BAJOCERO: Adrenalina en estado puro
Bajocero, escrito así, todo junto, es el título del nuevo trabajo de una serie de actores que, siendo unos más conocidos que otros, logran que la segunda película de Lluis Quílez, primera rodada en español, sea un ejercicio de adrenalina en estado puro.
Javier Gutiérrez interpreta a Martín, un policía que se enfrenta a su primer traslado de presos. De noche. A veces se hacen así, le informa su compañero, al que da vida el actor Isak Férriz.
En el furgón, cada uno de ellos en la celda móvil que éste contiene, el viaje parece ir con la normalidad que se espera, incluso el coche policial que va de avanzadilla hace su trayecto sin anomalías.
De repente, todo cambia. Una niebla enorme impide a Martín ver nada pero además algo detiene su marcha, para estupefacción de los presos, que en medio de burlas hacia los policías en realidad no entienden qué está pasando, pero aprovechan la situación para intentar doblegar a Martín y escapar.
El ataque al furgón continúa y los presos se ven igual de indefensos que el policía. Por medio del walkie-talkie el culpable de que esta situación esté ocurriendo les advierte claramente: quiere solo a uno de los presos, pero si no se lo dan, morirán todos allí dentro.
Bajocero es una de esas producciones que tendría que haberse estrenado en cines pero que la pandemia que nos azota desde el pasado mes de marzo ha enviado directamente a plataformas, en concreto a Netflix, donde podrá verse a partir del 29 de enero.
Y es una pena que los cines no vayan a gozar de la recaudación que este thriller podría darles, porque es verdaderamente potente, en la línea de lo que hace muy poco consiguiera No matarás. Así de rápido como película, de potencial éxito en las salas.
Pero centrémonos en la cinta como tal. Bajocero es un ejercicio que no da tregua desde que los presos se ponen en marcha, aún antes, desde la escena de registro de efectos personales para llevarlos a las nuevas celdas. O confiscarlos, que hay cosas que no se pueden tener en la cárcel.
Desde entonces el furgón se convierte en otra cárcel más, esta vez para todos, y los espectadores se encuentran también aprisionados en una narración que no va a salir de allí, a expensas de lo que quiera un villano que inicialmente nos esconde su rostro a la cámara, por lo que aquí ocultaremos también el nombre de actor aunque ya conste en todas las fichas entre los protagonistas de la película. Consecuencias de ser uno de los más famosos de nuestro país, no puedes esconderte demasiado.
El desarrollo de Bajocero corre hacia el desenlace con fuerza adrenalítica, no te suelta nunca, aunque haya cabos en el guión que no estén demasiado bien atados, detallitos que te hacen preguntarte por qué pasa lo que estás viendo porque no tiene mucha coherencia. Pero al igual que le ocurría a No matarás, a pesar de ellos la película funciona estupendamente. Eso, hay que admitirlo, tiene un enorme mérito.
Y en su camino hacia el desenlace, ruta en la que va pasando de todo, los actores de Bajocero se lucen de una manera extraordinaria. Siempre da la impresión de que los intérpretes del cine de acción no pueden desplegar su talento en este género porque están por debajo de él, a su servicio. En medio de explosiones en las que esperamos que sus personajes no mueran no tienen espacio para más, solo para salir vivos.
En Bajocero Javier Gutiérrez vuelve a estar tan sobresaliente como suele, cambiando de registro para situarse en el dominante del policía que tiene el control o para darnos su cara del agente asustado que no sabe quién le atacará antes, si el villano al que oye pero no ve o si los presos a los que ve pero cuyas amenazas preferiría no escuchar.
Luis Callejo (Tarde para la ira) y Patrick Criado (Antidisturbios), dos de los presos a los que tiene que tener vigilados, también están soberbios. Cada uno en su perfil, que el film va definiendo poco a poco. En el caso de Luis Callejo su personaje, y su relación con el policía, recuerdan lejanamente a la que mantenían los protagonistas de Asalto a la comisaría del distrito 13, de John Carpenter. No es una crítica, sino una apreciación con ánimo de resultar cariñosa.
Los tres acaban siendo inolvidables en este relato de supervivencia y venganza. Porque aquí nada es lo que parece y los giros inesperados pueden venir en cualquier momento, algo que Bajocero maneja con una sutileza asombrosa.
El guión, del propio Lluiz Quílez junto con Fernando Navarro, autor de los de Verónica u Orígenes secretos, cuando acierta, lo hace a lo grande, dándonos opciones impensables en el cine de acción comercial y apuntando, nunca mejor dicho, hacia la realidad de aquello a lo que nos enfrentamos.
Bajocero es, por lo tanto, un film tan entretenido como una invitación a la reflexión. De en qué sociedad vivimos, de hasta qué punto hay que escribir Ley con mayúsculas, de si el hombre debe o no, porque poder no puede, tomarse la justicia por su mano. No es la primera vez que una película plantea estas preguntas pero Bajocero lo hace de forma que realmente quieras responderlas.
La película no juzga, simplemente expone causas, motivos, circunstancias, y, como ocurría en Tu hijo, que personalizaba ese TU porque te preguntaba implícitamente qué harías en caso de que el hijo fuera tuyo, también aquí escanea nuestro condicional para que descubramos qué haríamos en este caso. Bajocero se convierte así en algo más que una película muy potente: en el mejor de los escenarios posibles para conocernos a nosotros mismos.
Silvia García Jerez