ENTRE NOSOTRAS: Amor en modo clandestino
Entre nosotras es, una vez más, el triunfo del romanticismo hecho película, porque hecho realidad es imposible: la sociedad, por mucho que las leyes vayan abriendo el camino hacia la libertad de las relaciones entre personas del mismo sexo, ni las ve como algo igualitario ni las acepta.
Y eso genera miedo entre quienes han de esconderse, temerosos de que incluso los hijos que tuvo en un matrimonio sin amor no sean comprensivos.
Eso es lo que cuenta Entre nosotras, una relación de décadas entre dos mujeres que en el presente ya están jubiladas y que han decidido dar el paso de estar juntas, cuando ya el marido de una de ellas no está presente.
Pero no es fácil. No puedes afrontar una nueva vida, una tan diferente, cuando la sociedad no te deja exhibir tu amor fuera de tu casa.
Eso es precisamente lo que les ocurre a las vecinas protagonistas de Entre nosotras, Nina (Barbara Sukowa) y Madeleine (Martine Chevallier), dos mujeres que se aman desde hace muchos años y que viven puerta con puerta.
Cuando un acontecimiento inesperado le sucede a Madeleine, Nina irá, progresivamente, exponiendo la realidad en la que ambas han estado sumergidas.
Entre nosotras es una de esas películas contadas con tanto cariño como talento gracias a las cuales aprendemos que aún queda mucho por hacer en lo que a visibilidad y aceptación de las relaciones entre personas del mismo sexo se refiere.
Ópera prima del director Filippo Meneghetti, Entre nosotras no solo es un canto al amor libre, a cualquier edad, sino también una demostración de versatilidad ante la cámara, gracias a la cual la belleza y el dolor, a partes iguales, inunda la pantalla para ofrecernos una historia de amor deliciosa impedida por una sociedad que parece abierta pero a la que realmente le falta mucho para serlo.
El minimalismo de la película es evidente. Planos generales en los que el encuadre es puro sentimiento, donde podemos verlas quererse en un espejo pequeño y redondo en una mesa al fondo de la habitación. Una planificación milimétrica en la que todo es armonía estética mientras resulta ser una metáfora del poco espacio que tienen las dos mujeres para ser ellas mismas.
La dirección es prodigiosa. Nos lleva por lugares que el cine no suele transitar porque pocas veces se fija en la mirada, en un temblor que lo dice todo, en una incipiente sonrisa que habla por sí misma, en reacciones que suelen pasarnos desapercibidas en estos tiempos de urgencias y costumbres que hace mucho que sepultaron aquello que era preciso advertir.
Por eso, cuando nos llegan películas como Entre nosotras, hay que celebrarlo. Para el despertar de la sociedad a la verdad más allá de la ley que la permite aún queda mucho, pero la visibilidad que el cine está dando al amor entre dos mujeres que se han querido toda la vida, y que al menos pretenden disfrutar juntas de su vejez, es admirable.
Aunque Salir del ropero fuera una película completamente fallida, se metía de lleno en la manera de dos mujeres lesbianas de comunicárselo a su familia. Parecemos muy modernos pero estamos equivocados.
Ahora llega Entre nosotras, auténtica joya reivindicativa y una historia de amor que pese a que afronta el tema tabú lo hace para que éste deje de serlo. En la medida en que el cine puede aportar su granito de arena para normalizar el amor entre dos mujeres, más allá del sexo explícito que pueda mostrarse en otros títulos, lo importante no es un acto esporádico ante la cámara por muy escandaloso que resulte, sino que una vez acabado éste esas dos personas puedan seguir estando juntas fuera de la habitación en la que el sexo tuvo lugar.
Si Entre nosotras es una belleza lo es también porque consigue hacer llegar su mensaje, y que entendamos que Nina o Madeleine pueden ser nuestras abuelas, nuestras tías, nuestras madres incluso, a las que nunca dejaron ser ellas mismas. Entre nosotras también significa entre todas. Entre todas nosotras.
Silvia García Jerez
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