COLD WAR: Corazones frente a la Guerra Fría
Cold War, la nueva película del director que obtuvo el Oscar a la mejor producción de habla no inglesa en 2014 gracias a la sensacional Ida, el polaco Pawel Pawlikowski, es un retrato de la Guerra Fría, título en inglés de la cinta, sobre todo en cuanto a los efectos que ésta produce en el corazón de la pareja protagonista.
Zula (Espectacular, apabullante, Joanna Kulig) y Wiktor (Tomasz Kot) se conocen en una audición en la que ella canta y él decide quién pasa a formar parte del coro floklórico que actuará ante las autoridades polacas. Por supuesto Zula brilla con honores y será de las que además de estar en el coro, y de bailar, lleve la voz cantante.
Nunca mejor dicho, porque a partir de ese momento Zula y Wiktor no querrán vivir separados, o sí, porque estar juntos será difícil incluso estándolo… su existencia es complicada, plagada de vaivenes, de quieros y no puedos, de por ti daría mi vida pero a lo mejor ahora no… por la circunstancia política que los rodea, un mundo que los aprieta e incluso los ahoga estén donde estén, ya sea en Berlín, París o Yugoslavia.

Cold War es ante todo una experiencia. Lo era también Ida, filmada como ésta en un precioso blanco y negro y en formato cuadrado, como el del cine mudo. Aunque en descargo de Cold War, para aquellos a los que Ida les resultara excesiva, hay que decir que los encuadres no son tan extremos como en su antecesora.
Si a Ida la caracterizaban planos con un aire desmesurado en la parte superior del plano para que nos fijáramos en las miradas, o lo que fuera menester prestarle atención en el momento, situadas en la parte inferior de la pantalla, aquí los encuadres son más habituales a lo que estamos acostumbrados a ver en el cine clásico.
Y si vamos al detalle, la composición de cada plano es asombrosa. En eso Pawlikowski no ha cambiado. Llena la pantalla de lo que nos es preciso ver, coloca la cámara donde tiene que estar y cada escena dura lo poco que tiene que durar para darnos la información que la historia requiere para avanzar.
No se recrea en lo superfluo, los diálogos son agudos, punzantes incluso. Me encanta ese en que Zula le dice a Wictor: «Te adoro, pero tengo que vomitar.» Sin más. Algo que en otra película resultaría incluso zafio, Pawel Pawlikowski consigue convertirlo en un derroche de romanticismo inolvidable.
Porque en realidad ese es el componente de la relación más tortuosa de la cartelera. Sí, hay tensión. Sí, hay desengaño. Sí, hay dolor. Pero también hay pasión y sobre todo un romanticismo que nos viene envuelto en canciones, en la prodigiosa voz de su protagonista, y cuyos temas nos van mostrando también el paso del tiempo y el peso del pasado.
Cold War es una joya, como lo fue Ida hace muy poco. Su director sabe contarla a nivel estético y a nivel narrativo, usando elipsis temporales que nos dejan claro no solo lo que se dice sino lo que no. En Cold War el amor está en el aire, no en la guerra, maldita sea, pero también está en el blanco y negro que acaricia a los personajes como si de un don se tratara. El don de Pawel Pawlikoski de volver a darnos un monumento hecho a base de buen cine.
Silvia García Jerez