FUE LA MANO DE DIOS: Fútbol y cine

Fue la mano de Dios es la consagración de Paolo Sorrentino como uno de los autores más importantes del cine europeo contemporáneo. A nivel de prestigio internacional. Luego está el hecho personal de que cada uno lo considere personalmente como tal. No es mi caso.

Fue la mano de Dios es la historia más personal del cineasta nacido en Nápoles, una aproximación a su propia adolescencia, en la que perdió a sus padres en un viaje a la casa el pueblo, que realizaba con ellos periódicamente, aunque no en la ocasión en que ambos perdieron la vida porque él tenía entrada para el partido de fútbol que jugaba entonces Maradona, su ídolo, y no quiso perdérselo. En el entierro, uno de sus familiares le señala que fue la mano de Dios, una expresión que mezcla también a Maradona en ella porque así llamaban al astro argentino, la que le salvó la vida.

El joven Paolo (interpretado por Filippo Scotti y llamado aquí Fabietto) 
con sus padres en esta ficción tan personal, Fue la mano de Dios
El joven Paolo (interpretado por Filippo Scotti y llamado aquí Fabietto)
con sus padres en esta ficción tan personal

Fue la mano de Dios se divide, narrativamente hablando, en dos partes claramente diferenciadas. Por un lado, la introducción de personajes y de la vida en Nápoles del joven Paolo, interpretado por Filippo Scotti y renombrado Fabietto para esta ficción que recrea su vida. Vamos a conocer a sus padres, a quienes ponen rostro Teresa Saponangelo y Toni Servillo, habitual del cine del director y protagonista de La gran belleza, película que le dio a Sorrentino la fama mundial y el Oscar a la mejor película extranjera.

Una primera parte luminosa, divertida, en la que asistimos a la presentación de una familia extravagante, con una abuela lenguaraz de la que todos se ríen, y una prima descarada a la que todos envidian y de la que Filippo se enamora. Entre otros y diversos integrantes de la misma. En el centro de todo, el padre. Ese Toni Servillo que es una fiesta, un hombre que no para de sacarle una sonrisa a quien lo escuche.

La segunda parte es la soledad, la falta de propósito, de ubicación. El no saber qué hacer mientras la idea de ser director de cine es lo único que le aporta seguridad, por mucho que no sepa cómo materializarla. Una segunda parte más reflexiva, en la que la diversión la proporciona un amigo, no la familia. Ésta está en desintegración para él. Nada es lo mismo, ni siquiera su amigo, al que ya conocía de ese pasado ahora remoto, es lo mismo porque en Nápoles lo ilegal está a la orden del día y él no quiere formar parte de eso. Pero tampoco sabe bien de qué quiere formar parte. La deriva es ahora su presente.

Fue la mano de Dios es una película emotiva, pero no lo suficiente como para que quienes no somos adictos al cine de Sorrentino nos acabe de convencer como cineasta. Es loable su propuesta, la estructura que plantea, con esa larga escena de despedida entre los padres y sin que veamos ni su muerte ni sus cuerpos. Estupenda decisión de Sorrentino dejar fuera de pantalla ese desenlace.

El resto de la película también es solvente. No es un mal trabajo, solo que no es lo redondo que su prestigio anuncia. Como testimonio autobiográfico no deja de ser interesante pero resulta irregular a la hora de compactar la obra. Uno la ve más como un documental que como una cinta de ficción, por muy ficcionada que esté.

Adolescencia, iniciación sexual, desubicación, todo lo que un muchacho vive cuando la edad lo obliga a cambiar. Solo que a él, además, las circunstancias también lo obligan a adaptarse de una manera diferente. Y habrá quien asista a todo ello con interés pero sin el apasionamiento de quien está viendo una obra mayor.

Fue la mano de Dios llega a Netflix el día 15 de diciembre tras su paso por las salas de cine de nuestro país. Ahora es cuando la mayor parte del público podrá acercarse a ella y descubrir si esta historia les provoca la congoja que suscitó en su presentación en el festival de Venecia, y otros posteriores como Telluride, o si por el contrario les deja más fríos que a los primeros. El espectador tiene la palabra.

Silvia García Jerez

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