EL COLOR PÚRPURA: Musical difuminado

El color púrpura regresa a nuestras pantallas. Pero no es una reposición del clásico de Steven Spielberg basado en la novela de Alice Walker, ganadora del premio Pultizer y productora del film actual junto al famoso director, sino una adaptación del musical de Broadway que surgió a raíz del éxito de la película, nominada a 11 Oscars y ganadora de ninguno. Fue el año de Memorias de África, pero aún así no tendría que haberse ido de vacío. Y recordemos que entre esas 11 candidaturas no se encontraba la de Steven Spielberg como director, algo que entonces fue incomprensible y que hoy sigue resultando una injusticia, porque si en el momento de su estreno la cinta era brillante hoy, y comparándola con la versión que ahora se estrena, resulta ser completamente redonda.

Recordemos que contaba la historia de Celie (en 1985, Whoopi Goldberg, en el que fue un auténtico descubrimiento de Steven Spielberg. Hoy se limita a hacer un cameo como matrona al comienzo de la película; Fantasía Barrino, del reparto de la obra en Broadway, la interpreta en la actualidad), una mujer negra que, viviendo en el sur de los Estados Unidos a principios del s. XX, tiene que luchar como puede contra la adversidad de un padre que la vende al primer hombre que desea comprarla, Albert (Danny Glover entonces, Colman Domingo en 2024), un tipo despreciable que la maltrata física y psicológicamente hasta que entra en el relato Shug Avery (Margaret Avery/ Taraji P. Henson), una cantante de blues con la que entabla una bonita amistad, gracias a la cual sentirá fuerzas para enfrentarse con su marido ya que, además, Shug es la mujer de los sueños de Albert.

Las hermanas protagonistas antes de que los hombres las separen, en El color púrpura
Las hermanas protagonistas antes de que los hombres las separen

Sí, la historia de El color púrpura es la reivindicación de la mujer frente a la esclavitud a la que la somete el hombre, pero también se sitúa en una fina línea entre la épica del mensaje y el culebrón de base. Steven Spielberg tuvo una mano maestra para que la película que dirigió se decantara siempre por lo primero pero de la que ahora se encarga Blitz Bazawule gira más hacia lo segundo. Sin fuerza y sin demasiada coherencia interna, como la parte de África, que en la anterior era enormemente emocionante y en esta carece de importancia más allá de situar allí al personaje de la hermana, despistándonos incluso con imágenes bucólicas de ellas dos juntas allí, esta nueva versión va perdiendo peso a medida que la película suma metraje.

Da la impresión de que su proceso de producción ha sido rápido porque su montaje es atropellado, sin dejar que el relato respire, sin dar tiempo a los acontecimientos a asentarse, a adquirir coherencia entre el antes y el después. Tal vez da por hecho que la obra se conoce de sobra y que al ser una versión musical no hay que darle tanta prioridad a lo que la sustenta sino a las canciones que la complementan, que son la novedad que aporta esta revisión. La anterior ya tenía algunas: Sister, la más conocida, fue una de las 11 nominaciones al Oscar que la película obtuvo, pero sus temas se enmarcaban únicamente en alguna muestra de la que la comunidad gospel suele hacer gala en el oficio religioso y en las actuaciones de Shug Avery como cantante de blues, necesidad básica dentro de la trama si se quiere mostrar las cualidades que adornan a su personaje. Es decir, la anterior tenía canciones pero no era un musical.

Y algunos números, aquí, son brillantes, espléndidos incluso. Es el caso de She be mine, tema que canta Philicia Pearl Mpasi, la Celie jovencita, junto al coro que la acompaña, una canción sensacional que recuerda al I´ve seen it all de Björk en Bailar en la oscuridad y que merece quedarse en nuestra memoria. Y siendo la parte musical el aspecto que mejor funciona en esta versión, no toda es notable. Se nota, y mucho, la ausencia de Quincy Jones en la partitura. En 1985 compuso una banda sonora mítica, deslumbrante. Una oda a la belleza. De esas que antes marcaban una época, de las que relacionabas con la película en la que sonaba sin confundirla, de esas inolvidables llenas de personalidad. Aquellas notas le daban a la película una dimensión única que en esta que ahora se estrena no existe. Kris Bowers firma una música anodina, de las que se mezclan con el resto de bandas sonoras que a menudo escuchamos sin acabar de identificar fuera de su habitat, aislada de los fotogramas en los que suenan.

En El color púrpura actual vemos una historia que conocemos contada de una forma infinitamente menos interesante, con actores que, a excepción de Danielle Brooks, que interpreta a Celia, el mismo papel que fue de Oprah Winfrey, que conserva ese empuje de mujer que sabe que o se impone con una personalidad apabullante o le pasará lo mismo que a las demás, a excepción de ella, las otras actrices del reparto no cuentan con la solvencia ni la presencia ni el carisma que tenían las del film ya clásico del que éste proviene. Tampoco Colman Domingo es Danny Glover. Todo en este color púrpura está más difuminado.

Pero al menos en esta versión podemos comprender el sentido del título. Lo explica Taraji P. Henson, la Shug Avery actualizada, y no, no se refiere al color de la piel de sus personajes sino al de las preciosas flores del campo que tienen alrededor de la casa en la que viven Albert y Celie, unas flores bellas que simbolizan todo lo que Dios es capaz de crear frente a lo que es capaz de destruir el hombre, como género masculino, no en cuanto a la raza humana. Si pasan cosas malas en el mundo no es porque Dios no exista o porque te haya abandonado sino porque el hombre -tu marido, tu padre- no sabe tratar aquello que merece la pena como es debido. Incluyendo a las mujeres, por supuesto. Ellas, en realidad, son las primeras de la lista.

Silvia García Jerez

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