el público pendiente de él, y que comience diciendo ‘¿Saben aquell…?’ también para relajarse y entrar en situación. Y la leyenda completa su forma.

Saben aquell es un puzzle. David Trueba nos va colocando cada pieza en el cuadro de cómo Eugenio Jofra llegó a ser el maestro que conocimos, uno de los mejores cómicos de nuestra historia. Junto con Gila, Tip y Coll o Martes y 13, que llegarían en 1978 como trío, todos ellos supusieron un abanico de genios del humor para ponerle una sonrisa a un país que estaba saliendo de la oscuridad y del ostracismo de las décadas anteriores. En una época en la que toda la familia se reunía frente al televisor para ver una de las dos únicas cadenas que existían, Eugenio se convirtió en un humorista excepcional que nunca, ni en un formato tan variado como el Un, Dos, Tres, responda otra vez, que dirigía Narciso Ibáñez Serrador, quiso cambiar su forma de vestir y de actuar. Por muy dicharachero que fuera el programa. Y funcionaba porque, una vez más, era su seña de identidad. También él era una persona oscura, más de lo podemos imaginar. Ni él mismo entendía que siendo así, que teniendo asumido que no era la mejor persona del mundo, algo que en la propia película verbaliza, pudiera llegar de ese modo a tanta gente.

David Trueba nos presenta la historia desconocida del conocidísimo genio. Nos lleva a su origen, a cómo surgió su personaje, y a cómo Conchita, uno de los amores de su vida, lo acabó forjando. Conchita fue su escultora y Eugenio el material noble al que ella le sacó brillo. Y brilló. En Saben aquell los dos se dan la mano para decirle a los espectadores que sin una no hubiera existido el otro. Que el otro estaba ahí pero que había que sacarlo, que pulirlo, que darle la forma que sólo ella supo esculpir.

Carolina Yuste interpreta a Conchita, la primera mujer de Eugenio

Una mujer que no acabo de triunfar en la música, que tanto le gustaba, y que aunque en la época hubiera otras voces femeninas destacadas, como la de Joan Báez, Karina o Massiel, la suya no terminó de despegar. Ni siquiera gracias a la ayuda de Eugenio, que tampoco dejó de intentarlo incluso en plena fama en solitario.

Conchita y Eugenio, una pareja ideal con la que enfrentarnos a la realidad de la España de los 70 y los 80, desde que empieza a ser conocido hasta que su éxito es apabullante. Y en ningún momento la pareja decae. Se quieren siempre y a pesar de todo. Fue una relación preciosa que ojalá hubiera tenido continuidad, pero a veces la vida no lo permite.

David Trueba dirige con precisión una historia maravillosa y la cuenta con un vigor asombroso. Nos adentramos en ese mundo, en la creación de la figura del cómico, en cómo vivió tras las bambalinas sus nervios, su miedo escénico. Y su amor hacia Conchita siempre presente. David Verdaguer nos acerca a Eugenio y lo hace de una manera fascinante. Está fabuloso. No interpreta a Eugenio, es Eugenio. Se mueve, gesticula y habla como lo hacía él. Si cierras los ojos no notas la diferencia. Y si los abres, tampoco. Su trabajo es colosal. David Verdaguer, Goya al mejor actor revelación por Verano 1993, es un gran actor pero con Eugenio se ha superado a sí mismo.

Algo así también podíamos decir de Carolina Yuste. Es una actriz inmensa, lo dejó claro ya en Carmen y Lola, su llegada al cine. Por la puerta grande, ganando el Goya a la mejor actriz de reparto. Luego fue Margarita en El Cover, imitando a Amy Winehouse como nadie, la fabulosa Desi de Chavalas o la Maite de Girasoles silvestres. Siempre está bien, y como Conchita en Saben aquell vuelve a dejar patente la gran actriz que es. Está deliciosa. Canta en catalán, toca la guitarra, es una persona increíble que proyecta luz sobre quienes tiene a su alrededor. Conchita debió ser maravillosa porque es lo que se desprende del retrato que Carolina hace de ella. Una persona increíble aunque no pudiera triunfar en la música.

Y la película también es estupenda. Saben aquell posiblemente sea la mejor cinta de su director, la más compacta, la que más cine tiene dentro. También es verdad que los actores están tan sublimes que muchas veces su trabajo se sitúa por encima de la propia película. Ellos hacen que Saben aquell sea mejor, ellos apuntalan las pequeñas caídas de ritmo que podamos notar. En su conjunto, Saben aquell es cine sensible, no sensiblero. Un drama con muchos chistes. Un acercamiento a una pareja única que nos va a recordar cómo éramos quienes crecimos esperando a que Eugenio nos hiciera reír desde la pequeña pantalla. Siempre lo consiguió. Y ahora, David Verdaguer en Saben aquell, también lo logra.

Silvia García Jerez

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