FLORENCE FOSTER JENKINS: trío de ases

Florence Foster Jenkins es la historia real de la millonaria neoyorquina que da título a la película, una mujer que en los años 20 del pasado siglo desafió los oídos de los asistentes a sus recitales, incluyendo el del legendario Carnegie Hall, que pagaban para comprobar que fuera verdad tanta falta de talento.
Las malas críticas le llovían pero entre la convicción absoluta de la cantante acerca de su innegable valía y las mentiras piadosas de su manager, con tanto interés por no herirla como por cobrar las sustanciosas ganancias que su peculiar arte proporcionaba, Florence vivía su sueño con la felicidad de quien se piensa verdaderamente arropada. Ni siquiera su pianista, consciente del terreno resbaladizo en el que toca, ve opción alguna a oponerse a lo obvio.

Los recitales de Florence eran todo un espectáculo
Los recitales de Florence eran todo un espectáculo

Semejante vida tenía que contarse en el cine. Previamente fue el teatro el que se ocupó de ella, con diversas obras y protagonistas al frente de sus repartos, recorriendo Broadway y el West End londinense, pero no fue hasta el año pasado en que el cine francés abordó una versión libre de su historia en la llamativa Madame Marguerite, con la que la estupenda Catherine Frot obtuvo, merecidamente, el César a la mejor actriz.
Ahora toma el relevo otra diva, en este caso del cine norteamericano, aunque la nacionalidad de la cinta sea únicamente inglesa, Meryl Streep, quien también se enfrenta a la estrafalaria tarea de cantar horrosamente mal para componer con maestría a la Foster Jenkins de la que, lógicamente, quedará más constancia en la memoria del público.
Y borda doña Meryl un papel hilarante, en el tono cómico que la situación pide, sin caer nunca en la burla ni en la parodia, sino humanizando a una mujer que creyó que podía aportar con su voz más belleza aún si cabe a la del arte que tanto amaba. No solo es admirable el nivel de espantosa calidad vocal al que Streep llega, igualando el de las auténticas grabaciones de la millonaria, sino que resulta inconmensurable verla emocionarse escuchando a las cantantes que la inspiran para dedicarse a lo que más le gusta.
Probablemente la ganadora de tres Oscars no reciba un cuarto por este trabajo, pero bien merece otra candidatura más al récord absoluto que la actriz ostenta. Y sumaría entonces la redondísima y asombrosa cifra de 20 nominaciones. Es complicado imaginar, incluso si no la logra, que otro actor consiga alguna vez a ser, según la Academia de Hollywood, tan reconocido.

Florence y St. Clair Bayfield, una pareja casi perfecta
Florence y St. Clair Bayfield, una pareja casi perfecta

Pero las loas no deben acabar en Meryl Streep. En Florence Foster Jenkins también brillan Hugh Grant, como su manager, y Simon Helberg, rostro que resultará familiar a todos aquellos que conozcan la serie The Big Bang Theory, quien aquí aparece sublime como el espléndido y espantado pianista de la millonaria. Un trío de ases portentoso en el que ninguna carta sobra, dándose sentido entre ellas y elevando, entre todas, el nivel de la partida.
Stephen Frears es el encargado de dirigir el conjunto, un inglés cuya dilatada carrera le otorga el prestigio necesario para firmar los más variados proyectos, casi todos con el denominador común de la elegancia, incluso si el tema que trata no es precisamente distinguido, caso de la estupenda Negocios ocultos. Tras aquella joya que era Philomena, aunque fuera tan mal recibida por buena parte de sus espectadores, y reciente todavía El ídolo, su acercamiento a modo casi de documental del descenso a los infiernos del ciclista Lance Armstrong, película interesante pero menor dentro de una filmografía con tendencia a lo mayor, repite calidad con esta aproximación a una cantante de voz frustrada.

La auténtica Florence en la portada de uno de sus discos
La auténtica Florence en la portada de uno de sus discos

Florence Foster Jenkins se ve con interés, con agrado y, por momentos, con admiración. Pero tal reacción corresponde más a lo asombroso del qué, no tanto al proceso del cómo. A la exquisita producción, que incluye magníficos decorados, vestuarios y todo tipo de acercamiento estético a la época, se suma, como ya queda dicho, el trabajo de los actores.
Pero no solo hay que contar con buenos elementos, también hay que ser hábil para sacarles partido, y lo cierto es que no hay grandeza en los planos de Frears. A nivel cinematográfico el film resulta frío, sin la fuerza necesaria que nos arrastre al mundo que aborda, con planos más propios de un trabajo destinado a la pequeña pantalla que a resultar épicos en las salas oscuras. En los años en que nos regaló su soberbia Las amistades peligrosas, Florence Foster Jenkins habría rebosado maestría. En 2016, y sabiendo que Frears es capaz de mucho más, nos presenta un film que se queda lejos de lo que cabría esperar de él.

Silvia García Jerez

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