CHAVALAS: Regreso a la adolescencia
Chavalas es la espontaneidad hecha cine. Es como meter una cámara en un grupo de amigas, marcharse, y que la cámara grabe lo que hacen, lo que dicen, cómo se divierten, cómo discuten o asistir a sus roces, peleas y reconciliaciones. La naturalidad de la vida expuesta en la pantalla.
Eso es Chavalas. Pero también la historia de Marta (Vicky Luengo), una chica ambiciosa que siempre ha querido marcharse del barrio y tener un trabajo de éxito. Cuando la echan del suyo por no ser lo suficientemente buena fotógrafa, regresa al lugar en el que creció y donde siguen estando sus amigas: Desi (Carolina Yuste), Soraya (Ángela Cervantes) y Bea (Elisabet Casanovas), en cuya casa se queda a dormir más de una noche.
También vuelve a la de su madre (Cristina Plazas), pero prefiere estar con sus amigas, aunque no siempre lo parezca. El barrio, bajo su punto de vista, se ha quedado anquilosado, y en el fondo le da vergüenza estar ahí, pero no le sale más trabajo que el de fotografiar bodas y comuniones en la tienda de Ramón (José Mota), y eso, para ella, no tiene ningún glamour. Pero no puede hacer otra cosa que coger lo que se le ofrece.
Marta se sabe fracasada, pero no lo quiere reconocer y trata de aparentar que le va estupendamente, cuando no es así. Mientras, la vida en el barrio la vuelve a acoger, sus amigas de siempre vuelven a serlo… aunque a veces le pongan mala cara ante las borderías que les suelta por no sentirse cómoda en un lugar en el que no quiere estar.
Chavalas expone la frustración de no haber conseguido lo que querías a una edad en la que ya deberías estar volando alto. Marta no acepta no estar en la élite de su profesión, no quiere afrontar su presente ni ante ella ni ante los demás. Ante los demás menos aún. Se engaña y los engaña. Y nosotros somos testigos del proceso de regresión de una chica que tiene que seguir intentándolo.
Chavalas no solo es una película de barrio, en la que el barrio se plasma con toda su brillantez y naturalidad, también es un film en el que queda patente la precariedad laboral en que estamos instalados. Antes podías independizarte con más facilidad. Salir de casa, tener tu trabajo fijo y formar una familia. Eso era lo que nos habían dicho que ocurriría. Desde que éramos pequeños. Pero el mundo ya no responde a esas expectativas.
Chavalas nos introduce en otro, el de ahora, el del fracaso, el del despido, el de regresar a casa de tus padres porque no tienes ni un novio con el que irte a vivir. Esa familia con la que soñabas acaban siendo tus amigas del pasado, que están igual que tú, trabajando en un bar porque no hay otra cosa. Esa es la vida del siglo XXI que no te contaron las novelas de ciencia ficción.
El guión de Marina Rodríguez Colás es una preciosidad. Rebosante de verdad, autenticidad y sentido común, Carol Rodríguez Colás debuta en la dirección de largometrajes con este libreto de su hermana en el que los toques autobiográficos, para ellas, son evidentes.
Dicen que la realidad supera a la ficción, pero también es verdad que la realidad crea ficciones dignas de aplaudir, cosa que hizo el Festival de Málaga, que reconoció a la película con el Premio del Público y el Premio ASECAN a la Mejor Ópera Prima.
Todo en Chavalas es un acierto. La película brilla desde su comienzo pero va subiendo hasta alcanzar la gloria en su tramo final. De hecho, cuenta con uno de los mejores finales vistos este año en un cine, con una espectacular Carolina Yuste cerrando los diálogos con una frase que debería volverse mítica en la historia de nuestro cine.
Y es que Carolina Yuste, la Desi de esta historia, es oro puro en ella. Desde que la descubrimos en Carmen y Lola, donde no era ni Carmen ni Lola, sino Paqui, la trabajadora social que lucha por el amor de las chicas, ya podíamos intuir que Carolina sería todo lo grande que está siendo. Ganó el Goya a la mejor actriz de reparto por ese trabajo y se le podría dar otro por cada interpretación en la que la hemos visto a partir de entonces, incluyendo por esta Desi que tiene momentos antológicos, como esa secuencia en el bar que culmina en un paseo con Marta por la mañana en la que cambia de registro con la facilidad de quien está viviendo de verdad lo que plasma en la pantalla, en la que la vemos divertida pero también sensata, en la que demuestra que tiene un talento descomunal para la interpretación.
Pero lo cierto es que las cuatro están sensacionales, incluyendo a Vicky Luengo (Antidisturbios), que cuenta con el papel menos agradecido porque nos cae mal buena parte de la película. Si no nos cae peor es porque está arropada por amigas inmensas que nos hacen el relato genuino y distendido, que la frenan y le sirven de contrapunto amable, pero el personaje de la protagonista es arisco, borde y bastante antipático. Es lo que tiene el fracaso, que nos vuelve personas irascibles si no aceptamos que nuestro sitio está donde nos toca. Luchar por otro mejor es otra historia.
La dirección de Carol Rodríguez Colás es sobresaliente. Por mucho que ruedes sobre un tema conocido, las posibilidades de no hacerlo bien, de que en el cine no resulte creíble, son muy grandes. Pero ella sale airosa en todos los momentos que podrían quedarle chabacanos, transformándolos en costumbrismo de primer nivel, en un recorrido por edificios, vecinos, bares, bancos de la calle que son los nuestros, en los que todos hemos crecido y en los que nos vemos reflejados.
Todo ello retratado con humor, con ternura y con el cariño que da mirar a tu infancia desde la madurez, desde, en el caso de Carol sí, el objetivo de quien sabe que en sus orígenes también hay arte, el del cine que recoge tu infancia, tu adolescencia y da muestras de la gran profesional que se adivina en su metraje.
Silvia García Jerez