LA HABITACIÓN DE AL LADO

Sobre vivos y muertos

Almodóvar regresa al largometraje, adaptando a la estadounidense Sigrid Nunez, para ofrecernos un melodrama sobre la eutanasia y la amistad con ecos de cine clásico, donde Tilda Swinton es toda la película.
Rodada en inglés y por primera vez, fuera de nuestro país, aunque con producción propia de El deseo y patria de Movistar, La habitación de al lado llega los cines con el León de Oro recién ganado y la expectación que acompaña siempre al director manchego más universal. 

Con sus anteriores trabajos, Almodóvar se acercaba a la industria americana a través de un par de mediometrajes -en realidad, un par de caprichos, de obsesiones pendientes por rodar- con reparto internacional y probando su incursión en otra lengua; realizando un wéstern de tintes hispanos y homoeróticos en Extraña forma de vida con Ethan Hawke y Pedro Pascal, y contando con Tilda Swinton, de nuevas, para trasladar a la pantalla el monólogo teatral de Cocteau, La voz humana, que ya aparecía doblado por Carmen Maura en Laberinto de pasiones. 

Sin embargo, es con La habitación de al lado cuando el director debuta plenamente en otro idioma, rodando en un país extranjero y sin recurrir a un guión propio, sino basándose en el libro de la neoyorquina Sigrid Nunez, Cuál es tu tormentopara filmar una película con pretensiones de cine clásico que es arropada por la propia emoción del relato de dos amigas periodistas con concepciones antagónicas de su profesión, de la vida y de la muerte. Una novela elegida, quizás, para continuar reflexionando sobre cuestiones como la enfermedad, la compañía en el final de la vida, la política y hasta el medio ambiente, que de alguna manera, Almodóvar ha ido exponiendo en sus últimas cintas (Madres paralelas, Dolor y gloria). 

La habitación de al lado narra el reencuentro de ese par de amigas que viven de la escritura, siendo una reportera de guerra, con una hija sin apenas contacto, y padeciendo ahora un cáncer terminal (Tilda Swinton) y la otra, colaboradora en diversas revistas y últimamente de gira con su best seller de autoficción acerca del pánico a morir (Julianne Moore). Ambas con un amante en común (John Turturro) y muchos recuerdos por compartir. También las confesiones de lo ocurrido durante el tiempo que no se han visto y como resultado, la petición de un favor extremo, requerido en nombre de la amistad. Un medicamento ilegal y una casa aislada en el bosque harán el resto.
Una casa con dos habitaciones y una puerta, a la espera por cerrarse. Una casa cual limbo para cada pesadilla personal, o como el paraíso para celebrar el acto de despedida, de quien decide parar de sufrir e irse en paz, de quien se maquilla con sorpresa y alegría ante el doloroso adiós. 

Es la cuarta adaptación que Almodóvar realiza en su filmografía de más de una veintena de títulos, sin renunciar nunca a ese código estético que igualmente le define, siendo en La habitación de la lado más simbólico de lo habitual, marcando tanto la paleta de colores utilizados para cada protagonista y cada estancia, como en esa casa elegida que es casi un personaje más.
Volviendo al largometraje, esta adaptación parece imitar al melodrama clásico y Almodóvar querer homenajear al cine mudo de Keaton, al de Hitchcock en Vértigo (De entre los muertos), al de Douglas Sirk de Sólo el cielo lo sabe y sobre todo al de Huston de Dublineses (obra maestra del séptimo arte, inspirada en el relato Los Muertos de Joyce, que además es la película favorita de una de las protagonistas), sirviendo de tendencia narrativa durante toda la cinta al repetirse tanto el monólogo sobre la insignificancia de la existencia, como recurriendo a la imagen de la nieve cayendo en esa misma escena. Una imagen que conmueve cualquier alma y que se sucede también en el filme; ya sea a través del ventanal de un hospital, ya sea en la ventana de un salón y con el televisor proyectado ese final cinematográfico que replica: “Cae la nieve… Cae lánguidamente en todo el Universo y lánguidamente cae como en el descenso de su último final, sobre todos los vivos y sobre los muertos.” 

La habitación de al lado discurre en tres actos, un tanto irregulares y sostenidos en todo momento por el trío protagonista; con Swinton acaparando todos los planos, logrando una interpretación que trasciende al personaje y reivindica todo el film, mientras Moore roza el histrionismo entre tiernas miradas, y John Turturro está desaprovechado en sus breves apariciones cual altavoz de conciencia social, cual alter ego de Almodóvar, proyectándose en los diálogos esos temas recurrentes del director como son la honestidad en la escritura y el verdadero valor del arte.
Y aunque se hable de Hopper o Faulkner, la intelectualidad aquí no va de conseguir una habitación propia, sino la habitación de al lado, saltando de la emoción por la soledad de la escritura, a la elección de la compañía imprescindible en la tarea final más personal.
¿Cuánta ficción hay en cada reportaje?, ¿cuánto de inventado en el relato de cada guerra?, escuchamos preguntarse a las dos amigas, comprometidas con lealtad y arriesgándose incluso ante la policía -en una secuencia de interrogatorio en una comisaría, que mejor verla como caricatura que como posible realidad-. 

En la música, una vez más, se disfruta de la banda sonora de Alberto Iglesias, y la magnífica fotografía corre a cargo de Eduard Grau.
Y completando el reparto encontramos a secundarios muy nuestros, destacando a Victoria Luengo entre tanto paisaje del Oeste americano, y a Raúl Arévalo -en la piel de un cura- junto a Juan Diego Botto -en la de un fotógrafo- como una atípica pareja formada durante la guerra de Bosnia por el mero placer sexual, que según dicen “es el mejor aliado para luchar contra el horror.” 

Con una promoción como siempre cuidada, la distribución de Warner Bros, y el triunfo en Venecia, La habitación de al lado empieza a sonar para los próximos premios Oscar, incluso con la muerte de fondo y tratando el polémico suicidio asistido.
De soslayo, queda la eutanasia. Y de frente, esa amistad y valentía de dos mujeres que Almodóvar convierte en color y luz con la ligereza y complicidad de la nieve cayendo, ante la frialdad y el miedo por reivindicar un derecho común y una ley, tan vital como necesaria. 

Mariló C. Calvo

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