LOS ASESINOS DE LA LUNA
Un clásico Scorsese de indios y gánsteres
Scorsese vuelve sobre la historia de América, retomando el wéstern con maneras de thriller y melodrama clásico entre ponchos, pozos de petróleo y sombreros de cowboys.
Con Los asesinos de la luna Scorsese hace justicia y memoria, pausada y poéticamente, estrenando una de indios y gánsteres basada en los sucesos narrados en el relato de no ficción de David Grann, quien cuenta cómo antes de Gigante y Pozos de ambición, una etnia de piel roja y largas trenzas, el pueblo Osage, fue bendecido por la luna de las flores y el hermano sol con unas tierras donde brotaba un oro negro que les convirtió en los más ricos de Oklahoma y también, en los más asesinados.
Eran los locos años veinte de bailes, racismo e inmigración, cuando en los caminos polvorientos se cruzaban los primeros automóviles con vaqueros a caballo y los sheriffs tenían sus duelos con un incipiente FBI, persiguiendo a esos asesinos que ya ocupaban la primera plana de los periódicos y especiales de radio. Cuando en una pequeña localidad del sur de EEUU, los miembros de una comunidad de nativos americanos comenzaron a ser aniquilados indiscriminadamente, mientras quienes les enterraban en sus propiedades debían seguir conviviendo con sus espíritus y bajo la dependencia de los pagarés y las recetas de médicos y padrinos, de tez blanca, que parecían estar tan integrados en territorio indio, como encantados con esos vecinos que, además, enfermaban fácilmente y tenían en sus solteras, disponibles casaderas.
Con tales hechos, verdaderos, y esa mirada al lejano Oeste aún salvaje, pero con otras armas y pipas de la paz, Scorsese narra su versión de Killers of the Flower Moon con detalles y profundidad, compartiendo el guión adaptado junto a Eric Roth, transformando la tragedia en una gran película, de más de tres horas, de buen cine negro, así como en una amarga historia de amor al son de cánticos indios y un jazz fronterizo.
A pesar de ese título tan policiaco, Los asesinos de la luna comienza con aires de epopeya y celebración; con la alegría ante la explosión de un chorro de negra grasa, y por la llegada de uno de esos muchachos que la Gran Guerra devolvía cual héroes o lisiados.
Y es el regreso de un guapo soldado (Leonardo DiCaprio), algo simplón, lo que alterará el orden de un nuevo hogar, al amparo de un tío terrateniente (Robert de Niro) al que llama señor, quien le ofrece cobijo, trabajo y hasta un futuro con una bella y robusta mujer (Lily Gladstone), a la que rondar y llevar en coche. Un tipo tan hecho a la comunidad que domina incluso la lengua indígena y es casi el alcalde del lugar, formando y bendiciendo los matrimonios mixtos, así como los funerales.
Tres personajes sobre los que gira y se retuerce la narración, que Scorsese domina en planos, tempo y secuencias, yendo del detalle a lo grandioso y de lo profundo a lo expuesto, o viceversa; en forma y fondo. Y ahí queda ese cuidado reflejo de los ponchos y la colección de atuendos de las ricas herederas Osage, digno de ver, o esa panorámica que descubre un desierto sembrado de torres de perforación y extracción del petróleo, en medio de la nada.
Jugando con los planos con esa maestría que nunca abandona, Scorsese practica, esta vez, el fuera de foco y lo aéreo (vía drones), siendo una gozada ver esa celebración de boda partiendo de la intimidad de un discurso a los recién casados, a la amplitud de la fiesta con todos los invitados, sin apenas darnos cuenta. También ocurre en la secuencia de la gente de parranda, en plena calle, moviendo la cámara entre barriles de crudo y alcohol. Sin renunciar, eso sí, a ese plano sin corte alguno que tanto le gusta hacer y lo reserva para la secuencia más familiar, mostrando esa posible, o aparente, felicidad con una casa llena de críos medio yankis-indios.
Sin embargo entre tal mezcla de costumbres, razas y creencias, entre la diosa naturaleza y el dios negocio, llegan las señales y premoniciones, y hasta un búho aparece como presagio, recordándonos que la muerte ronda cerca, junto al amor, el engaño, la codicia y la desconfianza.
Scorsese vuelve a lo grande con Los asesinos de la luna, junto a uno de sus actores de siempre, De Niro, y un querido habitual, DiCaprio, añadiendo una nueva presencia femenina, Lily Gladstone -quien debería ir a la ceremonia de los premios Óscar, desde ya, con el mismo outfit del filme-. Una actriz que dará que hablar aún con un personaje tan comedido, tan contenido en sólo dos frases -entre la fe y la verdad-, que además se queda con todo el foco en cada enfrentamiento interpretativo; ya sea ante un De Niro soberbio, como hacía tiempo, como antaño, ya sea ante un DiCaprio con momentos memorables -abusando quizás de la mueca, que parece imitar al tito mafioso-.
Destacan igualmente en este reparto de ovación -y de reserva india-, el par de secundarios en los personajes de la hermana rebelde (Janae Collins) y del comisario especial (Jesse Plemons).
En las más de tres horas de metraje pasamos de un verdadero wéstern con pistolas e inyecciones modernas, al melodrama clásico con chispazos de humor y terror, inclusive, para alcanzar un final de traca entre rejas, bombas, agentes del FBI, abogados y todo un juicio mediático.
Scorsese nos recuerda unos sucesos más que enterrados -la novela original es de 2017- que cobran más vida alcanzado un epílogo, tan emocionante como emocional -y con cameo-, que a modo de homenaje radiofónico vintage menciona lo que fue de cada personaje, lo que le ocurrió a cada amerindio y a cada gánster, después de aquellos asesinatos de la luna.
Parece ser que Scorsese volverá a trabajar con Grann en su próxima película, The Wager, basada asimismo en una historia real de supervivencia y espionaje, tras un motín en un navío británico del siglo XVIII.
Mientras se hace realidad, disfrutemos en pantalla grande del estreno de uno de los grandes del cine americano y universal, aunque en breve podrá verse en la plataforma Apple que, además, produce.
Mariló C. Calvo